Capítulo Trece

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Ahí estaba. La desconocida del espejo le miraba de nuevo, directamente a los ojos, mientras un poco de luz se colaba a la habitación. Estaba sentada en la cama a mitad de la noche cuando se encontró a esa mujer extraña. Entre ambas existía una relación extraña de rivalidad pues, aunque fueran idénticas, estaba claro que tenían intereses muy distintos. Al final, era siempre esa mujer la que triunfaba, la que la convencía de lo que debía hacer con su vida. De alguna forma, Sakura Haruno había sucumbido ante el reflejo que le acusaba de ser una mujer débil, que muy poco pudo hacer por sí misma—y por sus seres queridos— en la vida anterior. No había nadie más juzgándola, excepto por esa mirada jade reflejada en el espejo, de la que era dueña una extraña, y que le escrutaba con una atención clínica, apuntándole los defectos por telepatía. Sakura siempre la escuchaba, siempre se creía lo que tenía que decir, ella se había convertido en su conciencia y, aun así, se despreciaban la una a la otra, pero al menos la extraña del espejo estaba luchando y arreglando las cosas. No como la mujer que residía en ese cuerpo reencarnado...

Un movimiento en la cama obligó a la pelirrosa a olvidarse de su enemiga mortal. Se volvió por inercia, mirando al albino que la buscaba con sus manos y que, al no encontrar un cuerpo recostado para abrazar, había terminado por despertarse, o algo así. Sakura se avergonzó de saberse la culpable de que Kabuto separara los párpados, con una vista miope que le obligaba a apretarlos, en un intento de enfocarla. Era muy temprano para causarle esas molestias—las dos de la mañana—, pensó. Él debía seguir cansado de su visita con el doctor Orochimaru y, aun así, se preocupaba por tener su cuerpo cálido, porque necesitaba robarle ese candor. Ella no era estúpida, lo entendía a la perfección, la necesidad de Kabuto, su propia necesidad, al menos hasta que ambos pudieran volverse independientes. Al final, ella sonrió avergonzada, para deslizarse de vuelta adentro de las sábanas, acomodándose sobre su costado izquierdo y acurrucándose en la cama, un poco más cerca de ese hombre. Él no había tenido que decir nada, pues ella actuó como redención para no molestarlo más. La miró a los ojos, con esa escasa distancia, y se quedó en silencio mientras admiraba su rostro a oscuras. Era bonita. Siempre lo había sabido, lo había aceptado. No le sorprendía que ese rostro se hubiese convertido en semejante distracción.

—Debería hacerte mi esposa —comentó él, de la nada, con una voz grave de recién despertar. Ella no evitó reírse por lo bajo.

—No sabes de qué estás hablando —acusó Sakura, para acercarse un poco más—. Nunca he sido buena para cocinar, y aunque podría ser una buena madre, no podrías vivir con criaturas corriendo a tu alrededor —bueno, en teoría, estaba mintiendo—. No me quieres de esposa.

—Te equivocas —corrigió él, para suspirar—. Tu apellido es favorable. Me abrirías muchas puertas, aunque tú odies eso. Yo podría aprovecharlo.

—¿No te bastará nunca? —cuestionó, para luego cerrar sus ojos—. Lo has hecho los últimos dos años, Kabuto. Nuestra relación ha sido más un contrato de empleo para mí, con los beneficios de utilizar la influencia de mi apellido para ti. No es nada nuevo.

—No me estás entendiendo, Sakura —ella volvió a abrir los ojos, para encontrarse los de él, demasiado cerca ahora—. Los pequeños favores dejaron de ser suficiente.

—¿Y quieres solucionarlo con el matrimonio? —enarcó una ceja—. No necesitas darme un anillo para que te ayude, y lo sabes. Lo haré de manera incondicional —se encogió de hombros—. Justo como tú me ayudaste a mí.

—Te adoro —susurró él, para besarle la frente—. Eres mi salvación.

—Te estás robando mis líneas —bromeó, para ser afianzada por los brazos fuertes del mayor, que la atrajo a su pecho.

—Vas a solucionarme la vida.

—Es lo menos que puedo hacer —Sakura le abrazó de vuelta—. Ahora duerme, Kabuto. Hay muchas cosas por hacer, a partir de mañana. Entenderás lo difícil que es formar parte de esta familia.

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