Capítulo 06

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Bajé del pequeño taxi color negro y me detuve frente a las afueras de la imponente institución

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Bajé del pequeño taxi color negro y me detuve frente a las afueras de la imponente institución. Había tomado un vuelo de madrugada en primera clase hasta Londres. Tuve problemas para pagarle al conductor pues el poco efectivo que traía estaba en dólares, y no había tenido tiempo de cambiarlo a libras esterlinas.

En fin, tuve que darle más dinero de la cuenta o sino este iba a dejarme varada en medio del camino con todo y mis maletas. Finalmente y sin poder creerlo, terminé quedándome sin dinero.

Estaba asustada, todo había pasado tan rápido que aún no había podido procesar bien lo que pasó ayer. Era increíble lo rápido que las cosas podían cambiar, verse distintas, descubrirse totalmente.

En un punto a veces llegaba a sentirme hija de nadie, pues mi padre me estuvo mintiendo toda mi vida y trató de vendarme los ojos con una realidad que parecería ser perfecta, y ahora que todo se destapó estaba tratando de remediarlo enviándome a vivir sola a otro continente. Y por el lado de mi madre, pues bueno, ni siquiera lo era realmente.

Esa mujer que pudo haberse comportado como una madre se perdió durante los años. Pero ahora, luego de que vi que el amor de muchos años no importaba más que la sangre para ella, me di cuenta de que ya no queda nada de esa mujer a la que alguna vez solía contarle mis anhelos, y mucho menos queda algo en ella para seguir llamándola "mamá".

Sacudí mi cabeza rápidamente para quitar de mí toda preocupación antes de entrar al edificio de admisión. Me detuve un segundo para admirar la asombrosa estructura. Era muy moderna con gigantes ventanas de vidrio de diferentes tonalidades. Sólo con observar el lugar desde afuera podías tener una mera imagen de lo grandioso que debía lucir todo dentro.

Empujé finalmente la puerta tratando de que esta no se cerrara y pudiera entrar con todas mis pertenencias sin que nada se me cayera. La mayoría de personas y trabajadores que me veían se quedaban algo extrañados; yo sólo los ignoraba. Si supieran la cantidad de cosas valiosas y costosas que tenía aquí, no se cuestionarían el por qué estaba tan apegada a ellas.

Caminé arrastrando mi par de maletas hasta el panel de administración. Divisé una caja vacía y en un segundo ya estaba plantada en frente de una mujer castaña que se veía más o menos de la edad de Miranda.

—Sí, puede visitar nuestra página web —habló ella al teléfono.

—Buenos días. —Sonreí para llamar su atención, la mujer me alzó el dedo índice indicándome a que esperara.

Tamborilié con impaciencia mientras miraba a todos lados. Las personas de aquí parecían muy sumidas en sus propios asuntos, igual que en Nueva York. Tal vez no iba a ser tan difícil adaptarme, ¿o sí?

—Señorita —llamó mi atención haciendo que volteara a mirarla—, ¿se le ofrece algo?

—Por supuesto. Quisiera inscribirme para el próximo semestre.

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