XII (Parte 4) - Sobre Fachadas Perfectas

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Olivia esperó pacientemente a que su chofer personal le abriera la puerta. Extendió una mano para que él le ayudara a salir de la limusina, y apenas había puesto sus tacones sobre el piso cuando Margaret emergió de la mansión.

—Mi señora —empezó la sirvienta, inclinándose levemente a modo de reverencia—. Bienvenida de nuevo. ¿La ayudo con sus pertenencias?

Olivia negó con la cabeza mientras observaba a su chofer, quien estaba sacando sus maletas y llevándolas hacia la puerta. Los mayordomos, Dominic Neumann y el joven Ian McLain, estaban ya al pendiente para recibirlas y subirlas a la habitación. Olivia los dejó avanzar antes de caminar hacia la entrada con Margaret a su lado.

—Ya se están ocupando de ellas. Ahora, ¿podrías decirme si Fester está en casa?

Margaret pareció animarse antes de responder. —Por supuesto, mi señora. El amo está en su estudio. Vino hace poco, y tiene una reunión programada para esta tarde.

—Bien —dijo Olivia, deteniéndose momentáneamente en el vestíbulo—. Iré con él. Tenemos cosas que discutir. Si alguien lo llama o lo busca, diles que esperen.

—Entendido, mi señora —respondió Margaret con otra reverencia. Se mantuvo en su posición hasta ver a la señora de Melville subir por los escalones, y luego Margaret desapareció rumbo a la cocina. Olivia llegó al rellano y dejó que su mirada se fuera por el lado opuesto a donde se dirigía, explorando los pasillos que llevaban a las habitaciones de los chicos.

Era normal que nadie estuviese en casa a esa hora y que el silencio fuera el único que reinara, pero había un vacío en el ambiente que Olivia reconocía de inmediato con cada visita. Había estado involucrada en los asuntos de los Melville por tiempo suficiente para reconocer ese silencio no como una señal de calma, sino con el anuncio de una verdadera tormenta a punto de rasgar el cielo. Mantuvo la mirada fija en el pasillo solitario por unos cuantos segundos más antes de suspirar y darse la vuelta. Se reacomodó el cabello que caía sobre sus hombros y avanzó hacia el estudio del magnate.

Una vez frente a la puerta, Olivia alzó su mano y dio un par de suaves golpes sobre ella. No esperó una respuesta; tomó la perilla y la giró mientras hablaba. —¿Querido? ¿Puedo pasar? —dijo y, de nuevo sin esperar respuesta, entró y cerró la puerta a sus espaldas.

El estudio era amplio. Una serie de ventanas permitían que una buena cantidad de luz natural iluminara las numerosas libreras al fondo de la habitación. Dos pilares separaban el área de documentos y libros del área de estudio: un monumental escritorio de caoba cubierto en un elegante barniz oscuro y con detalles tallados a mano estaba situado al centro de la estancia y sobre su superficie había una infinidad de carpetas, un computador de diseño minimalista, y bolígrafos personalizados. Fester estaba sentado tras el escritorio sobre una silla de respaldo alto y forro de fino cuero negro, cuyos apoyabrazos tenían detalles de madera tallados meticulosamente. El jefe de la familia Melville leía algunos documentos y observaba la pantalla del computador, comparando información.

Bajó los documentos al ver entrar a Olivia. Le dirigió una fría mirada diciendo, sin necesidad de palabras, que otro momento habría sido más oportuno. Olivia sonrió con autosuficiencia y se dirigió hacia un sofá de cuero frente a las ventanas. Tomó asiento y suspiró, la mirada de Fester todavía quemando agujeros sobre su piel.

—Es un milagro que estés en casa estos días —empezó ella, fingiendo impasibilidad—. Ha sido un día de suerte para mí.

—Lástima que yo no pueda decir lo mismo —habló finalmente su esposo, y rápidamente regresó a sus documentos. Olivia tragó hondo y se acomodó mejor en su asiento.

Al entrar al estudio estaba decidida a lograr arrancar la atención de Fester de esos malditos documentos, sin importar lo que debiera hacer para lograrlo. Sus ojos se dirigieron inconscientemente hacia la puerta y suspiró. —Este lugar logra crisparme los nervios. Me he acostumbrado a los ruidos en la mansión de mi familia. Aquí casi logré acostumbrarme a las voces de Henry y Vincent. Casi.

—Hm —fue la respuesta que obtuvo. Fester cerró una carpeta, la hizo a un lado, y alcanzó otra. Olivia apenas lo notó; continuó sin darse cuenta que estaba escupiendo palabras sin pensar.

—Vincent está en la escuela. Pronto se marchará a la universidad. Ha hecho una buena elección, a pesar de tratarse de él. Laswell tiene buenas opciones en finanzas; no las mejores, pero aceptables.

Fester bufó exageradamente. En medio de una risa sonora le dio una palmada al escritorio y llamó la atención de su mujer, quien volteó medio asustada hacia él.

—Poco podría importar si el departamento de finanzas es el más prestigioso o una total mierda.

—No lo digas así. Es importante que se sepa que existe una posibilidad para que la gente no crea que es un fracaso total.

—Pero lo es —cortó secamente Fester—; y tú eres una necia por creer lo contrario.

Olivia bajó la mirada y su rostro confesó el conflicto interno que la dominaba. Cerró los ojos por un momento y nuevamente llevó una mano hacia su cabello, reacomodando mechones que ni siquiera se habían movido.

—No entiendo cómo puedes permitir esto. No entiendo cómo pudiste dejar que ese niño maleducado se descarrilara tan fácilmente, que Henry nos tratase como tontos...

—Puedes fingir que te importa todo lo que quieras —Fester se puso de pie, empujó la silla fuera de su camino y avanzó con pasos lentos hacia su esposa—. En el fondo, sé de qué va todo esto. No es que te importen los mocosos. Simplemente mueres de ansias esperando que, cuando publiquen sus rostros en las portadas de periódicos y revistas, sea tu nombre el que resalte. Los hijos de Sylvester y Olivia, ¿cierto? —sonrió en un gesto grotesco, seguido inmediatamente de un rostro lleno de desprecio—. Quieres que sean buenos hombres de negocios para escucharlos siendo alabados como tus hijos. Pero tú y yo sabemos que eso no sucederá. Nunca.

Estaba muy cerca de ella. Fester lentamente se desabotonó su chaqueta y se sentó al lado de su esposa, le rodeó los hombros con un brazo y la miró fijamente. Olivia no pudo apartar la mirada. Sus ojos encontraron el feroz gris en las iris del magnate y fue como si perdiera el control sobre su cuerpo, como si todo rastro de su voluntad fuese drenado de su mente.

—Fester...

—Ahora —él insistió, y su otra mano haló del nudo de su corbata hasta soltarlo—, ya que me interrumpiste, haz que no me arrepienta de dejar el trabajo a medias. Y hazlo bien, o en verdad voy a molestarme.

Era media mañana. La luz del sol entraba con fuerza y los bañaba a ambos, y era imposible no ver el rostro de aquel hombre demandante y autoritario contorsionándose en muecas de burla y petulancia. Olivia cerró los ojos y se imaginó su mansión en la parte más lejana de la ciudad, su chofer y chef personales, la villa italiana, la villa francesa, las limosinas, los vestidos a la medida de cualquier diseñador que llamase su atención en los desfiles de moda a los que adoraba asistir. Se imaginó todo eso y más mientras su esposo la empujaba con fuerza hasta recostarla sobre el sofá, con una asquerosa sonrisa de superioridad dibujada en sus labios.

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[[Pues, como ya había dicho, una escena muy corta. El domingo actualizaré con la siguiente y seguirá en ritmo semanal a menos qur la escena tenga menos de 1500 palabras. ¡Muchas gracias por sus votos y comentarios!]]

Escrito en el AsfaltoWhere stories live. Discover now