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Sentado en el suelo de mi habitación me encuentro hoy, domingo de tarde, limpiando los rulemanes de mis patines mientras espero que la impresora termine su labor de darme mi trabajo práctico para la facultad.

Considero este día de la semana el más aburrido de todos. Solo puedo dedicarme a estudiar, siendo que no trabajo hoy y entreno solo de mañana. Incluso, estos días me han obligado a reflexionar mucho y siento que algo le falta a mi vida. No solo necesito una nueva, y no necesariamente es algo, sino alguien.

Dejo lo que estaba haciendo, y pensando, para tomar la determinación de salir a correr un rato. Tomar mi ropa y mi aparato de música no me toma tanto tiempo como lo hace mi conciencia para evitar problemas hoy.

Al dirigirme a la cocina para agarrar una manzana, me encuentro a mi madre sentada leyendo una revista. Trato de no hacer mucho ruido para no importunarla, pero parece que fallé con mi intento.

—Tu viejo vuelve dentro de un rato. Más te vale que no se enoje— al escucharla me di vuelta como bala, solo para encontrarme con que me habla sin mirarme.

Y, si él se enoja, es porque el alcohol que toma sin medida alguna es lo que le produce su ansiedad e ira. No es culpa mía que sea un alcohólico.

De igual manera prefiero no contestarle, solo para evitar más problemas de los que, probablemente, no podría solucionar.

Al morder la manzana me encuentro con que estoy masticando a un ser vivo. O no, ya que me acabo de comer la mitad de su cuerpo. Un gusano estaba viviendo en mi comida.

—Siempre comprás comida podrida, idiota— tal parece que me estaba mirando.

—Yo no compré esto— la contradigo.

—Que ni se te ocurra volverme a contestar así— dicho esto, me como un tortazo en la nuca. Mi error al contestarle.

Al agarrar un cuchillo y partir la manana, me encuentro con un pueblo de gusanitos felices de verme.

—Más te vale que te la comas— para evitar repetir la situación recién vivida no le contesto. Tampoco le hago caso, tiro todo a la bolsa de basura y la saco a la calle, mientras me dedico a estirar un poco para comenzar a correr.

Al colocarme los auriculares y empezar mi marcha, sale ella y comienza a gritar cosas que no logro entender. Consiguiendo más distancia dejo de escucharla y me sumerjo en mis pensamientos.

Siempre he querido contradecirlos, hacerles entender las cosas, pero no es bueno. Si siempre me llevo más de dos golpes seguidos por solo respirar, no me quiero imaginar qué puede suceder si les hablo.

Creo no recordar cuánto tiempo me llevó, pero llegué a la plaza donde comienzo a dar un par de vueltas y me encuentro con mis amigos.

—¡Eeeeeeeeehh!— grita Joaquin comenzando a correr a mi lado. Es mi amigo de la infancia.

—¡Yooooooo!— le contesto —Somos tarados—.

—Re tarados. Dale, tirate al piso— me reta.

Aparecen Miriam y Lorena, junto a Dante y Lucas y nos alientan a hacer flexiones de brazos.

Y comenzamos a contar.

Diez, veinte, treinta. Y Joaco se cansó.

—Te odio— me dice, riendo.

—El sentimiento es mutuo. Pagame, dale— le contesto, también riendo, aún estando en el suelo.

En eso, aparece un chico rubio, con lentes y un muy lindo perrito. Dicho perrito, se lanza sobre mí y comienza a lamer mi cara con euforia. Lo abrazo y comienzo a dar vueltas en el suelo, lo acaricio y yo me encuentro con la cara llena de babas.

—¿De quién sos, cosita preciosa?— al levantarme, el perro se para en dos patas para, literalmente, abrazarme —Este puede ser el primer abrazo honesto que recibo desde hace años—.

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Decidí tomar mi amor por Nicolás y hacerle un par de cambios.

Sé que la empecé a publicar no hace mucho, pero vi que necesitaba una redacción diferente y heme aquí.

Nico es mi vida y necesita leerse lindo.

;D

NicolásWhere stories live. Discover now