I (Parte 2) - Sobre la Mansión Melville

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La cena en la residencia Melville tendía a desarrollarse sin incidentes, con Fester sentando horarios irregulares debido a sus caprichos y compromisos de la compañía, y los demás planeando alrededor de ellos para no tener que soportarlo. Sin embargo, todo cambiaba en las noches que Olivia estaba de visita; disfrutaba lo teatral del arreglo de la mesa, las comidas de varios platos, la vajilla más costosa en exhibición y, probablemente, lo incómodo que todos los demás se sentían al seguirle la corriente. Fester se limitaba a dejarla hacer, y el mayor peso de esas noches recaía sobre los empleados, que semana tras semana jamás lograrían acostumbrarse a la presión.

Dominic preparó el pequeño carrito para transportar la cena al comedor. Georgia agregó algunas guarniciones de último momento antes de tapar cada plato con sus cubiertas de plata. Dominic le ofreció una media sonrisa, y la señora mayor se limitó a estirarse para pellizcarle la mejilla. -Ahora prepararé nuestros platos. Sean prudentes, ¿sí?

El mayordomo se apartó, apenado. -Georgia, por favor. Si Fester viera cómo me tratas...

Ella lo estudió con ojos llenos de nostalgia. -Si me concentro mucho, puedo verte todavía como antes. Más bajito, más flaquito. Menos preocupado.

Dominic dejó de sonreír. El tiempo hacía que todos cambiaran, desgastaba a las personas y las desvanecía de a poco. Así como Dominic había visto su vida pasar en la mansión, también había visto la manera en que el pasar de los años consumía a Georgia, quien iba encorvándose más, su cabello perdiendo el color y su piel perdiendo brillo. Su optimismo no desaparecía, pero Dominic se preguntaba a menudo cuánto tiempo lograría soportar los terribles tratos de amos que no hacían sino empeorar. Se preguntaba, también, cuánto tiempo tardaría él en ver a Vinny y empezar a parlotear sobre los tiempos en que lo había ayudado a levantarse del piso luego de caer de su primera bicicleta, o todas las latas de pintura que mantuvo ocultas para remediar alguna travesura del chico y sus crayones. Ese día probablemente nunca llegaría, pero siempre había una posibilidad; quizá la senilidad finalmente convertiría a Dominic en el hablador que nunca fue de joven, y le sacaría todas las palabras que ahora no se atrevía a decir. Georgía diría que estaba demasiado joven para tener semejantes ideas, pero Dominic sentía su amenaza cada vez que se topaba con su propio reflejo.

Ian entró entonces, apreciando los platos en el carrito. -¿Todo listo? -preguntó, analizando los rostros de los otros sirvientes, que asintieron. Suspiró y salió de nuevo; la labor del segundo mayordomo consistía en preparar la mesa y llamar a los amos cuando todo estuviese listo. Dominic se apresuró a salir para dar un último vistazo. Cuando todo estuvo impecable e Ian regresó, ambos mayordomos se mantuvieron de pie a un costado del comedor y esperaron. Como era costumbre, nadie apareció por un par de minutos, y la tensión no hizo sino crecer.

Ian se aclaró la garganta. Sonrió débilmente. -Una vez más, nuestra comida estará fría para cuando terminemos aquí... -comentó. Dominic lo vio de soslayo.

-La recalentaremos.

El otro rió. -Lo sé. Solo lo comentaba.

Dominic luchó por leer la expresión en aquellos ojos verdes. -¿Estás nervioso?

-Ah, siempre lo estoy. Ya sabes.

-¿Sí?

Ian alzó la mirada, sabiendo lo grosero de lo que estaba a punto de decir. Su voz se hizo un susurro: -La señora Olivia no me cae muy bien, y Margaret mucho menos. En especial hoy, con Vinny...

Justo en ese momento Craig apareció por el pasillo, con Vinny siguiéndole de cerca. -Tenemos suficientes miembros para hacer un club, ¿no? -comentó, acomodándose las gafas. Luego de un instante de conmiseración mutua, tutor y pupilo buscaron sus asientos en la parte más alejada de la larga mesa.

Escrito en el AsfaltoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora