Cuando las cálidas manos de Darren entraron en contacto directo con su vientre, un potente suspiro de placer había amenazado con escapársele. Tuvo que hacer acopio de una impresionante fuerza de voluntad para mantener el rostro impasible en ese instante. Sin embargo, el evidente deseo en la mirada del muchacho había estado por derribar de golpe todos los reparos de ella. Una bocanada más de la fresca fragancia frutal que emanaba de él y Maia le hubiese dado rienda suelta al magnetismo entre sus bocas tan próximas...

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—¿Qué habrá pensado Darren de mí? Seguro me ve como a una pobre nenita patética y asustada... ¡Soy tarada, una pelotuda sin remedio! —murmuró la chica, mientras caminaba hacia su apartamento.

En ese instante, la perra comenzó a gruñir y quiso obligarla a detenerse. La joven, lejos de prestarle algo de atención, ignoró por completo a la cachorra y tiró de la correa con mucha más fuerza que antes.

—¡Nunca más volvés a venir conmigo! ¿¡Entendés!? ¡Mirá el tremendo papelón que me hiciste pasar hoy!

A pesar de los serios intentos que la chica estaba haciendo para movilizar a Kari, esta se resistía a marcharse del sitio. El vigor y la corpulencia del animal impedían que la muchacha realizara cualquier maniobra que fuese en contra de la voluntad de su can. Al notar que todo esfuerzo era en vano, Maia decidió investigar por qué su mascota estaba alterada. Miró en la dirección hacia donde la hembra canina dirigía sus gruñidos y entonces lo entendió. Había un tipo tapándole la boca con la mano izquierda a una jovencita, mientras que con la otra la manoseaba entre las piernas, por debajo de la falda. La chica intentaba soltarse de su agarre pataleando y arañando, pero el hombre la mantenía pegada a una pared utilizando el enorme peso de su corpachón. Solo se escuchaban unos cuantos alaridos femeninos ahogados.

A la violinista se le hizo un nudo en el estómago al contemplar aquella espantosa escena. Un mar de recuerdos amargos regresó a ella y le estrujó el corazón. La manera en que Nicolás la trataba no distaba mucho de lo que ahora veía. "Ese maldito hijo de puta prácticamente me violaba y yo ni siquiera me daba cuenta", pensaba la joven López, llena de rabia. "No puedo dejar a esa piba así, ¡necesita ayuda! Tengo que hacer algo". Su consciencia no se quedaría tranquila si solo se hacía de la vista gorda ante aquel abuso.

Pero, ¿qué podría ofrecer una mujer tan pequeña y delgada como ella ante un varón tosco y corpulento? A Maia se le ocurrió que su perra podría ser de mucha ayuda ante aquella difícil situación. Comprobaría de primera mano si el entrenamiento que le había estado dando era efectivo. En primer lugar, se colocó el álbum sobre la espalda baja, de manera que la mitad de este se mantuviese sujeto entre su cuerpo y el pantalón. Luego de ello, se agachó para quitarle la correa a su perra y le dio una orden precisa.

—¡Kari, ataca! —exclamó la chica, al tiempo que daba sonoras palmadas para azuzarla.

La perra corrió hacia donde estaba el tipo, saltó y le clavó los dientes con fuerza en el brazo derecho. La sorpresa y el dolor provocados por la dentellada distrajeron la atención del hombre de inmediato. Mientras él trataba de soltarse, la violinista aprovechó para llamar la atención de la muchachita agredida, quien se encontraba paralizada por el shock.

—¡Corré, nena! ¡Andate ya! ¡No perdás más tiempo!

La aguda voz de Maia logró hacer efecto en ella y por fin comenzó a correr despavorida, sin mirar atrás. En cuanto la indefensa víctima consiguió desaparecer de su vista, la dueña del animal dio varias palmadas fuertes y pronunció una nueva orden.

—¡Kari, suéltalo! ¡Ven acá! —clamó ella, temblorosa y lista para huir.

La perra le obedeció con presteza. Acto seguido, tanto la joven como su amiga canina echaron a correr a toda velocidad. La adrenalina del momento le otorgaba una energía extraordinaria. Iba avanzando a través de distintas callejuelas, sin utilizar un patrón definido de movimiento, para así despistar un poco al hombre en caso de que este la estuviera persiguiendo. Al dar una mirada breve hacia la retaguardia por primera vez desde que había llamado a su cachorra, se percató de que sí venía alguien casi pisándole los talones.

Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Where stories live. Discover now