Desgarradoras confesiones

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El hecho de que Maia retomara el hábito de tocar el violín desde el cementerio durante la noche anunciaba la llegada de un cambio importante

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El hecho de que Maia retomara el hábito de tocar el violín desde el cementerio durante la noche anunciaba la llegada de un cambio importante. Mientras Darren avanzaba despacio hacia la entrada del lugar, su abrumada mente creaba decenas de escenarios trágicos empañados por las lágrimas de ambos. Todas las visiones imaginarias que involucraban a la violinista contenían una amplia gama de gritos, insultos y reclamos por parte de ella en contra de él. El chico no sabía cuál de esos nefastos espejismos terminaría por materializarse, pero estaba seguro de que aquellas desagradables escenas le mostraban la antesala de su nueva realidad: la muchacha lo detestaría para siempre.

Antes de escuchar el sonido del Stradivarius, el organismo del joven Pellegrini parecía haber estado bajo los efectos de alguna sustancia narcótica poderosa. Los recuerdos que tenía de la última conversación con doña Matilde entraban y salían de sus pensamientos en un extraño vaivén sin orden ni claridad. Se rehusaba a aceptar la veracidad en las palabras de la señora. Todo cuanto le había sido dicho aún le parecía irreal. El muchacho percibía aquel testimonio como un puñado de imágenes falsas que retrataban circunstancias ajenas a su entorno. Jamás podría haberse imaginado que su existencia misma había sido el resultado de una relación tormentosa y furtiva que seguía dañando a su mamá.

Aunque Matías era, para efectos prácticos, un perfecto desconocido en la vida de Darren, el muchacho presentía que una gran parte del vacío en su corazón se debía a la ausencia de aquel hombre. Siempre había echado de menos la figura paterna que le fue arrebatada desde muy temprano, cuando apenas era un niño que iniciaba la escuela primaria. Sin embargo, todavía no había comenzado el proceso de aceptación en su interior. El señor Escalante tendría que esperar un buen tiempo hasta el chico estuviese listo y pudiera meditar en todas las implicaciones de la reciente revelación de su progenitora.

La sonata nocturna de la joven López había aparecido de la nada para diluir todos los demás pensamientos del varón. La secuencia repetitiva que se había formado con las palabras de Matilde en su fatigado cerebro se resquebrajó de inmediato. La charla quedó relegada a un solitario rincón que apenas le rozaba la consciencia. Ya no había espacios disponibles entre sus neuronas ni fuerzas suficientes en su alma para lidiar con tantos problemas a la vez. Maia ahora tenía la totalidad de la atención del acongojado muchacho que caminaba a ritmo lento hacia el camposanto.

Si bien Darren no podía prever con total exactitud cómo actuaría la muchacha después de escuchar el impactante testimonio que él estaba por dar, cualquier reacción que tuviese sin duda sería adversa para él. El chico no podía suavizar la cruda realidad: era culpable de la muerte de una persona insustituible para Maia. Un pecado tan terrible como ese resultaba más que suficiente para merecer el desprecio eterno de la jovencita. Y él solo había sabido agravarlo y complicarlo todo aún más al decidir ocultar su implicación directa en el accidente.

Aquella verdad inconfesada despedazaría el hermoso mundo que Darren había hallado al lado de la muchacha. Él sabía muy bien que no contemplaría ni una sola sonrisa más en la boca femenina. El perdón, aunque lo anhelase con cada átomo que conformaba su esencia, jamás llegaría. No había nada que pudiese dar a cambio de la misericordia de Maia. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa que la chica exigiera de él con tal de no ser objeto de su odio enconado, pero ninguna cosa sobre la Tierra podía recuperar una vida perdida. Cualquier tipo de sacrificio que hiciera, por más significativo que pareciese, siempre resultaría insuficiente.

Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora