V (Parte 3) - Sobre la Habitación Abandonada

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Cerró la puerta atrás de sí. Se guardó la llave en el bolsillo. Apoyó su espalda contra la pared y dejó que la familiaridad de la habitación lo relajara.

Henry, en todas partes, pensó Craig. No era de extrañarse; la habitación había sido mantenida casi en las mismas condiciones durante los cuatro largos años de la ausencia del chico. ¿Era válido llamarlo todavía "chico"? Craig intentó imaginárselo en la actualidad y no pudo. Sonrió amargamente. Solo podía pensar en el Henry de sus memorias.

Caminó cautelosamente alrededor de la cama. Mantenía una mano sobre la pared, deslizándola sobre la pintura, sobre los afiches, las mesas, un pequeño armario vacío, la librera. Repasó los títulos, recordando la figura de Henry sentado en algún rincón de la mansión con una novela en sus manos. Se observó los dedos. Ni una mota de polvo. Ian hacía un excelente trabajo manteniendo el lugar impecable. "Lista en todo momento, para cuando regrese" decía el segundo mayordomo.

Craig cerró el puño. Cada vez tenía que contener la respiración para no preguntar: ¿Y cuándo, exactamente, será eso? O peor aún: ¿Cómo sabes que en verdad regresará?

Aún sin decir las preguntas en voz alta, la duda siempre quedaba rondando su mente, carcomiéndola, negándose a desaparecer. Craig fue al fondo de la habitación; al igual que en la de Vinny, había dos puertas. Una era un baño, la otra el estudio. Entró a la segunda y caminó hacia otra librera, igualmente impecable y completamente llena de títulos que, Craig sabía, Henry había leído de principio a fin, y que él había leído durante los últimos años para pretender que la distancia no lo volvía loco. Abrió las gavetas del escritorio y ojeó brevemente las viejas papeletas, las evaluaciones, cuestionarios revisados. En una esquina las calificaciones que él mismo había puesto, y a lo largo del papel las respuestas escritas en la pulcra letra de Henry. Las imágenes del pasado lo abrumaron, desencadenando sentimientos que Craig había empujado lejos para poder concentrarse en el presente.

Posó sus manos sobre el respaldo de la silla. Lentamente las deslizó hacia abajo, sobre la tela, sintiendo cada fibra bajo las puntas de sus dedos. Recorrió los apoyabrazos y se asió de ellos con fuerza. Su propia respiración, más pesada con cada segundo, hizo eco en las paredes. Se estremeció. Cerró los ojos. Salió del estudio y regresó al dormitorio, hipersensible y decidido.

Craig se dejó caer sobre la cama. Sus manos ansiosas se deslizaron por los cobertores y las sábanas; Dominic había salido con Fester, Ian se ocupaba de la limpieza junto con Georgia, Margaret se había largado con Olivia, Vinny estaba en la escuela. Nadie lo interrumpiría. Podía hacerlo con calma, pero calma era lo último que tenía en mente cuando entraba ahí y recordaba todas las veces que había tenido a Henry tan cerca y cuán lejos estaba ahora.

Con una mano nerviosa se quitó las gafas y las dejó en la esquina de la mesa de noche. Sus ojos se acostumbraron a la poca luz que se escurría entre las cortinas. Hundió el rostro sobre las sábanas, tomó las almohadas y buscó en ellas un aroma que sabía que no encontraría. Luchó con los botones de su camisa y la lanzó por el borde de la cama; siguió con sus zapatos, calcetines, pantalones, hasta quedar únicamente en ropa interior.

Se recostó sobre su espalda. La tela era fría sobre su piel desnuda; se llevó las manos a su cabello y lo alborotó, las bajó por sus mejillas, sobre su cuello, sus palmas ardiendo mientras intentaba imaginarse unas manos más grandes posadas sobre su cuerpo. Los dedos de una mano encontraron su boca entreabierta, entraron, fueron recibidos por su lengua. Craig los lamió de la base a las puntas y escabulló su otra mano por su pecho y su abdomen hasta llegar a su entrepierna. Tomó su erección sobre la tela de la ropa interior y gruñó, con rabia y ansiedad y ganas.

Inconscientemente sus dedos empezaron a marcar un ritmo al entrar y salir de su boca. La otra mano tomó el cinto elástico y lo haló hacia abajo. Se rodeó a sí mismo y se sostuvo con fuerza, presionando con autoridad, deslizando el pulgar alrededor de la punta de su sexo ya recubierta con gotas de líquido pre-seminal. Esparció esta fina capa por la palma y empezó a masturbarse con más vigor, soltando un gruñido más profundo, más gutural.

Los dedos en su boca se detuvieron. Craig se arrodilló y dio media vuelta, continuó masturbándose y buscó, con ojos entrecerrados, el respaldo de la cama. Apoyó su frente sobre la madera y llevó los dedos húmedos más allá de su espada y sus nalgas, hasta su entrada. Respiró con fuerza al trazar el contorno delicadamente antes de deslizar un dedo dentro. Se estremeció. Su aliento se contuvo en su pecho y jadeó mientras se acostumbraba a la invasión y se preparaba para agregar un segundo dígito.

Maldijo entre jadeos. Su segunda mano no se detenía, cogía más ritmo, más velocidad, su pulgar presionó la punta al tiempo que los músculos de su entrada recordaban también, se acoplaban al movimiento, cedían y dejaban que los dedos llegaran más profundo, más rápido, con más hambre. Se supo en la cama de Henry, en la habitación de Henry, con el nombre de Henry escapándosele de los labios en una voz áspera y entrecortada.

Se mordió los labios tanto con frustración como ansias; ansias porque podía sentirse acercándose al borde, veía acercarse el destello del que se había abstenido por semanas y al que siempre terminaba regresando, y frustración porque seguramente hacía una imagen patética de rodillas sobre una cama que no era suya, que había permanecido abandonada por cuatro malditos años, y cuyo dueño no estaba presente para terminar lo que Craig se veía forzado a hacer solo, con sus dedos, en secreto, en pleno día y con la desesperación clara y tangible en la manera en que jadeaba, en que sus caderas se encontraban con las penetraciones de sus dedos y en que sus rodillas temblaban, apenas sosteniéndolo.

—Henry —repitió—, Henry, maldita sea...—una y otra vez. Un escalofrío descendió por su espalda y Craig gimió, se penetró a sí mismo con firmeza y gimió de nuevo; se irguió y un segundo después cubría su sexo con su mano, el calor de su semen bañando su palma mientras se corría. Se dejó llevar por la sensación de ligereza en todo su cuerpo. Sacó sus dedos con lentitud, la frente todavía apoyada sobre el respaldo, y esperó a que el ritmo de su respiración regresara a la normalidad.

Se puso de pie y observó el cobertor desacomodado. Revisó rápidamente que no hubiera manchas y luego caminó, con aire de decepción y vergüenza, hasta el baño. Se lavó las manos varias veces, se limpió como pudo y por último se vio larga y fijamente al espejo. Aún sin sus gafas podía notar el rubor en sus mejillas y su cabello adherido a su frente. Sus labios estaban hinchados y se había hecho un rasguño en el pecho. Bajó la mirada y sus rodillas todavía tenían dificultad sosteniéndolo firmemente de pie.

Al acto siempre le seguía la pena de retomar su apariencia normal, seria, profesional, y dejar todo tal y como lo había encontrado. Se vistió con pesadez e hizo la cama de nuevo, lamentando no ser tan bueno como Ian. Había terminado, pero en realidad no quería irse todavía. Para no desarreglar todo de nuevo se sentó sobre el suelo y apoyó la barbilla sobre el cobertor.

Su vista volvió a posarse sobre la librera. Sin sus gafas casi no podía diferenciar las letras en los lomos de los libros. Intentó descifrarlas sin mayor éxito, y maldijo en voz baja. Se sentía extrañamente cansado, usado, sucio, como un paño de cocina. Iba a quedarse dormido si permanecía allí; tomó sus gafas, se aseguró de no dejar ninguna evidencia y salió de la habitación. Asimiló la soledad en los pasillos. Caminó hasta su propia habitación y soltó un largo y lastimero suspiro antes de desplomarse sobre su cama.

Escuchó el tic-tac del reloj. Observó la hora y decidió que había suficiente tiempo para una pequeña siesta antes de ir por Vinny. Antes de cerrarse, sus ojos se posaron brevemente sobre la puerta del closet. Pensó en ir y sacar lo que tenía en mente, examinarlo todo de nuevo, repasar lo que sabía y lo que no, pero ¿para qué? No había podido averiguar nada más. No había podido descifrar ningún secreto entre las palabras, seguía estancado y así iba a permanecer hasta que "todo estuviese listo", si es que alguna vez llegaba ese momento.

Era mejor dormir. Cuando despertara podría ir a recoger al hermanito menor y adentrarse de nuevo en la rutina con la que había sofocado todas sus frustraciones e impaciencias. Obligaría a los recuerdos a retroceder por algunos días, hasta que la necesidad fuera insoportable y Craig tuviera que regresar a la habitación, resignado ya a esa vida, al vacío, y a extrañar a Henry, creyendo ciegamente en las últimas palabras que le había dejado.

"No te olvides de mí, Craig. Te juro que yo no me olvidaré de ti".



Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora