─Es distinto. Ella me da miedo. ¿Viste cómo me mira? Prácticamente me desnuda con la mirada. ¡A mí, que soy tan vergonzoso!

      ─¿Vergonzoso, tú? ¡No me hagas reír! ¿Lo dice el chico que corrió en toalla por los pasillos de la escuela el último año?

      ─Eso fue un desafortunado incidente. Una de las chicas con las que salía se había robado mi ropa, mientras me daba una ducha. No fue más que un horrible acto de venganza femenina. Te digo que si no evadiera a Violeta como lo hago, mi seguridad personal correría un gran peligro. Mi sentido de surfista me lo dice.

      ─No digas tonterías ─lo regañó ella─ Seguridad personal ¡un pepino! Más te vale que seas amable con ella.  Me lo debes.

      ─¡Está bien! Solo si eres amable con Chris. ¿Tenemos un trato?

      Ella bufó.

      ─Trato hecho. Pero que no se le ocurra pensar que lo perdono. Y que ni trate de volver a invitarme a salir hasta el año que entra, porque le corto el cabello a rape.

      ─Le daré tu feliz mensaje. Aunque yo que tú estaría tranquila. No creo que te invite de nuevo.

      ─¿Por qué? ¿Qué tengo de malo?

      El muchacho se rió.

      ─¿De qué te ríes? No me parece gracioso ─se enojó ella.

      ─¿Quién te entiende? Te enojas si te invita y también si no lo hace. Estás loca, Jo... –puso los ojos en blanco.

      ─¿Sí? Dime algo que no sepa ─suspiró ella.

      Llegaron a la terraza y los dos se quedaron maravillados con lo que vieron. El jardín estaba hermosamente arreglado, como en una de las revistas de decoración que compraba Sonia, la madre de la joven.

      ─¿Cuándo hiciste esto? ─preguntó Evan─ pensé que dormiste como un oso toda la mañana.

      ─Yo no fui ─aseguró la joven, con la boca todavía abierta.

      Las plantas marchitas habían sido retiradas, y las nuevas habían pasado a ocupar su lugar, en perfecta armonía de colores y formas. La mesa de hierro blanca se hallaba en el centro, recién pintada,  y montones de luces diminutas bordeaban los maceteros, dándole un toque deslumbrante. Todo parecía brillar en aquel hermoso jardín florido. Parecía un escenario sacado de un cuento de hadas. Incluso había flores que ella no había comprado, rosas, por todas partes.

      ─Es como un sueño ─mencionó Jo, llevándose las manos al pecho.

      ─Sí que se lució Emma ─afirmó el chico, recorriendo el lugar y tocándolo todo con dedos curiosos─ no pensé que tuviera tan buen gusto. ¡Digo! Viendo su casa...

      Joanna no estaba del todo segura de que lo hubiera hecho la señora Fox. Tenía serias dudas al respecto. ¿Cómo podía haber arreglado así el jardín, una mujer de ochenta y tantos años, y en tan solo una mañana? Era casi imposible. A menos, claro, que hubiese contratado a alguien para el trabajo. En ese caso, tendría que agradecérselo. Le había ahorrado muchísimo tiempo y esfuerzo.

      ─¡Me encanta! ─sonrió la muchacha, oliendo las rosas.

      ─¡Y a ti que no te caía bien! ─exclamó él, dejándose caer en una de las sillas— ¡Mira! Hasta cambió los focos. Esa anciana está en todo. No se le escapa una. Si no fuera mi amiga, me daría miedo. ¿Sabías que se sabe la vida de todos por aquí? Y me refiero a todos ─profirió con tono siniestro.

El ángel de la oscuridadWhere stories live. Discover now