Una noche de gala (Parte III)

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Sin embargo, el muchacho había decidido que se abstendría de hacer aquella confesión tan necesaria hasta saber si Maia estaría dispuesta a perdonarlo o no. Nunca se imaginó que su madre lo obligaría a hablar antes del momento que él había programado desde antes. El tiempo apremiaba, la violinista lo necesitaba, pero no por ello tenía licencia para seguir ninguneando a la señora. El varón se arrodilló frente a Matilde, la tomó de las manos y enfocó su mirada en la de ella.

—Perdóname, mamá... Me he portado como un tarado contigo, lo sé. Prometo que te lo voy a contar absolutamente todo durante esta noche. Es solo que ahora mismo no puedo perder más tiempo, de verdad tengo que apurarme para llegar al teatro.

—¿Tu novia te está esperando ahí?

El muchacho cerró los ojos y respiró hondo. Permaneció en silencio por unos segundos. Apretó los labios con fuerza, para luego retomar la palabra.

—Sí, me está esperando ahí, pero esto no se trata de una simple cita. Lo de hoy es algo súper importante para ella.

—¿Podría irme contigo? No pretendo que me lleves al teatro ni que me la presentes hoy. Tampoco quiero interrumpirles la cita, puedes quedarte tranquilo con eso. Solo quiero esperarte en algún restaurante o algo parecido que esté cerca del teatro. No me dejes sola acá, por favor...

Las lágrimas rodaron por las mejillas de la señora sin que ella pudiese hacer nada para retenerlas dentro de sí. Aquella petición no nacía de un deseo malsano por invadir la privacidad de su hijo. Tampoco pretendía limitarlo en cuanto a la manera en que él prefería vivir su vida. Su ruego era una especie de grito de auxilio para no naufragar de nuevo entre las peligrosas aguas de los pensamientos autodestructivos. Las pérdidas en las reservas de fuerzas para luchar eran cada vez más grandes. Matilde temía no salir airosa de la próxima recaída. Le aterraba la soledad, esa cruel aliada de su depresión recurrente.

—Claro que puedes venir conmigo, mamá. Jamás fue mi intención ponerte triste. Perdóname, por favor —manifestó el chico, al tiempo que estrechaba a la mujer entre sus brazos.

Tras tomar unos instantes para enjugar el rostro femenino, Darren abrió la puerta de la vivienda y empujó la silla de ruedas de su madre hacia afuera. Jaime ya había estacionado el auto frente a la casa de su amigo. En cuanto lo vio salir en compañía de la señora, frunció el ceño y levantó la ceja izquierda en un claro gesto interrogativo. La repentina decisión de traer a doña Matilde con ellos lo descolocó, pero no por ello tenía derecho alguno de cuestionarla.

—Todavía tenés una invitación extra para hoy, ¿cierto? —preguntó el joven Pellegrini, mientras abría el portón delantero.

—Sí, todavía la tengo. No me parecía buena idea invitar a gente desconocida para esta gala. Me alegra mucho que sea tu mamá la que va a usar ese boleto —respondió el fotógrafo, con una sonrisa en el rostro.

El muchacho correspondió el gesto de su camarada enseguida. Sabía que podía contar con él sin tener que justificarlo todo.

—Abrí el maletero, por favor. Es mejor poner la silla de ruedas y las muletas ahí para que mamá pueda viajar más cómoda.

—¡Por supuesto!

El dueño del vehículo le obedeció al instante. Sin que tuvieran que pedírselo, se bajó del coche para ayudar a doña Matilde a acomodarse bien en el asiento trasero. Mientras tanto, Darren se encargaba de plegar la silla para guardarla. Una vez que los tres pasajeros estuvieron en sus respectivos lugares, Jaime dio inicio al esperado viaje hacia el teatro. A pesar de no poder hablar a sus anchas frente a la dama, los varones se comunicaban con la mirada. En los ojos de ambos resaltaba el desborde de emociones que los embargaba en ese momento.

Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Where stories live. Discover now