Capítulo Ocho

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Ella lo sabe.

Su cabeza contra el suelo de la acera mantenía esas palabras girando, una y otra vez. Las repetía con insistencia y una certeza desesperada. Ella misma se lo había dejado en claro, cara a cara, hace unos meros instantes. Le había lanzado al rostro la verdad, le había encarado que odiaba lo que él había hecho. Esa mujer era consciente de su existencia, de su reencarnación y, por lo que podía entender, lo sabía desde mucho antes que cualquiera. No tenía idea de en qué modo había vivido su mujer durante estos últimos quince años, estando despierta. Él, que comprendía la complejidad de despertar cuando empezaba los veintes, sufría ahora mientras continuaba en el suelo, queriendo revolcarse en su propia miseria. No podía prestarle atención al sabor metálico en su boca, ni al dolor físico de su espalda y su cabeza, mucho menos al frío que tocaba su tez. En lugar de eso, estaba ocupado maldiciendo a sus propias decisiones del pasado, sus errores incomparables, su enorme ineptitud. La forma en la que Sakura lo miró con crueldad...

Ella siempre lo supo.

Aunque al principio ignoró el sonido de pisadas que se acercaban en su dirección, sabía que tarde o temprano tenía que descubrirse los ojos y, también, era perfectamente consciente de qué sería lo que encontraría al hacerlo. De ese modo y, con todo el pesar de su ser, descubrió una figura masculina con un cigarrillo en los labios. Por lo que entendía, ese debía ser el segundo, producto de su decepción o de su exasperación. Sakura debió haber ido hacia él y meterle tremenda bofetada en el rostro por meterse en asuntos ajenos, por seguirle el juego a su hermano menor. Sin embargo, con la luz detrás de la cabeza de Itachi era imposible adivinarlo. En cualquier caso, no se movieron por unos instantes, mirándose a los ojos el uno al otro hasta que un pie de su hermano le dio un empujoncito en el hombro para convencerle de ponerse de pie. Sasuke emitió un suspiro desconsolado, tan solo para convertirse en un adulto y sentarse en un movimiento que le costó un jadeo de dolor. Había sido más difícil de lo que uno podría imaginar, pues el golpe en el estómago había ocasionado algún tipo de daño que lo obligó a llevarse la mano hasta esa zona, mientras que unas gotas de sangre cayeron desde su boca. Tuvo que tocarse los labios para recordar que había sido mordido por una fiera de cabello rosado, sintiéndose nuevamente un idiota.

—Tienes toda la pinta de que tu esposa te dio una paliza —se burló el mayor, antes de sacar el humo de sus pulmones—. Cuando Sakura llegó al auto sin ti, imaginé que algo habría sucedido. Creo que olvidé decirte que Sakura estuvo en equipos de lucha toda su infancia y adolescencia.

—Oh, un pequeño detalle, Itachi —contestó, teniendo a sus espaldas al mayor—. ¿No te dio una paliza a ti también?

—Solo apareció y me informó que tú me estabas esperando —se encogió de hombros—. Tenía un poco de sangre en la blusa, algo casi imposible de detectar, si no fuéramos quienes somos. El que fuera visible es una huella de su inexperiencia.

—Estás equivocado —contestó el menor, antes de emitir un largo suspiro de cansancio y alzar la mirada al cielo nocturno—. Mi esposa es un genio, Itachi. No me había dado cuenta —una risa dolorosa brotó de sus labios—. Aunque lo más destacable es que tú tampoco lo hicieras: Sakura nos engañó por completo.


Capítulo Ocho: Espectros y Fantasmas


Entre el sesenta y el ochenta por ciento de los pacientes que sufren una amputación de cualquier tipo, también se ven en la difícil circunstancia de tener que enfrentarse al síndrome del miembro fantasma. Estas personas pueden pasar de tener sensaciones de placer, a dolorosas punzadas, donde se supone que debería existir una parte de su cuerpo. Entre sus síntomas, se encuentran: dolor en la extremidad—aunque físicamente ya no se encuentre ahí—, como pinchazos u hormigueos incómodos; sensaciones comunes, como entumecimiento, calor o frío; movimiento en los dedos de la extremidad en cuestión; la presencia de la extremidad faltante, sea en una posición natural o una extraña; la sensación de encogimiento por parte de la extremidad faltante. Por otra parte, existe la posibilidad de sufrir estos síntomas inmediatamente después de la amputación, en su proceso de sanación o una vez la herida ha sanado por completo. Puede ser con lapsos repetitivos, constante u ocasional. Cuando un dolor se presenta, éste puede ser agudo—o punzante—, persistente, urente, o de tipo cólico. Finalmente, uno de los factores que detonan la aparición o intensificación de estas terribles sensaciones, pueden ser el estar demasiado cansado, ejercer presión sobre el muñón o la parte restante del miembro, el estrés, los cambios ambientales, infecciones, prótesis que no encajan correctamente, hinchazón, y mala circulación de la parte restante del miembro. Este padecimiento puede ser tratado, según su intensidad, para eliminar por completo las incomodidades que ocasiona en sus pacientes. Existen terapias físicas y psicológicas para combatirlo, aunque sus causas siguen siendo motivo de discusión en el mundo de la medicina.

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