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Acaban de darme de alta, hoy martes, sin ningún tipo de problema. A no ser que haya querido que avisen a uno de mis padres, a lo que me negué sin dudarlo. Aparte de que no sé absolutamente nada de ellos. Pero, llamé a Sebastián, el papá de Joaco, para que me venga a buscar.

En su momento fue el mejor y el más confiable amigo de mi viejo. Con el transcurso del tiempo fue perdiendo tantas amistades como aumentaban los maltratos. Pero, a pesar de todo, sé que puedo confiar en él y que siempre voy a ser bienvenido en su casa.

Me encuentro en la entrada del hospital esperando, llevando puesto solo una campera con la que me estoy cagando de frío. Mientras doy un par de vueltas en el lugar y enciendo un cigarrillo veo el auto de Sebas llegar. Veo a Joaco bajar y me acerco a ellos; mi amigo me abraza mientras me dice que hay un lugar más en su casa. Le agradezco y me subo al coche sin pensarla mucho.

—¿Cómo te sentís?— pregunta Sebas —Te quedás en casa todo lo que necesites, ¿sabés?, y no te vayas sin avisarnos; en realidad no esperamos que te vayas, queremos que te quedes con nosotros, sabes que sos como un hijo y no queremos...—

—Gracias Sebas— le interrumpo riendo —Me lo dijiste varias veces, no gastes más saliva. Igual no pretendo molestar mucho, es hasta que logre solucionarlo—.

—Sabés que no molestas— pronuncian al unísono mi amigo y su padre. Ojalá yo tuviera su suerte.

Damos marcha a su casa, mientras ponen música a toda volumen y comenzamos a cantar a todo pulmón. La música es nuestra vida, como si la mismísima madre del rock nos hubiera parido y compartido sus genes de la pasión.

Miles de recuerdos azotan mi mente y me hacen entar en una dolorosa nostalgia. Y tantos sentimientos encontrados que no me dejan pensar claramente en lo que realmente quiero. Creí haberlo sabido cuando besé a Simón, aunque fue muy repentino y rápido. Sigo considerando en esperar y conocerlo para poder avanzar tanto con él como conmigo mismo.

Rosa, la mamá de Joaco, llama por teléfono y literalmente nos grita, a los tres, que nos apuremos para llegar. ¿La excusa? Que el desayuno ya está servido y que se nos va a enfriar.

—¡Me olvidé de mi mujer!— se burla Sebas mostrándonos su lengua. Un «JA, JA QUÉ GRACIOSO» se escucha desde el celular de mi amigo antes de que se corte la llamada. Nos reímos por lo recién acontecido y nos apuramos en llegar.

—¡AY, MI AMOR!— grita Rosa cuando nos ve bajando del auto mientras extiende sus brazos. Joaco abre los suyos, esperando un abrazo, pero su madre lo esquiva rotundamente. Me encierra con sus extreminades y me atrae hacia su cuerpo. Más que un abrazo parece un roce ya que lo hace de una forma demasiado cuidadosa. Me limito a rodear su cintura y esconder mi cara en su cuello. Ya la escucho sollozar.

Logro calmarla repitiendo lo que digo siempre: "estoy bien", "me siento bien", "no tengo nada, solo hambre". Entramos a su casa y ese olor tan familiar inunda mi nariz; acá solo se respira amor. Lo que en palabras de Joaco y Sebas es comida.

NicolásWhere stories live. Discover now