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Creí que aquel día iba a ser interminable; que la batalla, los disgustos, la traición, las resurrecciones (tanto la de Dave como la mía) y la tensión acumulada iban a vivir eternamente. En un bucle, en un círculo cerrado del que era imposible escapar... como una Cúpula, como una jaula.

Los ojos dorados de Ritto estaban tan afligidos como la noche en la que nos quitamos las corazas y nos desnudamos el alma. Esta vez no me estaba confesando su pasado sino el de sus compañeros, aquellos en los que deberías confiar tu propia vida.

Yo tardé en sentirme parte de mi Tridente. Necesité estar abandonada en un planeta cualquiera y descubrir que la nación por la que juré servir mi efímera vida quería destruirme. Tardé en apreciar y valorar que compartía mucho más que un trágico destino con Sairu y Hila y me empeciné desde la victoria en la Torre en que la unión sería la fuerza.

Esa noche vi las brechas en la unión. Casi pude acariciarlas con mis dedos mientras Ritto susurraba todas y cada una de las sombras de las que era consciente: hechos, datos conseguidos de una manera un poco ilegal y sus propias conclusiones. Le pedí... no, le exigí que se desnudara una vez más (metafóricamente, al menos en aquel momento) y que compartiera conmigo todo lo que sabía.

― ¿Te gusto? ―le pregunté después de que el tiempo se detuviese en sus labios― ¿Confías en mí?

Me respondió con un beso: se acercó sigilosamente hasta que sus labios se acomodaron sobre los míos. Su calidez recorría cada milímetro de mi cuerpo como una brisa de lo que antiguamente se conocía como verano. Con sus besos podía comprender sensaciones y sentimientos que almacenaban en Ryu con cautela y recelo: aquellas reliquias de la olvidada Tierra en los que el Ala Oeste encontraba consuelo. Ritto me traducía canciones de amor que antes sólo eran una melodía bonita, me guiaba por senderos que sólo existían en mi imaginación y me enseñaba palabras que todavía no se habían inventado.

Sus pestañas me hicieron cosquillas al separarse de mí y tomé la decisión sobre sus pupilas.

―Cuéntamelo todo, por favor―susurré sobre su piel―. Ayúdame a encontrar el mejor camino para todos.

Y digiriendo historias y anécdotas lo vi claro. Vi la luz. Vi la luz filtrándose entre los recovecos de la persiana de madera. Vi el final de aquella jornada tan interminable y comprendí que ni el día más eterno de la historia sería suficiente. Comprendí que debíamos movernos, aprovechar cada segundo.

―Ritto―acaricié sus mejillas bañadas en pecas mientras sus párpados se agitaban como las alas de una mariposa―. Despierta.

―Vaya, me he dormido―se sobresaltó sobre las sábanas blancas y me agarró de la cintura mientras seguía desperezándose―. ¿Has dormido algo?

―Sí―mentí―. Vamos, quiero reunirles a todos. Tengo algo que deciros.

―Espera, no irás a...

―No―sonreí sobre sus labios mientras le robaba un beso―. No me voy a chivar, no voy a delatarte a Eito. Tus secretos están a salvo conmigo.

Apoyó su frente sobre la mía. Me hizo cosquillas, reí mientras nos zafábamos de las sábanas para lograr salir. Me colocó el collar que me regaló alrededor del cuello mientras yo me hacía una coleta. Me sentí como en casa, como lo que se debe sentir cuando tienes un hogar al que volver.

Mi cuerpo se mantenía en un perfecto y equilibrado estado de sedación: no sentía cansancio, no sentía dolor... tan sólo la mente espesa y un hormigueo en las extremidades fruto de la pastilla que nos facilitó Takeo. Sabía que pronto podría sucumbir a un sufrimiento para el cual no teníamos analgésicos suficientes; Bright se jactó de ello, de la "descomposición" que sufre tu cuerpo hasta amoldarse al nuevo poder. Acomodé mi ordenador en la muñeca y carraspeé antes de utilizar el sistema de altavoces de la casa.

Ryu; Retorno (2)Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon