Capítulo 39: Oscuridad.

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Llegaron a un enorme árbol al fondo del bosque, con una abertura en la base del árbol. Sin previo aviso entraron, la entrada era del tamaño adecuado para que los dragones entraran aun transformados. Keira cerró los ojos mordiéndose el labio inferior para contener las ganas de gritar debido a la sensación de caída que estaba teniendo.

Pararon con cuidado soltando un pequeño viento levantando una ligera capa de tierra. Keira abrió los ojos una vez que se sintió segura.

«Bájate. » dijo Slaven en la mente de ella. Con mucha precaución descendió del lomo del dragón tocando tierra con cuidado de no caerse. Los dragones se transformaron en su forma humana con Obelix guiándolos sin emitir palabra alguna. El lugar estaba iluminado por la luz de la Esmeralda colocada en el techo, un techo hecho por completo de Esmeraldas. Mientras se adentraron por el pasillo llegaron a una habitación amplia con una gran mesa de madera negra con una esmeralda en el centro, al lado izquierdo de ésta y al fondo se encontraba un estanque con agua de color verde brillante debido a las piedras de el fondo; de lado derecho un librero hecho igualmente de madera negra con unos grabados y enredaderas en las esquinas, una capa de polvo cubría los cuantos libros en los estantes, en uno de ellos se pudo llegar a ver un libro exactamente igual al que poseía Karsten solo que era del color verde que se estaba acostumbrado a ver en ese lugar. Algo sencillo, al menos la habitación en la que se encontraban así daba la apariencia.

—Ya tienen lo que querían, no nos necesitan para nada más. —mencionó Kellan con total seriedad una vez que tuvo la oportunidad. —Déjenos ir y a ellas también.

Las miradas de los presentes no se hicieron esperar, de inmediato los ojos multicolores se posaron en ellos con las miradas intimidantes tan características.

—No tan rápido, todavía falta algo sumamente importante que deben hacer. —dijo Laertes colocando encima de la mesa aquel cofre. —Ábranlo.

Ambos sacerdotes pasaron su mirada del líder hacia el cofre apretando los puños. No podían abrirlo, no podían darles aquella piedra, no era lo correcto, ellos debían protegerla. Pero, también querían salvar a sus madres, querían que las dejaran libres. Entre el amor y el deber, ¿qué debían elegir?

—Si lo hacemos, ¿las dejarán libres? —habló Keira con voz quebradiza mirando el cofre ganándose una mirada de Kellan. — ¿Lo harán?

—Por supuesto.

Miró a Kellan, ambos tenían la misma mirada de desesperación, de tristeza y dolor. Habían elegido el amor, salvar a su familia, salvarlas a ellas en vez de seguir protegiendo la piedra. Una dura decisión, una que les llevaría a la culpa durante toda su vida pero no importaba si con eso lograban que sus madres estuvieran a salvo. Ambos suspiraron.

—Está bien. —comentó Kellan acercándose a la mesa con una cabizbaja Keira. —Sólo... cumplan su palabra.

—Así será. —el líder esbozó una sonrisa ladina señalando con su mano el cofre.

Ambos chicos respiraron una y otra vez, llevaron sus manos a los dijes que tenían en el cuello haciendo que emitieran una luz plateada y dorada respectivamente. No había vuelta atrás, iban a abrir el cofre, todo el esfuerzo que habían hecho en el pasado para ocultarlo estaba por desaparecer en cuestión de segundos.

«Keira... » la voz de Athan sonó en su mente junto con un eco resonar en la superficie, habían llegado. Pararon su labor volteando hacia arriba esbozando una sonrisa, los infernales supieron que estaban afuera lanzando un gruñido. Laertes les hizo una seña con su cabeza, era algo común de él en no dar órdenes con palabras solamente con una mirada bastaba para que supieran las ordenes.

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