Reina amarilla

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El tiempo pasó y la esperada fecha del recital eliminatorio mediante el cual se elegiría a los cinco finalistas estaba a las puertas

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El tiempo pasó y la esperada fecha del recital eliminatorio mediante el cual se elegiría a los cinco finalistas estaba a las puertas. Maia había estado practicando a diario durante horas, ya que buscaba interpretar aquella melodía con soltura y sentimiento. Debía encauzar toda su energía mental en el concierto de Sibelius, así que no había vuelto a ver al joven Pellegrini desde hacía ocho días. Tenía muy presente que su futuro como artista dependía de obtener un resultado favorable en esa ocasión. No podía permitirse distracciones de ninguna índole, mucho menos cuando el simple hecho de tener cerca a ese chico le provocaba cortos circuitos en la capacidad de raciocinio.

Sin embargo, la separación física era inútil cuando el causante de sus despistes ya se había extendido como ramas de hiedra en medio de su cerebro. Vívidas imágenes del muchacho a menudo irrumpían en su mente sin previo aviso, molían a golpes todo vestigio de pensamiento responsable y secuestraban a sus neuronas durante un buen rato. Aunque no lo admitiera, estaba echando mucho de menos a Darren. Agradables temblores reclamaban la anatomía de Maia con cada minúscula evocación de aquellos cálidos dedos masculinos posándose sobre su piel. El gran poderío de la imaginación le producía sensaciones que desembocaban en suspiros y elevaciones en la temperatura corporal. Su organismo le gritaba lo que su cerebro aún se empecinaba en rechazar.

La consciencia no la dejaba en paz a ninguna hora. Le sabía mal no haberle dicho ni un monosílabo después de aquella maravillosa noche de mimos y canciones a capela que jamás olvidaría. El chico le había prodigado toda clase de atenciones con esa dulzura sincera que solo él era capaz de lograr. Incontables veces comenzó a redactar algunas frases para agradecerle. No obstante, justo cuando estaba a punto de darle un toque al botón de enviar, sus nervios resultaban más fuertes y la obligaban a borrarlo todo. La joven estaba inmersa en un ciclo infinito de contradicciones. Anhelaba quitar el cerrojo de las puertas en su alma, pero los fornidos brazos del temor aún la atenazaban.

Se encontraba sentada sobre la cama, con la vista perdida entre las bellas escenas de las fotos en el álbum, cuando el sonido de gorjeo en su teléfono interrumpió sus ensoñaciones vespertinas. La llegada de un mensaje de texto la tomó por sorpresa. Casi tira el aparato al suelo a causa de la emoción con la que sus manos trémulas lo sujetaron. Al ver el nombre que aparecía en la línea del remitente, de inmediato se le dibujó una agraciada línea curva en la boca. Su pulso galopaba mientras el pulgar derecho tocaba la pantalla para abrir y leer el texto completo.

"Esta noche habrá un concierto con una banda local en el Hard Rock Cafe. Será un tributo a Queen. Jaime y yo pensamos ir. ¿Querés venir con nosotros? ¡Va a estar copado!" La muchacha estuvo a punto de dar saltitos cual si fuese una fanática enloquecida. Aquella agrupación británica estaba entre sus favoritas pero, además de eso, ¡era Darren quien la estaba invitando! Eso le indicaba que no se había enfadado con ella por el largo periodo de incomunicación. Ante semejante panorama tan alentador, resultaba inconcebible que rechazara la oferta. Sus dedos digitaron con increíble rapidez una respuesta. "¡Exijo la primera fila! ¡Adoro todas las canciones de Queen! ¡Freddie Mercury es lo más!" Unos pocos segundos más tarde, Darren volvió a escribirle. "¡Buenísimo! Te esperamos a las afueras del local a las ocho en punto".

Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora