2 - 'Imprevistos'

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—¿43?

Dio un respingo ante el susurro de su compañera 42, que la miraba con los ojos muy abiertos.

—¿Qué haces? —susurró 42, asustada.

—¿Lo has oído? —preguntó Alice en voz baja.

Ella negó con la cabeza con tanta rapidez que Alice supo que mentía. En un momento de pura curiosidad, dejó los pies colgando de la cama —el suelo volvía a estar frío— y se levantó. Pareció que a 42 iba a darle un infarto en cualquier momento, pero también se incorporó.

—¡No puedes levantarte de la cama durante el toque de queda! —susurró, siguiéndola.

—No —Alice empezó a dirigirse lentamente hacia la puerta—. He oído algo.

—¿Y qué? No te preocupes, encontrarán al que lo haya causado. No es...

Pero la interrumpieron unos claros pasos alejándose por el pasillo, y el sonido de la puerta del pabellón del fondo abriéndose de un portazo. Las habitaciones estaban insonorizadas, por lo que apenas se había oído. Los demás seguían durmiendo.

—¿Q-qué ha sido eso? —preguntó 42, temblorosa.

—Alguien entrando en la otra habitación —susurró ella.

Y, sin pensarlo demasiado, abrió la puerta solo para ver a través de una rendija y se asomó. Con sorpresa, vio que 42 también se asomaba, justo debajo de ella.

El pasillo estaba oscuro, pero sus ojos estaban adaptados a la oscuridad, así que le bastó un pequeño escudriño para ver la silueta de tres hombres vestidos de negro que llevaban... ¿qué era eso? Parecía un saco. Frunció el ceño cuando vio que tiraban el saco al suelo y uno de los hombres levantaba algo que llevaba en los brazos y lo apuntaba. Cuando vio lo que era, cerró la puerta de golpe, justo a tiempo para que el disparo apenas se escuchara en la habitación.

No era un saco. No lo era. No era nada parecido a eso. Era una persona. Y la habían disparado.

—¿Eso era...? —preguntó 42 entrecortadamente.

—Eso creo —y la miró un momento, su corazón iba a toda velocidad, no podía pensar—. Tenemos que irnos.

—¿Qué? ¿Irnos?

—Ya me has oído —se dirigió de nuevo a su cama y agarró el revólver con una fuerza un poco desmesurada. Le dio la sensación de que pesaba más que la última vez.

—¡Suelta eso, 43, vas a hacerte daño!

—¡Ellos nos harán daño si lo suelto! —replicó ella.

—¡No sabes usarlo!

—¡Prefiero que me maten intentándolo!

Alguien se movió y ellas se dieron cuenta de que estaban hablando en voz demasiado alta. Sin embargo, nadie parecía haberse despertado. 41, 44 y 45 seguían durmiendo.

42, por su parte, parecía estar a punto de echarse a llorar.

—Tenemos... que... no lo sé... avisar a las demás.

Alice pensó en lo que había dicho su padre, pero ahora no importaba, ¡no podía dejarlas morir de esa forma! ¿En qué clase de ser la convertiría eso?

Pero justo en ese momento la puerta se abrió de golpe. Ellas dos se encontraban justo al lado, así que les vino justo que no las aplastara contra la pared. Quedaron ocultas ahí detrás mientras los mismos tres hombres pasaban dentro de la habitación y empezaban a gritar. Las tres androides restantes empezaron a levantarse apresuradamente, desconcertadas, y los hombres levantaron las armas.

Ciudades de Humo (¡YA EN LIBRERÍAS!)Where stories live. Discover now