Epílogo

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Durante la Segunda Guerra Mundial la humanidad no fue consciente del alcance del genocidio que se estaba llevando a cabo en los campos de concentración. Al terminar ésta, lo que parecían ser rumores y casos aislados se destapó en un horror. El mundo se llevó las manos a la cabeza y se congojó ante el lado más oscuro que puede albergar el hombre, marcando por siempre uno de los capítulos más tenebrosos de su historia. Aunque no el único.

Sí, yo también me había aficionado a leer WikiTierra. Era de las pocas cosas que podía hacer durante mi estancia en la cárcel.

Dormía con ropa gris de algodón en una habitación cuadrada sin ventanas, con la cama al lado del retrete. Me obligaban a ingerir una esfera de agua al día junto con un batido sin sabor cargado de nutrientes. Los justos para mantenerme con vida. Hacía algo de ejercicio en aquellos escasos metros cuadrados y el resto de horas las mataba leyendo. Ni novelas de ficción, ni fantasía, ni drama, ni misterio... ni siquiera romance. Sólo WikiTierra desde un lector digital. Sin sonido, sin internet y sin saber nada del exterior.

Cuarenta y cinco días más tarde se abrió por fin aquella compuerta blindada. Quizás podría haberla derribado con mi poder en Fase 2, no lo tenían estudiado como para contar con inhibidores de fuerza. Pero quería colaborar. Quería recuperar mi vida.

Después de una ducha tibia en una pasarela oscura me hicieron pasar a un vestuario estrecho. No me crucé con nadie ni escuché más que mi respiración entre los pasillos de la prisión militar de alta seguridad. En el vestuario encontré un banco metálico y una mesilla con una bandeja de cristal. En la bandeja encontré mi medalla Akira, roja, en modo de suspensión. Esperándome. Y encontré un ordenador militar, plateado y nuevo. Los ojos me empezaron a brillar.

Me lo coloqué en el antebrazo izquierdo y se ajustó a mí con un fuerte abrazo. Coloqué la huella sobre la pantalla fluida. Unas letras blancas me saludaron: "Hola Kira".

Lo habíamos conseguido. Éramos libres.

Habían salvado los datos de mi maltrecho Conso. Estaban mis armas, el trozo de tela de Clea y todo lo que había guardado en el ordenador de Bright. Toda mi vida. Obvié el temblor de cejas que me provocaba saber que, antes de volver a mi ordenador, algún funcionario había revisado una por una todas mis pertenencias. Hasta las bragas.

Pero era libre y estaba viva.

El Ala Oeste admitió haber vivido un capítulo bochornoso y lamentable. Durante aquellos días emplearon todas sus fuerzas en la investigación del genocidio que habían sufrido los descendientes de los niños que robaron en un planeta tabú. Al principio, privados de libertad en nuestras celdas, teníamos todas las papeletas para ser condenados con una pena mayor. Asesinamos a otros militares (defensa propia), robamos una nave de Ryu (fue Bright), dimos una falsa alarma de bomba, causamos daños cuantiosos e innumerables... e incluso hubo cierta momentánea suplantación de identidad (aquí la menda).

Sin embargo, mi medalla volvía a colgar de mi cuello con todas las de la ley en cuanto la verdad dictó veredicto. A falta de corroborar sus muertes entre las listas de desaparecidos, algo que llevaría su tiempo teniendo en cuenta que Briatore ejecutaba a destajo desde varias localizaciones, los asesinados por su condición sobrehumana ascendían a cincuenta mil. Por el momento, porque el número no hacía más que aumentar.

Y, al igual que con los Aliados destapando el horror de los campos de concentración, Ryu se llevó las manos a la cabeza.

Un funcionario me acompañó en el trayecto hasta la Corte Marcial, donde fui a recoger la resolución del fallo. Me miraba con ojos tristes, culpables. Avergonzando. Tampoco quería eso, no quería que ningún militar humano se sintiera incómodo con lo ocurrido. Quienes se regodeaban con la matanza ya lo estaban pagando.

Ryu; Retorno (2)Where stories live. Discover now