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—¿Quién rinde hoy?— les pregunto. Están todos con cuadernillos y libros.

—Yo— dicen al mismo tiempo Joaco y Simón.

—¿Vos también? ¿Qué estudiás? ¿Cuántos años tenés? ¿Soy el único que piensa que sos chiquito? ¿Son muchas preguntas? ¿Perdón?— todas mis preguntas dirigidas a Simón creo que me hacen parecer retrasado. Por suerte todos, incluido él se ríen. Yo no, de verdad creo tener cara de pelotudo.

—Sí, rindo; primer año de nutrición; tengo 18; siempre me dicen que parezco más chiquito; es la primera vez que me hacen tantas preguntas seguidas sin respirar; y sí, te perdono— responde con cierta seriedad para evitar seguir riendo. Es muy tierno.

—ALGUIEN ESTÁ ENAMOR...—

—ES INCREÍBLE CÓMO PASA EL TIEMPO, YA SE HIZO LA HORA. ¿VAMOS CHICAS? QUE LES VAYA BIEN. CHAU— interrumpo a Joaquin gritando y empujando a las chicas para ir a nuestra aula.

—¿Si lo hiciste callar así es porque tiene razón?— pregunta Lore una vez ya en nuestros lugares.

—No, no tiene razón. Pero es temprano para que joda, ¿no te parece?— le cuestiono. Ellas me miran incrédulas.

—Yo te doy dos semanas. Ya vas a venir a pedirnos consejos— remata Miri riéndose como ratita.

—Las odio— les digo haciéndome el indignado y ellas se ríen —Pero lo conocí recién ayer. Solo me parece tierno—.

—Igual, la idea de Joaquin era sacarte esa cara de orto que tenés de la trompada que te dio tu viejo anoche. ¿No te viste la cara? Alto moretón—.

—¡Ay, Lore! ¡Tenés que ser más discreta!— la reprende Miri.

Ellos me conocen demasiado y saben descifrar las señales que mi cuerpo emite sin yo decir nada. Hay veces que los odio, porque no siempre tengo ganas de recrear la situación mal vivida en mi cabeza nuevamente. Y a veces agradezco que lo sepan, porque siempre saben cómo hacerme olvidarlo.

Tengo suerte de no estar solo, siendo que ellas estudian junto a mi medicina, mientras que Dante y Lucas educación física, y Joaco y Simón nutrición. Nunca se nos hizo fácil estar juntos en los recesos, pero hoy fue la excepción.

Las horas de clase pasan volando y yo debo volver a casa a buscar mis patines para dar clases. Es tan poco el tiempo que tengo de ir y volver que llego casi muerto a casa. Por suerte no hay nadie y almuerzo tranquilo.

Lamentando tener tan pocas horas de enseñanza ya me estoy encontrando en mi casa nuevamente para buscar mi ropa para mi otro empleo. Pero, en esta ocasión, mamá se encuentra en la cocina. Un simple «Hola» que no recibe respuesta no me afecta.

Mis últimas horas de laburo terminan a las doce de la noche, y en menos de media hora ya me estoy encontrando acostado en mi cama con una ducha encima bien merecida.

NicolásWhere stories live. Discover now