Maadaakizo - Ella empieza a arder

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No me soltó hasta que las lágrimas cesaron. Me estrechó en sus anchos brazos como solía hacerlo Jeanne, acallando las miedosas voces de mi cabeza. Y yo no pude alejarme, era como si fuera a desaparecer en cualquier momento. Habían pasado dos largos años entre nosotros, ¿por qué me sentía de la misma forma?, ¿los corazones no cambiaban al mismo ritmo que las personas? Estaba tan asustada que el temor se volvió dulce entre los dientes.

Pausadamente, Namid me giró, poniéndonos frente a frente. Nuestras miradas se encontraron y un escalofrío me recorrió de pies a cabeza. La timidez me secó la garganta. El pasado se convirtió en una mesura inmedible. Sus ojos, las brillantes pupilas de un joven de veinte años, eran distintas y paradójicamente iguales a las que recordaba. Una profunda cicatriz en vertical decoraba la entrada de las pestañas de su ojo derecho. La forma de su mandíbula, que siempre había sido prominente, estaba todavía más marcada por las penurias. Su piel, bronceada por el sol, hacía refulgir sus labios de terracota, la bella malformación de su boca. Los restos de una adolescencia casi caduca habían desaparecido completamente: Namid ya era un hombre, alto y todavía más fuerte. El corazón se me aceleró cuando vi que él también estaba observándome al detalle. Situó mis manos sobre su pecho desnudo y buscó dentro de mí. Lo sentí entrar y remover en las memorias. No deseaba que lo hiciera; quería evitar que supiera sobre mi dolor, que descubriera que estaba completamente a su merced. Yo estaba sucia, llena de sangre, barro y mugre, y de pronto me albergó un sentimiento de inseguridad. Pensé que no encontraría nada en mí que fuera de su agrado.

— ¿Por qué has venido hasta el fin del mundo?

Su pregunta, pronunciada con pulcritud en francés, me tomó por sorpresa. El tono había sido inexpresivo, pronunciado con una voz todavía más ronca de la que invocaba. Clavó sus ojos en los míos y noté el ahínco de su curiosidad enrabietada. Inevitablemente me cuestioné sobre los motivos que me habían hecho situarme en la primera fila del peligro. ¿Por qué había ido hasta el fin del mundo? "Para encontrarte. Para encontrarme", respondí interiormente.

— Porque era lo correcto — repetí las palabras de Antoine en un susurro.

Lo vi: vi, como lo había hecho en todos los demás, que desaprobaba la idea de mi presencia allí. Namid, a pesar de cualquier circunstancia, anhelaba protegerme a cualquier precio. Pero yo no quería ser la muñeca de porcelana de nadie. Tenía el mismo derecho a romperme, a lanzarme al vacío, fueran cuales fueran las consecuencias. Había tantas cosas en el aire, tantos huecos, que eran imposibles de gestionar. Éramos dos desconocidos gemelos.

— ¿Dónde están? — rompió el silencio.

Era profundamente extraño poder comunicarme con él en el mismo idioma, pero el puente fallaba entre nosotros. Ambos estábamos resistiéndonos, cautelosos el uno del otro, como el hombre blanco y el piel roja lo hacían.

Aparté la vista al comprender a quiénes se refería. Namid ladeó el rostro y la antigua dulzura estuvo a punto de estallar. Sin embargo, se contuvo y esperó a que yo respondiera.

— A salvo.

Se me quedó mirando fijamente, serio. Repentinamente, me apartó un rastro de sangre seca de la mejilla. Cuando él me tocaba, el cuerpo se volvía blando. ¿Cómo debía de reaccionar? ¿Por qué no nos abrazábamos como antes, sin reservas?

— El fuego...

Parecía estar meditando múltiples cosas simultáneamente.

— ¿Qué fuego? — me falló la voz.

Con un suspiro musitó:

— Ha despertado.

Iba a hablar cuando Ishkode apareció de entre los árboles. Instintivamente, los dos nos apartamos. Con sospecha, se acercó y nos escudriñó con censura. No confiaba en mí, era evidente. Namid se tensó y su hermano se dirigió a él en ojibwa. Lo estaba haciendo para excluirme y la rabia me carcomió. El momento había acabado.

— Os dejaré a solas — añadí al ver que mantenían una tirante conversación en la que no estaba invitada a participar.

En el momento en que hice el ademán de moverme, Namid titubeó: su ser reaccionó con rebeldía, ansiaba que me quedara. Noté sus ojos en la nuca, pero seguí caminando. Necesitaba estar sola para procesar lo que había pasado y lo que podría pasar en un futuro.

— ¿Señorita Waaseyaa?

Levanté la barbilla y Thomas Turner surgió. Su semblante estaba repleto de preocupación. Aposté a que había esperado hasta el extremo para no venir a buscarme e interrumpirnos.

— ¡Namid!

Ishkode gritó con autoridad y viré el cuello. Movido por una fuerza desconocida, Namid estaba casi detrás de mí, a punto de agarrarme para evitar que me fuera. Su mano se detuvo en el aire al distinguir al mercader. Ambos se miraron sin hostilidad, aunque con cierto reparo. El inglés le hizo una pequeña reverencia y él frunció el ceño. Rápidamente, Ishkode lo cogió del codo y tiró con brusquedad. "Está ordenándole que nos deje en paz", entendí. ¿Quién era para darle órdenes?

— Suéltalo — dije sin más.

Los tres hombres me otearon con sorpresa. Las cejas de Namid se tornaron tiernas. Su candor reposaba latente, pero había sobrevivido. No importaba lo que pudiera pasar, yo siempre le defendería.

— He dicho que lo sueltes — aumenté la convicción.

— Señorita Waaseyaa... — me intentó apartar Thomas Turner.

— Tú no dar órdenes — se indignó Ishkode, imprimiendo más fuerza.

Namid poseía la capacidad física suficiente para zafarse, sin embargo seguía quieto, cada vez más absorto en mí. Yo me moví hasta casi sentir su respiración y empujé a Ishkode. El factor sorpresa provocó que lo soltara.

— No le pongas un dedo encima.

El silencio se acopió del espacio. Mi osadía despertó la ira del primogénito, quien me miró con desprecio. Me hubiera pegado una paliza allí mismo si no hubiera apreciado a su hermano. No le tenía miedo, se lo hice saber mientras le miraba.

— Seño...

Aparté de un manotazo a Thomas Turner, tan enfadada que temí despotricar. Me sentía decepcionada, feliz, herida, incompleta, confusa, satisfecha.

— Dejadme.

Con las lágrimas de nuevo asomando, evité a Namid y salí corriendo.

El fuego había despertado y estaba quemándome viva.

(YA A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoWhere stories live. Discover now