Waabishki - Blanca

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Cuando uno de los generales de aquel séquito cayó bajo la hoja de mi daga, se sucedieron unos segundos de intenso silencio. Mi respiración estaba tan alterada que le pecho subía y bajaba ardientemente. Miré hacia aquella zona y vi que tenía toda la ropa cubierta de sangre, las manos, aún cargando el arma, manchadas de rojo hasta la altura de las muñecas. El verdadero tono de mi piel había desaparecido bajo aquel manto mortífero. En el suelo, el cuerpo de mi víctima, con las tripas hacia afuera, había perdido cualquier rastro de magnificencia.

Yo había hecho aquello.

— ¡¡¡Retirada!!!

En un eco, alcancé a escuchar los gritos de Namid e Ishkode. Viré el cuello, entre apabullada e inconsciente, y los vi sobre sus caballos, marchándose, mirándome con desesperación. Era la única que quedaba en aquella parte de la llanura. Parpadeé, mareada, y mis ojos se encontraron con aquel que bailaba con las estrellas. Estaban marchándose, acorralados por los mohawk que los empujaban hacia el bosque. Estaban marchándose sin mí.

— Señorita... — balbució un moribundo Thomas Turner —. Señorita..., huya...

Las doradas pupilas de Namid, humecidas como lluvia primaveral, no se apartaron de mí mientras me quedaba sola ante el peligro. Velozmente comprendí que no podían rescatarme, ya que morirían con toda seguridad en el intento. Yo me había separado del grupo y había hecho caso omiso a las advertencias de Ishkode.

— Señorita...

Solo un par de indígenas estaban cerca de donde yo me encontraba, puesto que el resto estaban persiguiendo a los pocos supervivientes de mi grupo. Tardaron muy poco tiempo en reaccionar: en milésimas de segundo, echaron a correr hacia mí. "No tienen caballos, ¡debemos desaparecer de inmediato!", deduje. Me di la vuelta hacia Thomas Turner e Inola apareció con presteza, tumbándose sobre la hierba sin recibir órdenes expresas.

— Señorita..., váyase... — deliraba.

— Voy a sacarte de aquí aunque me cuesta la vida — dije.

Mi brazo izquierdo estaba totalmente entumecido, pero ignoré el insoportable dolor y tiré del cuerpo del mercader hacia la cruz del caballo. Tumbado sobre él, monté e Inola se irguió. Dos flechas rozaron mi oreja. Namid y los nuestros ya estaban fuera de mi campo de visión y solo me restaba la decisión de qué dirección tomar. Apreté los labios y me adentré justo en el rumbo opuesto, separándome definitivamente de mis compañeros.

De nuevo, estaba sola.


‡‡‡


Amparados por la noche, detuve la marcha en una escarpada cordillera que me permitía observar con cierta ventaja los alrededores y anticipar así posibles ataques. Bajé a Thomas Turner con sumo esfuerzo, casi perdiendo el equilibrio, y no perdí ni un solo instante: le levanté la camisa y examiné su herida. El proyectil no había conseguido abrir un orificio de salida y estaba incrustado en la parte superior del vientre, entre las costillas. Había perdido una considerable cantidad de sangre y desvariaba entre tembleques.

— Dios santo... — murmuré al ser consciente de la gravedad —. ¿Cómo diantres voy a curarte?

Albergué unas intensas ganas de llorar, pero me contuve. Era incapaz de distinguir a quién de los dos pertenecía la sangre derramada. Inspiré, luchando por calmarme. "Debo extraerlo y cerrar la herida", ordené mis ideas.

— Se..., señorita... — intentó hablar.

— No hables, te debilitarás — urgí.

— Se..., seño..., señorita... — levantó un poco la mano —. Hay..., hay..., hay alguien más...

(YA A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoWhere stories live. Discover now