capitulo 49

2.8K 281 16
                                    



Aiton

Mi alarma sonó, como siempre. Pero en lugar de levantarme de la cama, lancé el reloj al otro lado de la habitación, rompiéndolo en pedazos.

Era molesto de todos modos. Estúpido reloj. Estúpida alarma. No te voy a extrañar.

Me di la vuelta y me volví a dormir.

Hasta que finalmente arrastré mi cuerpo fuera de la cama y mi cabeza daba vueltas todavía. No me levanté porque quisiera sino que el maldito portero no paraba de sonar. Que ganas de matar al culpable.

No debí haber vuelto a este departamento.

Abro la puerta y "mi amigo" entra con más del entusiasmo tolerable esta mañana de mierda como tantas últimamente.

Después de esto no será más mi amigo.

—¿A vos te falla o qué tipo de problemas tenes? —digo claramente demostrando mi exceso de mal humor. —Son las ocho de la mañana!

—Vamos a correr un poco. —lo miro haciendo fuerzas por no matarlo. —Dale, le dije a Tom que pasábamos por él.

—No tengo ganas, vayan ustedes dos yo después voy. —Tenía planes, pasar la mañana durmiendo y la tarde pensando como todo se fue a la mierda para salir a la noche y olvidarme de la conclusión que saque de eso. —A la noche nos vemos.

Dije encaminándome a la cocina por algo que desayunar.

—Bro, sabes que yo te banco a vos y a las salidas, puede que más a las salidas. —Milton me siguió. —Pero francamente no creo que salir todas las noches esté funcionando para vos.

— ¿Y salir a correr me va a cambiar la vida? —digo mientras saco cereal del gabinete, lo único que tengo últimamente es cereal y leche. Igual con eso estoy bien.

—No, pero al menos no deja resaca.

Era convincente, salvo que yo no tenía intenciones de moverme. Era temprano y apenas había dormido tres miserables horas. Llegué cerca de las cinco de la mañana como pude, caí en la cama y su aroma me envolvió por completo, su perfume cubría mi almohada. Ese perfume inconfundible que no puedo sacar de ningún lado. Era dulce, era fresco, era reconfortante, era ella. Y no puedo pasar por alto el hecho de que ella estaba aquí hace unas semanas. Y que yo podía tocarla, mirarla y besarla.

Y ahora... no puedo.

¡Maldita sea! Me descargué dándole golpes a la almohada como un chico al que dejaron castigado.

Una vez leí un artículo en una revista que decía que las mujeres se enamoran más rápido que los hombres. Más fácil y más rápido. ¿Pero cuando nosotros caemos? Bajamos con más fuerza. ¿Y cuando las cosas salen mal? Nosotros no caminamos.

Nos arrastramos.

Ahora mi pregunta es, ¿cómo correr si hace un mes que prácticamente me arrastro por la vida?

—Aiton... ¿Estas es esta dimensión? —Milton me golpeo con un derechazo que me hizo volver a tierra.

—Estoy cansado... —digo al fin.

—No entiendo como podes estar cansado si últimamente te la pasas durmiendo sin hacer nada. —ignoro sus palabras, ni que yo hubiese elegido estar jodidamente enamorado.

Enamorado, envenenado. Rogando por una muerte digna.

La imagen de la última vez que la vi en el bar vino a mi mente, estaba tan hermosa, sus ojos verdes, grandes y brillantes eran la octava maravilla. Olvidarlos era una misión perdida.

InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora