7

75 6 0
                                    

—¿Hola? Hola las pelotas. El día que sea legal portar armas lo re cago a tiros, ya te dije, lo voy a hacer mierda. ¿Ahora qué pasó? ¿No estaba todo tranquilo? ¿Nos mentiste? Dijiste que estuvo todo bien toda la semana, boludo. Mirate—.

—No tengo espejo—.

—No te quieras hacer el chistoso ahora, estúpido—.

—Calmate, Jaoquin. Si no dejás de hablar no te va a responder— parece que Joaco y Simón vieron todo. Qué vergüenza —A ver, mirame— Simón agarra con cuidado mi cara y me hace mirarlo. Sus ojitos azules denotan que está preocupado y asustado. Con su pulgar toca justo donde recibí los golpes; duele mucho —Se está formando un moretón, te lo tenés que hacer ver—.

Agarro su mano y la llevo hasta mi mejilla, él comienza a hacer caricias y yo apoyo un poco mi cabeza sobre ella. Tanta costumbre a golpes hizo que mi cerebro olvidara que hay gente que usa sus manos para otras cosas que no sean para violentar.

—Basta. Vamos a casa. Y vos venís con nosotros— dice cortante y enojado Joaquin. Tiene todo el derecho del mundo a enojarse e insultarme.

Agarra mi mano y me tironea de forma brusca. Mi cara no tocó el piso de no haber sido porque puso su cuerpo ante el mío para evitar que cayera.

—Deja de arrastrarte como gusano y camina como humano, man— se burla de mí y me sonríe, así es como él se calma y me lo transmite. Sin él yo ya estaría muerto, posta.

Caminamos, lento, y llegamos a la confitería. Me suelto del agarre de mi amigo y me siento. Me miran con preocupación, pero les hago un ademán con la mano y se sientan a mi lado. Observan cómo trato de acomodarme mientras expulso todo el oxígeno retenido en mis pulmones. Estando acá sentado, con ellos a mis costados, me siento más tranquilo.

—Ustedes vayan que yo tengo que volver a casa—.

—¡¿TANTOS GOLPES TE HICIERON ESTÚPIDO, NICOLÁS?!— me grita agarrando mis hombros y girándome hacia él —¡TE VAN A MATAR!— me zarandea —¡No puedo permitir eso! No te podés morir vos también— su voz se quiebra, mantiene su agarre en mis hombros, agacha la cabeza y comienza a llorar.

—Perdón— es lo único que puedo decir mientras observo cómo se desmorona en frente mío. Claramente esto lo afecta mucho —Sabés que no los puedo dejar. Sos el único que me entiende. No me hagas odiarme— le suplico.

—Odio tu apatía hacia vos mismo. No puedo entender como es que no te produce NADA que te estén asesinando. Todos los días te matan un poquito más, y vos no te das cuenta— dice con odio.

—¡Ja!— me burlo —¡Tenés razón! No me importa lo que me hagan, no me interesa. Al final de cuentas no sabés NADA, Joaquin. No entendés nada— me levanto mientras me río con ironía —Soy un masoquista. Me gusta que me caguen a palos, que me insulten todos los días, y que siempre me hagan acordar que soy YO quien tiene la culpa de usar este guante— muevo de forma violenta mi mano izquiera cerca de su rostro —Solo sirvo como saco de boxeo. Y eso me encanta— digo entre dientes y me río de forma sarcástica. Los dos estamos sufriendo, pero no sabemos cómo controlarlo.

—¡Basta!— nos grita Simón —Entiendo el dolor que sienten, pero no se hablen así—.

—Callate, ni se te ocurra meterte. No te hacés ni la mínima idea de lo que pasa, así que mantenete al margen—.

No digo más nada y comienzo a caminar a mi casa. Que Simón decida involucrarse es malo, sé que la va a pasar mal. Si a Joaquin no pude correrlo del tema, sé que a él sí lo voy a poder evitar. No quiero que nadie más sufra por mi culpa.

Logro dar un par de pasos hasta que alguien me agarra del brazo y me gira. Me doy cuenta que me está abrazando, ya que con sus brazos rodea mi cuello.

—No te voy a dejar solo— no sé cómo, no sé cuándo, pero lágrimas comienzan a brotar con desesperación de mis ojos; es como si las estuviera guardando desde hace años esperando este momento.

NicolásWhere stories live. Discover now