Cara a cara

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Matías no era el tipo de hombre que se ponía nervioso a menudo

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Matías no era el tipo de hombre que se ponía nervioso a menudo. Tenía facilidad de palabra en cualquier circunstancia, ante toda clase de gente. Sabía cómo conquistar corazones y ganarse aliados sin problemas. Tanto su inteligencia como la preparación académica hacían de él un verdadero experto al enfrentar circunstancias adversas o estresantes. Ni siquiera las disertaciones en frente de muchas personas lograban acelerarle el pulso. No obstante, aquellas múltiples experiencias que había ido adquiriendo mientras recorría el mundo no bastaban. Nada podía haberlo preparado para encarar a un hijo adulto al que no vio crecer.

¿Qué clase de cosas esperaba que le dijera y en qué momentos resultaría mejor quedarse callado? ¿Estaría Darren deseoso de conocerlo o, por el contrario, le reclamaría por todos esos años en que no estuvo junto a él? El señor Escalante tenía la garganta seca y el corazón desbocado. Sus manos frías sostenían el volante del vehículo con más fuerza de la que era necesaria. Había aceptado aquel encuentro movido por un arrebato de emoción, pero en realidad no estaba preparado para ver al muchacho. Aun así, no pensaba echarse para atrás por ningún motivo, pues la cobardía no formaba parte de su comportamiento habitual.

Matías estacionó el automóvil cerca de la entrada del camposanto. Lo primero que hizo al bajarse del coche fue tomar el teléfono celular para escribir un mensaje. Quería preguntarle a su hijo cuál era el lugar exacto en el cual debía buscarlo, pero aquello no fue necesario. Como si actuara en piloto automático, el empresario comenzó a caminar a paso rápido. En apenas unos instantes, se encontró de pie frente a la banca en donde descansaba el chico. Se detuvo cuando escuchó un fragmento de una conversación en la que un par de voces masculinas hacían mención de su nombre.

—Matías y Matilde, Escalante y Espeleta... ¡Qué coincidencias tan locas tiene la vida a veces! Tus viejos combinan hasta en los nombres —declaró el fotógrafo, con una suave risa.

—Sí, es verdad. Con tantas cosas que tengo en la cabeza ahora, no me había dado cuenta de ese detalle —respondió su compañero, mientras se frotaba un poco los ojos para alejar la sombra de las lágrimas.

Un carraspeo deliberado por parte del mayor de los tres varones interrumpió el diálogo al instante. Los dos jóvenes levantaron la vista para observar al recién llegado. Desde la posición en que estos se hallaban, la luz del alumbrado público le daba de lleno al rostro del papá de Darren. Gracias a ello, ambos chicos pudieron reconocerlo con facilidad. En cuanto las miradas del padre y su hijo se encontraron, un pesado manto de mutismo los envolvió. Cientos de preguntas arremolinadas en sus mentes estaban entorpeciéndoles la lengua. El joven Silva se percató de ello enseguida y decidió acabar con el incómodo silencio.

—¡Buenas noches, señor Escalante! Mi nombre es Jaime. Soy amigo de Darren desde hace muchos años. Es un placer conocerlo —afirmó el chico, al tiempo que se ponía de pie para estrechar la mano del hombre.

Matías se quedó mirando la elegante mano extendida del muchacho como si se tratase de una aparición sobrenatural. Tardó varios segundos en procesar que ese gesto era un saludo cordial. Sacudió la cabeza para espantar la neblina de sus pensamientos. Su inconfundible sonrisa triunfadora apareció de inmediato.

Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora