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Unas brasas empezaron a engullirme desde dentro, a la altura del pecho. Apenas logré dar dos pasos cuando unas manos me agarraron el rostro; eran unas manos que estaban heladas, o al menos así las sentí en contacto con mi piel hirviendo de impotencia.

Era Sairu. La miré escéptica, no podía comprender que lejos de unirse a mi causa me estuviese frenando. Sus labios temblaban ahogando el llanto que no podían contener sus ojos. Sus ojos, azules como su medalla, reflejaban cada luz artificial que iluminaba nuestra sobria y pulcra estancia. Y me reflejaban a mí: enrabietada, llorona y con mocos desbordados por el berrinche. Mis pupilas habían empezado a contraerse en una amenazante línea de reptil, al parecer el fuego que se estaba apoderando de mi cuerpo no era del todo metafórico.

Me abrazó contra su pecho y me contuvo unos segundos en los que intenté librarme de ella. No quería consuelo, quería salvar a Hila.

―Levántate.

La voz de Eito hizo que Sairu aflojara sus brazos. Me aparté de ella y corrí hacia el cristal. Estábamos a un piso de altura dentro de aquella pecera. Nos separaban algo más de diez metros y me costaba atisbar signos de vida en el cuerpo magullado y teñido de carmesí de Hila. Entonces me fijé en su mano derecha, tiritando cual pluma mecida por el viento. Con gran esfuerzo extendió sus dedos y su cetro voló hasta su palma. Lo agarró con tanta fuerza que me devolvió algo de esperanzas.

Se incorporó temblando, vulnerable. Su rival observó pacientemente con mirada ocurrente. La joven militar de aspecto de cuento de hadas estaba favoreciendo al espectáculo con un último aliento de valentía, aquello parecía satisfacerla cual trofeo en su palmarés.

Habíamos enmudecido de tal manera que sólo se podía escuchar la débil respiración de Hila a través del altavoz. Era un aliento entrecortado; casi saboreaba en mis labios la sangre que debía estar inundando su tráquea. Clavó el cetro en el suelo y éste se sostuvo con entereza gracias a su magia mientras ella aguantaba la respiración para poder alzar sus brazos. Aguantaba la respiración para soportar el dolor que le suponía moverse.

―Pero... ¿¡Pero te estás peinando!? ¡No me lo puedo creer!

Su rival estalló en unas carcajadas tan sonoras que volvieron a teñir mis pómulos de rabia. Hila, con ceño fruncido y labios apretados, estaba amasando su melena con sus dedos para después alzarla hasta la coronilla en forma de cola de caballo. Tal y como solía llevarla yo.

― ¿Qué hace? ―susurró Ritto sobre mi hombro.

Volvió a agarrar el cetro. Lo balanceó sobre sus dedos sin apartar su mirada de caramelo de su oponente. La cuchilla osciló y en un rápido movimiento cortó su melena. Se ahogó un grito en mi pecho como si su pelo fuera algo relevante en esas circunstancias.

Largos mechones rosas cayeron alrededor de su rostro a cámara lenta. Sin inmutarse por el cambio de look ni por la sangre que brotaba de sus heridas extendió la mano que no portaba el cetro y cogió parte de la coleta cortada antes de que cayese al suelo. Como si llevase un látigo de algodón de azúcar.

Se desvaneció grácilmente, moviéndose con fuerzas renovadas. Aspiré reconfortada con los dedos entrelazados como si estuviese rezando mientras observaba la escena. Las risas de su rival se volvieron sarcásticas al esquivar a Hila con facilidad mientras ésta le lanzaba mechones de pelo cortado. Su melena se había quedado, enmarañada y desigual, a la altura de su nuca. Estaba preciosa aun así.

― ¿De verdad le está tirando pelo a la cara? ―preguntó Saichi entre dientes.

―Cállate, seguro que tiene algo pensado―le respondió Sairu.

Cuando Hila se quedó sin mechones en la mano su rival lanzó una patada al aire que, al esquivarla, se tuvo que llevar una mano al pecho con gesto dolorido. La sangre que le brotaba cada vez era más espesa. Toda la estancia estaba salpicada por sus fluidos. Saltó hacia atrás, flotando en el aire con las piernas encogidas, sorteando un nuevo ataque de una militar cada vez más impaciente y encrespada por el ataque peludo. Gritó una frase que, en mis oídos optimistas, sonó a sentencia lapidaria para ella misma:

Ryu; Retorno (2)Όπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα