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Seguido de él aparece mi viejo. Tiene olor a alcohol, igual que siempre, y se tambalea. Claramente no solo bebió alcohol, también se pasó algo. Él me saca de encima al tipo flaquito y me levanta del piso como si fuese una bolsa de plumas. Miro el cuerpo de este tipo y tiene un balazo de escopeta que le abrió, casi por completo, toda la espalda; hasta incluso se le ven las vértebras. Las chicas se levantan por motu propio y miran el cuerpo. Me suelto del agarre de mi viejo y evito que miren.

Nos hacen salir de la habitación y vemos que la casa está en un completo orden. No parece la misma casa por la que entramos ayer.

Atravesamos una cocina y salimos a un patio enorme, donde en el medio hay otra casa. Lo primero que sé es que es de día. Lo segundo; que obviamente nos van a encerrar en esa casucha. Lo tercero; no tengo certeza de lo que va a suceder a continuación.

—Creo haberles dicho que son mercancía, ¿cierto?— pregunta el grandote.

—Seeeehhh— contesta mi viejo. El tipo lo mira con asco.

—Callate— un «bueno» se escucha entre dientes —La cosa es que la mercancía no puede ser nueva— ante esta última palabra se me acerca tanto, que siento ganas de vomitar— Por ende, van a tener que hacer lo que yo diga. A no ser que realmente la quieran pasar pésimo— hace un puchero sarcástico y comienza a reír.

Nos obligan a entrar a la casa mientras ellos siguen detrás nuestro. La misma tiene cocina, habitaciones y baños. Es algo demasiado bonito para lo que nos quieran hacer.

No me fío nada de lo que dijo este malnacido; creo saber qué es lo que quiere y me niego rotundamente ante lo que nos pueda obligar a hacer. Pero, si no quiero que nos hagan daño...

—Se bañan, comen y duermen. Hay un reloj. Son las diez de la mañana en punto. A las doce venimos con gente. Acá hay una lista de lo que quiero que hagas— termina por darme un papel todo arrugado y se va arrastrando a mi viejo.

Las chicas se acercan para leer conmigo, pero me aparto. Se quejan, alegando que quieren hacerlo ameno, pero al comenzar a leer me da un escalofrío terrible. Las mando a bañarse, asearse y que hagan lo que deban.

No es más que un sucio juego para mera diversión de gente enferma. El maldito papel de mierda dice, con, incluso, instrucciones, de cómo quieren que viole a estas chicas. Es literal, la palabra "violación" está en todos y cada uno de los puntos que escribieron.

-Violación en silla.
-Violación de pie.
-Violación acostados.

Arrugo a más no poder el papel y lo prendo fuego. Ángeles, se acercó y me reprendió por haberlo hecho. Ni siquiera supe qué decirle, simplemente me quedé callado y busqué algo de comer.

Me encontré con tanta comida que no dudé en hacer un poco de carne. A pesar de ser tan temprano nuestros cuerpos aún están necesitados de aquellos nutrientes de los que estuvieron privados.

Nos encontramos con que la casa está muy bien equipada, porque incluso hay ropa de nuestras tallas, las cuales obviamente usamos. Cuando quiere, el humano es lo más asqueroso que hay.

Terminando de ducharme y de almorzar, me propongo a contarles a las chicas acerca del bendito papelito. Micaela me mira con asombro y comienza a llorar. Ángeles solo agacha su cabeza y la sostiene con ambas manos. De todas formas, les aclaro que yo no tengo ninguna intención de hacer lo que me piden. Aunque comienzan a pedirme que por favor lo haga; que no les importa que sea yo, que es mejor que sea yo quien lo haga. Dicen saber que no soy capaz de lastimarlas, y en eso tienen razón.

La hora llegó muchísimo más rápido de lo que creímos, ya que, comenzamos a escuchar personas acercarse hacia nosotros. Entran alrededor de siete personas, entre ellos mi viejo y el grandote.

Las chicas no dejan de temblar y comerse las uñas. Uno de los tipos me da una pastilla, me dijo que es "mágica". No soy boludo, sé lo que es. La agarro, digo «No la necesito» y la tiro a la basura. «Igual tengo más» me contesta. Mi viejo y su ahora amigo me miran con odio.

«Te quiero en la silla» grita uno. No sé quién, tampoco me interesa. Agarro una silla, la coloco en frente de estos cerdos y me siento. «¿Cigarrillo?» pregunta uno, acercándome un pucho y un encendedor. Lo miro con intriga, me regala una sonrisa cómplice y, en voz casi inaudible, dice «Tranquilo, estamos acá». Hago como si no hubiera escuchado nada, prendo el pucho y le devuelvo lo suyo. Ojalá que no mienta.

«¡La marimachoo!» grita otro. Se refirió a Ángeles, tiene el pelo corto y cara de ojete. Se dio cuenta sola, se acerca a mí y se sienta en mi regaso sin importarle nada. Quiere que todo esto se acabe, igual que yo.

Expulso todo el humo que tenía en la boca, Ángeles me agarra del cuello y me empieza a besar de forma torpe. «¡Besale otra cosa!» y empiezan a reír como retrasados. Pongo el cigarro en mi boca y le niego con la cabeza. No me hace caso, se arrodilla en el suelo y baja el cierre de mi pantalón. «¡Te dije que te tomaras la pastillita!», «¡Después quiero yo!», «¡Hacelo bien!».

El momento en que Ángeles me toca una ira enorme me invade que tengo el impulso de apartarla, subir mi pantalón y empezar a gritarles. Obviamente no les gusta nada. Se levantan como si fuesen una estampida, me agarran por un lado, y a las chicas por otro. Comienzan a manosearlas, a las dos, y me obligan a mirar. «Esto no estaría pasando si lo hubieras hecho bien», «Esto es tu culpa, ¡mirá!», «¡Ahora vas a ver cómo se hace!». Entre los que las tocan está mi viejo. Lo veo y siento demasiado asco hacia él, siento odio hacia esa persona de mierda.

Las chicas gritan, desesperadas, y yo no puedo hacer nada. Las empiezan a desvestir; «NO LES HAGAN NADA» grito llorando, «YO TENGO LA CULPA. ¡DESCARGUENSE CONMIGO!». Forcejeo para que me suelten, pero tienen mucha más fuerza que yo. En eso se acerca Esteban, ya no es más mi padre, y me golpea el estómago. «Es obvio lo que querés, si sos puto». Sueltan a las chicas y se acercan todos hacia mí. Nomás me miran. Este es el proceso donde piensan qué hacer. Uno de los tipos me empieza a besar, de forma asquerosa, y me toquetea. Otro, por detrás, también. Por suerte, a las chicas las dejaron en paz.

Las ventanas se rompen y caen bombas de humo, todos comienzan a toser y a salir corriendo. Busco a las chicas, y me las llevo al baño para encerrarnos. Se escuchan tiros, tipos gritando y tosiendo, insultos y demás. Miro a Ángeles con pena, pidiéndole perdón, pero solo me abraza. Mica se une a este acto.

«¡DESPEJADO!» se escucha la voz de una mujer. «¡HABITACIONES DESPEJADAS!», «¡NO HAY SEÑAL DE ELLOS!». Abrimos la puerta del baño y vemos a un gendarme. Nos mira, nos sonríe y dice «¡Ángeles, Micaela y Nicolás están conmigo!»

NicolásWhere stories live. Discover now