Capítulo 35: Crueldad

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El ejército karakeno llevaba siete días de marcha cuando salieron de los limites del reino para adentrarse en tierras despobladas de personas. Ichigo encabezaba la marcha del grupo a galope con la intensión de encontrarse con Shinji pero a unos metros más adelante tuvo que detenerse súbitamente y con él, la marcha de los cuarenta mil soldados que lo acompañaban. En medio del camino, frente a él, el soldado que había partido junto con su camarada se apareció corriendo hacia ellos y Shinji no estaba con él, lo que lo hizo suponer lo peor. Ichigo avanzó hacia él y se desmontó de su caballo al llegar a su lado.

-¿Qué sucede?-le preguntó casi cortante.-¿Donde está Hikaro?

Los camaradas de Ichigo vieron como el soldado, luego de una pobre reverencia, se acerba a este y le decía algunas palabras en voz baja que ninguno llegó a escuchar. Sea lo que fuera que le había dicho debía de ser grave por la expreción de sorpresa y enojo que reflejó el rostro de Ichigo quien de inmediato subió a su caballo y emprendió el galope acelerado haciendo que los demás lo imitaran. No entendían por qué su repentina actitud pero lo siguieron en sus monturas. Aunque más adelante no fue necesario que les dijeran que sucedía porque ellos mismos pudieron comprobarlo. Lo primero que percibieron fue un hedor a descomposición que se hacía más fuerte conforme avanzaban. Luego, a unos pocos metros, vieron el escenario más macabro que habían visto en sus vidas. El paisaje que apareció frente a ellos heló la sangre de muchos, dio arcadas a otros y al resto los llenó de una profunda ira y deseo se venganza. Un campo abierto se extendía frente a sus ojos, cubierto de cadáveres en estado de descomposición, dejados sin ningún cuidado para que sirvieran de comida a los cientos de cuervos que revoloteaban al rededor y a las bestias salvaje. Todos, soldados de Karakura que habían ido a ayudar a su reino vecino sin saber que se dirigían a su propia tumba. Las armaduras se encontraban oxidadas o ennegrecidas por la sangre seca y la mayoría de cuerpos estaban irreconocibles. La sangre, la carne muerta y los gusanos cubrían casi todo cuanto veían. Los soldados kurovinos no solo asesinaron vilmente a los soldados karakenos sino que también habían dejado sus cuerpos tirados sin ningún tipo de consideración. Ichigo reprimió las ganas que tenía de ir en pos de Kyosiro y cortarle la cabeza con su espada y contuvo sus emociones para mantener su firmeza frente a los soldados que lo acompañaban.

-Debemos sepultar los cuerpos antes de continuar, no quiero que se produzca una epidermia a causa de esto. Cavaremos fosas para cada uno, es lo menos que se merecen por haber servido al reino. Trabajaremos en turnos, mientras unos cavan, el resto montará guardia, no podemos dejar que nos tomen por sorpresa. Traten de identificar el mayor numero de cuerpos posibles para informar a sus familias. Esta ofensa que han hecho los salvajes en unión con el ejército kurovino no se quedará impune.

En cuanto Ichigo terminó de hablar los soldados se organizaron en la tarea que se les encomendó y de inmediato comenzaron a trabajar.

Lo más difícil de todo era tratar de identificar los cuerpos que habían sido atacados por las bestias y reconocer en ellos a un amigo, un familiar o un conocido. No era una tarea fácil de llevar y les tomaría su tiempo. Ichigo se paseo entre los cuerpos inspeccionandolos rápidamente cuando uno de los soldados se acerco a él con cara de alarmado.

-Majestad, tiene que ver esto. Los cuerpos, les han sido arrancado el corazón a cada uno.

-¿Estas completamente seguro de ello?

-Hasta ahora todos los que hemos revisado tienen un agujero en el pecho y donde se supone que debía de estar su corazón no hay nada.-dijo el soldado mostrándole a Ichigo los cuerpos. Este pudo comprobar que lo que decía era cierto, todos estaban desprovistos de su corazón. Ichigo no podía entender hasta que punto llegaba la crueldad de sus enemigos como para no solo dejar los cadáveres de miles de soldados abandonados sino  también arrancarles el corazón. Nunca había sido una persona rencorosa pero ahora albergaba un profundo odio en su corazón hacia los salvajes, hacia Kyosiro y sus hombres. Un odio que no cesaría hasta hacerles pagar por todo el mal que habían hecho. Sabía que la guerra era cruel y despiadada pero se necesitaba no tener alma para cometer tal masacre. Quiso darse la vuelta y alejarse de allí para poder desahogarse a solas pero uno de sus amigos lo detuvo con dos simples palabras.

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