Desolación colectiva

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—¿¡Alguno de ustedes me ha estado escuchando!? —preguntó la hermana del anfitrión, casi a gritos.

Tanto Maia como Darren se sobresaltaron. El alto volumen en la voz aguda de Raquel los sacó del extraño limbo insonorizado que solo ellos compartían. El varón apretó la mandíbula y optó por permanecer en silencio. Ante eso, la violinista se apresuró a hablar en nombre de los dos.

—Sí, claro que te escuchamos —respondió ella, con un tono vacilante.

—¿En serio? A ver, ¿qué fue lo que les dije? Haceme un resumen.

—Pues, mencionaste que... eh... bueno... dijiste... ah... De acuerdo, ¡me rindo! No estaba prestándote atención. ¡De veras lo siento!

—Tranquila, todo está bien —La chica exhaló despacio—. Miren, no sé qué les pasa ni les voy a exigir que me lo cuenten, pero es bastante obvio que hay algo incomodándolos. Va a ser imposible organizarnos bien si siguen así. Si quieren que la jirafa y yo nos borremos para que pueden hablar a solas, solo dígannoslo.

—De todas maneras, hoy no iba a poder quedarme hasta el final del ensayo. Voy a encontrarme con Carolina. Ayer terminaba su voluntariado con los pibes de Salta y justo hoy, en poco más de una hora, estará llegando a Buenos Aires. ¡Me muero por verla! —afirmó Jaime, muy sonriente.

—¿Lo ven? Este tarado puede pasar a dejarme en la puerta de mi casa para después irse de empalagoso con su chica. Igual podrían practicar la canción sin que estemos nosotros. Lo de la coreografía y el vestuario lo podríamos ver otro día. ¿Qué les parece?

—Le puedo dejar las llaves del estudio a Darren ahora y las pasaría a recoger mañana —El dueño del local hizo una breve pausa y sonrió con malicia—. Si la noche luego se pone muy salvaje, al menos procuren no romperme los muebles. Y si se quedan a dormir acá, recuerden estar vestidos para cuando yo vuelva, ¿eh? La fotografía erótica no es lo mío.

Mientras Jaime se partía de risa, las mejillas de Maia hacían gala de todo el espectro de tonalidades rojizas existentes en cuestión de segundos. Por su parte, Darren le dedicó una mirada reprobatoria a su amigo, la cual iba acompañada de una media sonrisa disimulada. A pesar de la angustia que aún sentía, la broma de Jaime había logrado distenderlo un poco.

—¡Callate, grandísimo boludo! Apenas abrís la boca y ya estás diciéndoles pavadas —exclamó Raquel, al tiempo que golpeaba el brazo derecho de su hermano—. Dales las llaves y dejémoslos en paz, ¡lo necesitan!

—Sos una mandona, como siempre, enana. Pero te lo voy a dejar pasar por hoy porque esta vez sí tenés toda la razón.

El joven Silva sacó las piezas metálicas del bolsillo lateral de su pantalón y se las aventó a Darren.

—Nos vemos mañana, entonces. ¡Cuídense! —dijo él, con voz cantarina.

El chico se dio la vuelta y empezó a caminar hacia la puerta. Raquel se despidió de ellos con un ademán manual y una amplia sonrisa. Tan pronto como la pareja de hermanos abandonó por completo la estancia, los ojos del joven Pellegrini se enfocaron de lleno en los de Maia.

—Pocas veces en la vida me había sentido tan confundido como hoy. Primero vino el susto con vos, luego el quilombo con mi vieja y después lo de Matías —El chico se mesó la cabellera con ambas manos—. ¡La cabeza me va a estallar! Por favor, decime todo lo que sepás sobre él, no te guardés nada. ¡Necesito saberlo! 

—Y lo vas a saber, vos quedate tranquilo. Te lo prometí, ¿no es cierto?

La violinista caminó hasta un rincón en donde se hallaba una pequeña pila de sillas plásticas. Tomó una de estas y la colocó en frente del asiento giratorio de Darren. Si bien aquella no era la silla más confortable del mundo, el estar sentada al menos le ayudaría a disimular el leve temblor de su cuerpo. Necesitaría de mucha entereza para exponer todo lo que sabía ante el muchacho sin emitir juicios de valor no solicitados. La chica inhaló profundo varias veces para así reunir fuerzas. La hora de la esperada conversación por fin había llegado.

Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Where stories live. Discover now