Capítulo 8

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La mañana amaneció perfecta para la barbacoa, ni una sola nube en el cielo y una temperatura máxima de 26 grados, ideal para pasar el día en la calle. Nathan refunfuñó al verlo, había tenido la esperanza de que hubiese mal tiempo y se suspendiera la salida, pero nada. Se metió a la ducha para despejarse, debía salir a comprar bebida. Pensó en llevar lo que tenía en casa, pero después recordó que lo había tirado todo cuando había dejado de beber para no tener tentaciones. Tenía una sensación rara en la boca del estómago, iba a pasar algo, estaba seguro, e iba a cambiar las cosas para siempre...

*****

Anderson se despertó temprano y llamó a su madre. Había prometido llevar la receta de su familia, pero lo cierto es que no la había hecho nunca, ni siquiera estaba seguro de que le diese tiempo a cocinarla. Sus padres seguían viviendo en la casa de su niñez, una granja en las afueras de Portland. Aunque no podía ir a verles todo lo que le gustaría (era un viaje en coche de casi seis horas y para sólo un día libre era mucha paliza), los llamaba casi todos los días para ver cómo se encontraban. Al ser hijo único, sus padres siempre le habían protegido demasiado. Cuando les dijo que quería ser policía en Nueva York se negaron, intentaron persuadirlo pero si se le metía una idea en la cabeza no había quien le hiciese cambiar de opinión.

Tenía el teléfono en la mano, escuchando los tonos y agradeciendo seguir en la misma franja horaria cuando su madre descolgó el teléfono.

-¿Diga?

-¿Mamá? Soy yo.

-¡Ricky, pequeño! ¿Ha pasado algo? ¿Estás bien? – preguntó preocupada. Nunca había llamado tan temprano.

-No mamá, tranquila – respondió con calma – Es que vamos a hacer una barbacoa y he prometido llevar la salsa que siempre preparas... Pero no sé cómo hacerla... -dijo las últimas palabras con pena.

-Oh, no te preocupes, es muy fácil y muy rápida, en una hora está hecho. ¿Tienes papel y boli para apuntar?

-¿No me lo puedes enviar por correo electrónico?

-Ay hijo, sabes que ni tu padre ni yo nos apañamos con esos cacharros... Apunta: dos cebollas medianas, dos dientes de ajo, 400 gramos de tomate natural triturado, una cucharada de miel, una de salsa de soja, zumo de naranja, dos cucharadas de vinagre, dos de azúcar moreno y dos de aceite de oliva. Una vez que lo tengas todo pelas y picas la cebolla y los ajos, lo pones en un cazo con el aceite y lo cocinas hasta que empiece a dorarse, añades el tomate triturado, lo remueves cinco minutos y añades el resto de ingredientes. Lo dejas a fuego medio veinte minutos, removiendo de vez en cuando y cuando veas que ha espesado, lo pasas por la batidora y le añades un chorro de whisky, eso ya al gusto.

-¡Mamá! ¿Esa salsa lleva alcohol? ¡De pequeño me la comía a cucharadas!

-Y siempre te portaste muy bien cielo – respondió sin inmutarse.

Rick iba a contestar, pero en ese momento oyó una voz detrás de él.

-¿Bebé? ¿Con quién hablas?

Se giró y vio a Kat, recién levantada y con una sábana rodeando su cuerpo a modo de vestido.

-Siento haberte despertado nena, necesitaba hablar con mi madre.

-Oh, ¿es que ahora esa chica vive contigo? Y seguro que no paga nada... Te lo dije cuando vinisteis, no me gusta para ti, lo pasaras mal...

-Mamá...

-Lo sé, lo sé, es tu vida, pero no olvides que te lo he advertido... Pásalo bien con tus compañeros cielo, y cuidado con la salsa – rió en la última frase – Te quiero.

SPD New York Where stories live. Discover now