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Al volver a casa lo único que se pueden oír son los ronquidos de papá, lo que, para mí, es la paz absoluta. Me adentro con sumo cuidado a mi habitación y busco ropa para poder tomar una ducha.

En cuanto el agua hace contacto con mi piel siento dolor en todo el cuerpo. Pero eso no impide que deba hacerlo con prisa; tengo miedo de que alguno de los dos se levante para usar el baño.

Vuelvo a mi habitación y me encuentro con mi trabajo práctico impreso y mis patines aún desarmados. Chequeo un par de cosas más en mi computadora y la apago. Realmente siento que ellos no ven todo lo que yo hago, sinceramente no encuentro motivo alguno para que me traten de inservible, todo lo que tengo me lo compré yo sin pedirles dinero en ningún momento. Además, todo me lo consiguió Joaco, ya que yo no sé nada de tecnología.

Armo mis patines como se debe y, antes de guardarlos en el bolso, les paso una franela para sacarles el poco polvo que puedan tener. Y, la verdad, no todos entienden mi pasión por esto. Los dejo donde se debe y me voy a dormir.

Las tremendas ganas de mear me despiertan y debo ir corriendo al baño. Pero, algo que no me esperaba, es que esté ocupado. Muchas ganas de ver quién está dentro no tengo, así que me doy media vuelta decidido a volver a mi habitación pero el chirrido de la puerta del sanitario hace que el miedo invada todo mi cuerpo. Por instinto, me doy vuelta lentamente y lo veo salir a él.

Lo miro, como cualquier persona, y se ve que está muy estropeado. Siento demasiada lástima por él, aparenta tener más de sesenta.

Lo veo pasar por mi lado izquierdo, y yo sigo quieto en mi lugar. Pareciera que no se dio cuenta de mi presencia que me ignora y entra a su habitación. Por un momento sentí que se me detuvo el corazón.

Tuve miedo de que creara otra escena en la que yo trato de abusarlo a él, siendo que una vez me denunció por acoso sexual de mi parte hacia su persona. Increíble.

Escucho cómo la alarma de mi teléfono suena. Creo que olvidé de que me estaba meando, o me meé encima porque ya se me fueron las ganas. Incluso miré mis pantalones, pero por suerte estoy sequito.

Vuelvo a mi habitación y me visto como se debe, agarrando mis pertenencias y abandonandola, no sin antes cerrando con llave. Nunca intentaron entrar por la fuerza, y por suerte no tienen una copia de mi llave, me la consiguió Joaco.

Mi desayuno es una simple manzana verde, con la suerte de no encontrarme a nadie en mi camino.

Decido ir pedaleando hasta la facultad ya que el ejercicio durante la mañana evita que me estrese de sobremanera el resto del día.

—¡Nicoo!— me gritan mis amigos, encontrándomelos en la entrada de los salones, incluido Simón.

Tengo suerte de tenerlos a ellos en mi vida, son los pilares más importantes que sostienen mi infierno cotidiano. Con ellos a mi lado, siento que nada es tan malo como parece.

NicolásWhere stories live. Discover now