Ozhibii'igaade - Ellos escriben

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Mi mundo. Yo era una isla, él el océano. Ansiaba por encima del sentido común que pudiéramos vivir sobre la misma tierra, sin diferencias más importantes que las del talante.

— Dime qué significa — le interrumpí.

— Ya..., ya sabes qué significa — titubeó.

— ¿Por qué lo has hecho?

— Te pido disculpas.

— No las quiero — reiteré. Había dejado de estar ofendida horas atrás, ahora sólo estaba asustada —. Responde: ¿por qué lo has hecho?

Namid parpadeó, sin comprender mis intenciones.

— ¿Por qué sino? — carraspeó —. Para nosotros..., es..., es un regalo, una ofrenda a la mujer que...

Iba a pronunciarlo, iba a confesar que me quería en voz alta. No obstante, se detuvo antes de efectuar la consecuencia final. Los dos nos miramos.

— ¿Qué es para ti? — enuncié una pregunta que, en cierto sentido, soterró mi leve decepción.

— Era un regalo. Una forma..., educada..., de...

— Te agradezco el regalo — me tembló un poco la voz, aunque intentara aparentar seguridad —. He comprendido que no era una ofensa, por eso estoy aquí.

Él pareció entender de golpe que, en efecto, yo estaba allí, en su tipi. Si así era, tal vez hubiera aceptado. Como consecuencia, abrió los ojos y sentí su confundida estela sobre los míos.

— ¿Puedo sentarme?

— Sí-sí, claro.

Temblando, tomé asiento casi a su lado. La incomodidad era densa.

— ¿Qué leías? — intenté romper el hielo. "Naturalidad, Catherine. Sé natural", comandé.

— ¿Có-cómo? — él me miraba como si fuera una aparición celestial.

— ¿Qué leías?

— ¡Oh! Uno de mis compañeros me enseñó a leer. También puedo escribir mi nombre. Mira — me extendió un trozo de papel arrugado donde ponía, con letra torcida y pobre, "Namid". La cándida ilusión que mostró al contármelo me hizo sonreírle con timidez —. Este libro lo compré en un pueblo, cerca de las tierras del cuervo.

La sonrisa se tornó ciertamente agridulce cuando leí el título: Las mil y una noches. Él enseguida apostilló:

— Era el único libro que conocía. Lo había visto en tu casa y la señorita Jeanne nos habló de él en el poblado. Es tu favorito, ¿no?

Mi hermana..., cuánto la echaba de menos. Me faltaba una parte del alma si no la tenía a mi lado.

— Sí, lo es — le sonreí, ciertamente emocionada —. Me conmueve que lo eligieras.

— Era una forma de sentirte cerca.

Subí las pestañas al oír aquellas tiernas palabras y él me estaba sonriendo con promesas de que todo iría bien, de que volvería a ver a Jeanne. Las ganas de abrazarlo fueron tan fuertes que creí desvanecer allí mismo.

— Siempre tienes algo bonito que decir — le halagué, rompiendo el contacto visual para acariciar la cubierta malgastada del libro.

— Es difícil no hacerlo.

Como había ocurrido horas antes, su mano se situó sobre la mía. La sangre corría por las venas de manera desbocada.

— ¿Por qué? — me reí un poco, ruborizada.

(YA A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoWhere stories live. Discover now