19

31 2 0
                                    

—¡TENEMOS A NICOLÁS! ¡NECESITO AYUDA!— vuelve a gritar la poli. Tironea de mí para que me acerque a una patrulla mientras ella hace de escudo para mi cuerpo.

Trato de empujarla y alejarme, lo que se hace imposible ya que dos policías más me agarran por la espalda. Veo a mi viejo que entra gritando al auto y sale con un arma; una nueve milímetros, y comienza un tiroteo.

Automáticamente nos tiramos al piso y nos arrastramos hacia un patrullero. Los policías tratan de hablar con él, pero está demasiado sacado como para que puedan tratar de dialogar. Me levanto del suelo, me asomo para mirarlo y veo que me devuelve la mirada con rabia. Apunta hacia mi dirección y no titubea al jalar del gatillo.

Siento un estruendo y me encuentro, nuevamente, en el piso. La poli rubia, que anteriormente me había mirado con amabilidad, está gritando del dolor. El disparo, con entrada y salida, hizo un agujero en su costado derecho. Es demasiado grande y está sangrando demasiado. Me saco la campera, la apoyo en su herida y hago presión para evitar que sangre más de lo debido.

En este instante solo hago dos cosas; llorar y apretar el agujero que le provocó mi propio padre, con un arma de fuego, a un ser inocente quien solo quería hablar con él para aclarar lo que estaba sucediendo. Quien, también, salvó mi vida de él mismo. Esta mujer acaba de salvar mi vida y yo solo puedo apretar mi campera contra su cuerpo. Es mi limitación, y trato de hacerlo lo mejor posible.

—Perdón— le digo, mientras la miro y sigo apretando —Perdón, perdón, perdón...— las lágrimas no dejan de salir, mi cuerpo tiembla demasiado y mi miedo no se reduce —Lamento todo esto. Es mi culpa, ¡perdón!—

—No digas eso— dice, entrecortado, como puede por el dolor, y estira su mano hacia mi cara —Sus acciones no son tu culpa— me sonríe, tose y sale sangre de su boca —Lo único que te pido; no seas como ellos— dicho esto, su mano cae, su sonrisa se desvanece, y su mirada queda perdida en la nada. Acaba de fallecer en mis brazos, y un idiota como yo fue lo último que vio.

Dejo de presionar y dejo mi campera al lado de su cuerpo inerte. Cierro sus ojos con cuidado, como si fuese lo más frágil del mundo; aunque, para mí, lo es. Me levanto, tambaleándome, sin dejar de mirarla. Un posible compañero de ella me mira y me grita «¡¿Qué pasó?!» acercándose hacia donde me encuentro. La mira, sin vida, y se larga a llorar. «Perdón», es lo único que sale de mi boca.

Creo que perdí la noción tanto del tiempo como mi audición, la diferencia es que no están ni mis viejos ni el auto. No sé en qué momento se detuvo este enfrentamiento, pero sé, con certeza, lo que se detuvo. Y no fue solo el corazón de esa leona, que usó su cuerpo para salvarme, sino que también se detuvo el mío cuando el auto bordó frenó de golpe a mi costado y, con una fuerza descomunal, vuelven a subirme e irnos a toda velocidad lejos de esta gasolinera.

NicolásWhere stories live. Discover now