3. Juego de palabras

3K 227 40
                                    

Necesitaría un monumento tras hacer el ridículo mientras lo veía reírse

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Necesitaría un monumento tras hacer el ridículo mientras lo veía reírse.

¿Qué era tan divertido?

Fruncí el ceño, nada fascinada con su actitud.

—¿Compañeros? —repetí por tercera vez mientras agitaba mi mano extendida para no seguir siendo ignorada—. ¿Qué dices?

Dejó de reír al bajar la mirada en dirección a mi brazo. Mis dedos casi rozaban la tela sedosa de su camiseta blanca, lo que era incómodo si permanecías en esa posición por más de diez minutos. No era culpa mía. Aun cuando parecía como si una fuerza sobrenatural me empujara a tocarlo, no era así. Lo único que buscaba era no darme por vencida al ser amable.

Él no lo estaba poniendo fácil.

Si bien no reía ─como lo hizo sin descaro minutos atrás─, permanecía inmóvil como una antigua estatua, logrando que me preguntara si realmente respiraba o si acaso no se había desconectado de la realidad en la que permanecíamos envueltos. Sonreí nerviosa. Mi brazo comenzaba a pesar como una barra de plomo de calibre grueso. Y si continuaba así, acabaría adormecido por horas.

—Entonces, ¿compañeros?

Iba a rendirme de obtener una respuesta cuando finalmente se dignó a hablar:

—¿Me dejarás en paz si acepto?

Achiné los ojos fastidiada por la repregunta. ¿Qué clase de compañeros evitaban dirigirse la palabra? Era absurdo su pedido, así que no le di cabida.

—Compañeros —Cerré el trato, tomándolo desprevenido cuando le di un apretón de manos en contra de su voluntad. En teoría jamás acepté el dejar de hacerle preguntas, así que no podía obligarme a mantener silencio en lo que durara nuestro encuentro.

Serena 1 – Evanston 0

Su desconcierto abrió una brecha que me permitió apartarme de su camino, dejándole libre la entrada hacia el salón de vestuario. Él ignoró mi presencia. Se adentró en la habitación mientras me acomodé debajo del umbral, justo donde él había estado segundos antes. Desde mi posición lo observé perderse entre el sinfín de telas. Lo vi analizar cada prenda, cada pieza de costura, cada stand o mueble; siempre con un gesto de fascinación y nostalgia que no pude comprender. E iba a preguntarle por qué es que actuaba así cuando el ambiente se bañó en angustia y temor. Lawrence Evanston se detuvo en sus pasos, quedando de pie ante un maniquí negro que vestía con un atuendo de los años sesenta. El vestido crema era ceñido a causa del corsé incluido en este, además de tener incrustado cientos de perlas a lo largo de sus mangas. Estas seguían un trayecto tortuoso hasta terminar en forma de una rosa. Era hermoso, incluso cuando él recorrió la costura con delicadeza, antes de respirar con fuerza.

No está bien, susurró mi subconsciente, confundiéndome. Él no lo está.

Quise comprender la razón de tal advertencia cuando Evanston se apoyó sobre el stand a su espalda, cerrando los párpados con tanta fuerza que se marcaron un par de líneas sobre su frente. Aun cuando se hubiera alejado del vestido, seguía sosteniendo una de las mangas de este. Tenía miedo de apartarse de la anticuada tela. Y no sabía la razón, pero supuse que era porque le recordaba a quien alguna vez lo usó. Pero, ¿quién?

Una melodía para un corazón roto [CCR #1] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora