—Quiero que seas mi padrino; eres mi mejor amigo y es obvio que piense en ti para eso no hay...

—Espera —Ángel lo detuvo antes de que pudiera terminar el discurso que había ensayado en su mente las últimas horas.

—Quiero que seas mi padrino.

—Ya dijiste eso, y no voy a preguntarte el por qué, ya has dicho que es muy obvio, pero...

Las palabras no salían. Sabía que le pediría eso, pero aún no encontraba la forma de negarse, había estado pensando en eso los últimos días, sin duda era un maldito egoísta, pero era aún más cruel para él tener que pararse en el altar a su lado y fingir una felicidad que no sentía. ¿Cómo decirle que no? cuando sus ojos le miraban de esa forma, esos ojos que ahora reconocía tan propios en un rincón de su memoria; se le hacía imposible negarse. La intensidad de la mirada interrogante de Jeyko sobre él finalmente dio sus frutos, y Ángel en un suspiro y con una sincera sonrisa de derrota había dicho que sería su padrino; por lo menos mientras encontraba la forma de negarse a eso.

El encuentro sin embargo no había terminado bien. Ángel no tendría que trabajar en la mañana siguiente y a pesar de eso se había negado a quedarse con él en el apartamento. Jeyko trataba de no presionarlo y le dejó irse, tranquilo de que su mejor amigo estaría a su lado el día de su boda. Más esa mañana en la que el teléfono en su bolsillo no dejaba de sonar por las insistentes llamadas de Alex, estaba de todo, menos tranquilo. De pie frente a la puerta de la casa de los padres de Ángel, tocó el timbre varias veces hasta que una voz suave le respondió del otro lado.

—¡Oh Jeyko, eres tú!

—Señora Claudia ¿cómo está?

—Bien hijo, gracias a Dios, imagine que vendrías en algún momento, los teléfonos no han parado de sonar, incluso Andrea... ¡Qué bella mujer con la que te has hecho! sí, ella también ha llamado, tenían cita hace una hora en el almacén ¿verdad?

—Sí, por eso he venido.

—Lo sé, imagine que vendrías, sin embargo, temo que has perdido el tiempo, el desperdicio de hijo que tengo se encerró en su cuarto desde que llegó anoche, ¡no te imaginas el nivel de alcohol con el que llegó! el olor llegaba a mi habitación, ¡es impresionante la forma en la que bebe ese muchacho! siento que hayas perdido el viaje, pero se niega a abrir la puerta, y ya sabes cómo se pone si entro sin su permiso.

—Sé que es mucha molestia, pero me gustaría al menos intentarlo.

—No voy a decirte que no cariño, pero cualquier cosa que pase, es toda responsabilidad tuya, ese muchacho últimamente anda con el genio alborotado, y yo ya estoy muy vieja para lidiar con eso.

Mientras se dirigía a lo que se conocía como la habitación de Ángel pero que en realidad era lo que quedaba de un sótano. Jeyko, algo sonrojado escuchó los comentarios de la señora, que parecía pelear con sigo misma en la cocina. Golpeó un par de veces y no recibió respuesta.

—Con que estuviste bebiendo ayer sin mi eh.

Abrió la puerta seguro de que Ángel le recibiría con un almohadazo en la cara, pero el golpe nunca llegó. El cuerpo de Ángel se encontraba completamente inerte sobre la cama, boca abajo, abrazando una almohada y con el rostro hacía la pared. No hizo ningún comentario acerca de su visita.

—Debíamos vernos con los muchachos hace una hora, sé que tienes resaca, pero al menos deberías coger el teléfono.

Tampoco hubo respuesta; trato de imaginar que estaba dormido, pero un leve cambio en su respiración le hizo ver que no era así. Cerró la puerta tras de sí y se acercó con cautela a la cama, se recostó a su lado y lo abrazó por la cintura.

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