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Baja la velocidad de forma drástica y nos detenemos en una estación de servicio. El momento en el que me mira, comprendo que quiere que me saque el guante. El problema es que no tengo vendas en la mano, y se ve horrible.

—No quiero que lo dejes acá. Damelo— no digo nada, solo hago lo que me dice —Todo el tiempo vas a caminar delante de nosotros. Si hacés algo ya sabés lo que va a pasar— asiento, es lo único que puedo hacer ahora.

Bajamos del auto y habla con un pibe para que nos cargue nafta. La primer cagada es que tenemos que entrar al minisuper y pagar; la segunda es que está lleno de policías y los nervios de mis padres se les nota a flor de piel.

Mamá está agarrada de mi brazo, como si fuese lo más normal y cariñoso del mundo. Siento una lastimosa repulsión hacia ella. Realmente odio esta sensación.

—¿Querés comer algo, amor?— creo que me está hablando a mí, ya que me mira y me hace un gesto desesperado para que agarre algo para picar. Nomás agarro un paquete de papas fritas chico y se lo muestro a la cajera. ¿De dónde saca la plata mi vieja para pagar? Ni idea.

Volvemos en dirección al auto pero todavía le falta llenar. Miro a mi alrededor, hay bastantes patrulleros y policías. Me siento observado.

Veo como dos mujeres oficiales nos tienen la mirada clavada con incertidumbre. Si las sigo mirando seguro se acercan, y si se acercan se va a armar un re quilombo. Desvío mi mirada hacia mi viejo mientras abro el paquete de papas y le hago una seña, en complicidad, para que sepa que nos están mirando.

—¡¿QUÉ MIRAN?!— les grita a las oficiales. Bestia no se hace, se nace. En eso las chicas se acercan sin sacarme la vista, a mí, de encima.

—Se van a dar cuenta, calmate— es lo único que le puedo decir. Me mira y tengo que bajar mi mirada. Veo mi mano izquierda y automáticamente la meto en el bolsillo de mi campera. Acto siguiente, una de las oficiales me agarra del hombro, y, lentamente, me da la vuelta.

—¿Cómo estás? ¿Hacia dónde se dirigen?— pregunta una de ellas con amabilidad y una sonrisa.

—A la casa de un tío— apuro a decir. Prefiero que me puteen en el auto a que se arme un escándalo acá. Me mira con intriga y sarcasmo. Me parece que no me creyó.

—¿Puedo ver que tenés en el bolsillo?— pregunta mientras agarra mi brazo y trata de sacar mi mano con delicadeza.

Una acción bruta de mi parte, ya que la tironeo y casi cae al suelo. Por suerte en ningún momento mi mano queda expuesta. La otra poli me mira con enojo, solo me hago bolita en mi lugar. Se para delante mío, con autoridad, y levanta mi cabeza. Lo que dice a continuación, creo que son las últimas palabras que voy a escuchar en vida, y, con ellas, me iré al infierno.

—¡SOSPECHOSOS EN MIRA! ¡TENEMOS A NICOLÁS!—.

NicolásWhere stories live. Discover now