2 - 'Imprevistos'

Start from the beginning
                                    

—¡Faltan dos! —gritó uno.

Alice se sorprendió cuando 42 la tomó de la muñeca y se deslizó con ella hacia la puerta sin hacer ningún ruido. Cuando estuvieron en el pasillo, como si estuvieran coordinadas, empezaron a correr con todas sus fuerzas. Los disparos empezaron, igual que los gritos. Gritos de 41, 44 y 45. Las habían abandonado para que murieran mientras ellas escapaban.

Pensó en 44. En lo molesta que le había parecido una semana atrás. Ahora, estaba a punto de llorar por haberla dejado morir.

Alice sintió náuseas cuando vio montones de figuras en el suelo y tuvo que esquivarlas. No quería pensar en qué serían. O más bien en quiénes serían.

Sin darse cuenta, se había quedado ella en primer lugar y al bajar las escaleras advirtió que, probablemente, los de su habitación no serían los únicos invasores que habían entrado en la zona, así que se detuvo de golpe en las escaleras. 42 chocó con ella y estuvieron a punto de rodar hasta el piso inferior.

—¿Qué haces? —preguntó 43, en tono agudo—. ¡Tenemos que avisar a alguien!

—No... no podemos ir por aquí

—¡Claro que sí!

Ella abrió la boca para replicar, pero 42 pasó por su lado y terminó de bajar las escaleras. Apenas hubo tocado el pabellón inferior con la punta de los pies, volvió atrás, pálida y miró a Alice con los ojos llenos de lágrimas.

—Están... están... todos...

—Está bien —no quería que lo dijera en voz alta. Ahí dormía también su padre. ¿Estaría...? No. No quería pensarlo. Su padre estaría bien—. ¿Había alguien... vivo?

—No, pero no hay otro camino —murmuró 42, a punto de llorar—. Tenemos que pasar.

Alice se pasó las manos por la cara. El revólver cada vez le parecía una opción más útil, aunque al final se limitó asentir una vez con la cabeza.

—Tú... sígueme. Y no mires al suelo, ¿vale? Solo mírame a mí.

Bajó las escaleras y 42 se apresuró a seguirla. Alice no estaba segura de por qué lo hacía, teniendo en cuenta que estaba tan asustada como ella. De todas formas, hizo de tripas corazón y cruzó el pasillo con la vista clavada al frente, aunque sentía un característico olor. Olor a sangre. Era nauseabundo.

—43 —susurró su compañera.

Alice se puso en guardia, pero 42 solo estaba señalando un punto del suelo.

Eran dos mujeres vestidas como los invasores de su habitación. Llevaban ropa muy extraña, unos monos de cuerpo entero y de color gris ceniza. Estaban ambas tumbadas en el suelo, una todavía sujetaba un arma, la otra estaba boca abajo.

—Se han defendido —susurró 42 como si fuera difícil de creer—. Los de nuestra zona... se han defendido.

Alice, sin saber por qué, supo qué hacer.

—Tenemos que ponernos su ropa.

—¿Qué? —chilló 42.

—Si nos ven descalzas y en camisón... nos atraparán enseguida. Tenemos que encontrar una manera de salir de aquí.

—¿Salir de aquí? ¿De la zona? ¿Te has vuelto loca?

—Ya te lo explicaré cuando nos vayamos —ella temblaba, y quería encontrar a su padre cuánto antes, pero sabía que buscarlo en esas condiciones no era lo más inteligente.

—Tienen sangre —susurró 42, a punto de llorar—. Es asqueroso.

Alice se separó de ella, se aseguró de que nadie las veía y tomó del tobillo a una de las mujeres. 42 parecía estar a punto de vomitar cuando agarró a la que estaba boca abajo. Las metieron en los lavabos del pasillo y se empezaron a cambiar de ropa. Alice advirtió que casi todo le iba grande, pero no era nada comparado con 42. Ella estaba tan delgada que parecía una muñeca de trapo vestida con ropa de guerra. Tenía los ojos llenos de lágrimas mientras intentaba no tocar la sangre.

Ciudades de Humo (¡YA EN LIBRERÍAS!)Where stories live. Discover now