Capitulo 10° La pasión sin nombre

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    Los espectadores se desternillaban de risa; pero Santos no se divertía y al cabo de un rato dijo:
    –Basta, Pajarote. Ya nos has hecho reír bastante.
    El arpista cambió de son, y el baile continuó. Otra vez Marisela se había quedado sentada. Santos oía el cuento, que
le echaba Antonio, de cierta famosa ocurrencia de Pajarote, y éste se había acercado a ellos, cuando de pronto, irrumpió
Marisela, proponiéndole:
    –¿Quiere bailar conmigo, Pajarote?
    –Muerto, ¿quieres misa? –exclamó el peón, a manera de respuesta; pero, en seguida, a la mirada de Antonio,
agregó–: Eso me queda grande, niña Marisela.
    –Baila –díjole Santos–. Baila con ella.
    Marisela se mordió los labios, y Pajarote se la llevó entre los brazos, gritándole de paso al arpista:
    –Apréciese, Ramón Nolasco, y sacuda bien los capachos, tuerto Ambrosio, que de oro debieran ser. Aquí va
Pajarote con la flor de Altamira, sin tenérselo merecido. ¡Abran campo, muchachos, abran campo!
    –Genoveva. ¡Chica! ¡Lo que se me ha ocurrido!
    –¿Qué, mujer de Dios?
    –Ven para contarte. Allí, junto al palenque, donde nadie nos oiga. Tócame las manos, óyeme el corazón.
    –¡Ah! Ya sé: que te ha dicho por fin..
    –No. Ni una palabra. ¡Te lo juro! Fui yo quien me le declaré.
    –¡Mujer! ¿Los venados corriendo detrás de los perros?
    –Lo hice sin pensarlo, óyeme. Yo estaba muy brava con él porque no me sacaba a bailar.
    –Y para darle celos fuiste a convidar a Pajarote. Sí. Todas nos fijamos. Y después el doctor le pidió una palomita a
Pajarote y bailó contigo.
    –Pero, déjame contártelo. Yo estaba muy brava, como te digo, tan brava que se me salían las lágrimas. De pronto, él
se me queda viendo, y yo, para disimular, para que no fuera a creer que estaba resentida, me sonreí. Pero no como
quería sonreírme. ¿Comprendes?
    –Sí. Ya me figuro cómo te sonreirías.
    –Pues, bien. ¿Sabes lo que se me ocurrió entonces para remediar la cosa? Echarla a perder más de lo que ya estaba:
me lo quedé mirando y le dije: ¡Antipático!
    Se sonroja y agrega:
    –¿Qué te parece, chica? ¿Has visto mujer más lisa que yo?
    La exclamación revela ingenuidad; pero a Genoveva le ha cruzado por el pensamiento otra idea.
    –¡Cómo no vaya a resultar lo que dice mi taita! «Quien lo hereda no lo hurta.»
    –¿Qué te pasa, Genoveva? ¿Por qué te has quedado pensativa? ¿Crees que he hecho mal?
    –No, chica. Esperaba que me siguieras contando.
    –¿Qué más? ¿Te parece poco? ¡Si se lo había dicho todo con esa sola palabra!
    –¿Y él, lo comprendería así?
    –Con decirte que perdió el compás, él, que tiene tanto oído para el baile. No me respondió una palabra, no volvió a
mirarme los ojos.. Es decir: yo no sé si volvió a mirarme, porque después de aquello no me atrevía a levantar más los
míos.
    Vuelve a quedarse pensativa Genoveva. Marisela guarda silencio también, mientras sus miradas se hunden en las
claras lejanías de la sabana, dormida bajo el fulgor lunar. De pronto, palmetea y exclama:

    –¡Se lo dije! ¡Se lo dije todo! Ya por mí no será. A tiempo que Genoveva le pregunta:
    –¿Y ahora, Marisela?
    –¿Ahora qué? –inquiere, como si no entendiera, y, en seguida–: ¡Pero, chica! ¿Qué iba a hacer yo? Ponte en mi caso:
todo el día he estado con la ilusión de este baile, pensando: hoy me dice. Además, ya te repito: se me escapó sin
quererlo. Tú misma tienes la culpa, pues cada vez que nos encontramos me preguntabas: «¿Todavía no te ha dicho?» Y,
últimamente, tú lo que estás es celosa.
    –No, Marisela. Es que estoy pensando en ti.
    –¿Con esa cara tan preocupada, cuando yo estoy tan contenta?
    Pajarote, que venía en busca de Genoveva, porque ya habían comenzado a tocar la pieza que bailaría con ella,
interrumpió la confidencia.
    Marisela se quedó junto al palenque esperando a que también viniesen a invitarla; pero como no venían, las palabras
de Genoveva aprovecharon la ocasión.
    –¿Y ahora, Marisela? ¿Crees que todo puede seguir como venía, después de lo que ha sucedido? ¿Te imaginas que
has resuelto la situación con haberte lanzado a decir lo que no se atrevían a declararte? ¿No ves que, por el contrario, la
has complicado? ¿Con qué cara te le presentarás mañana a Santos si esta noche misma no se te acerca él a confesarte
que te ama?
    «Y no viene. No vendrá en toda la noche. ¡Qué chasco te has llevado! Y todo por no saber disimular lo que sientes.
Imagínate lo que habrá pensado de ti. Él que es tan.. , ¡antipático!»
    –Ya sé que lo soy. Ya me lo has dicho otra vez.
    –¡Ah! ¿Estaba usted ahí?
    –Sí. Aquí estoy. ¿No me ves?
    –¿Por qué viene en punta de pie a oír lo que una esté pensando?
    –Ni he venido así, ni tampoco tengo el don de oír lo que los demás piensen. Ahora, cuando se piensa en alta voz, se
corre el riesgo de que los demás se enteren.
    –Yo no he dicho nada.
    –Pues entonces, yo tampoco he oído.
    Pausa. Pero ¿hasta cuándo irá a estar callado? ¿No parecía tímido? ¿Será necesario sacarle las palabras?
    –Bueno.
    –¿Qué?
    –Nada.
    –Pues nada –y se sonríe.
    –¿De qué se ríe?
    –De nada –y sigue riendo.
    –¡Guá! Será loco, pues.
    –Dicen que las lunas llaneras perturban el juicio.
    –Allá usted. Yo el mío lo tengo muy sano.
    –Sin embargo, eso de enamorarse de Pajarote, así sin reflexionar, no deja de ser una locura. Bien está Pajarote para
lo que es; mas para novio tuyo...
    –¡Guá! ¿Y por qué no, pues? ¿No era yo un bicho del monte cuando usted me recogió? «Pa quien es su pae, buena
está su mae», como dice el dicho.
    –Ya sabía yo que esta noche sería de guás y de refranes vulgares; pero se te descubre a la legua que lo haces de
propósito. De modo que, si quieres engañarme, inventa algo más ingenioso.

DOÑA BARBARAWhere stories live. Discover now