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Comieron hasta que no pudieron más, como siempre.

Después y, como cada domingo, Evan y su abuelo se enfrascaron en una épica batalla sobre el tablero de ajedrez. Mientras tanto, la muchacha se puso a jugar al solitario en la computadora de su madre.

Después de varias jugadas se cansó y se puso buscar otros juegos. Le intrigó una carpeta de nombre crímenes sin resolver. ¿Sería la investigación a la que le estaba dedicando tanto tiempo? Se asomó a la sala para comprobar que nadie la estaba viendo.

—¡Ya verás! ¡Te voy a ganar esta vez! —dijo Evan, frustrado, volviendo a colocar las piezas sobre el tablero por tercera vez.

—Eso quisiera verlo. —Rió el anciano.

Ellos estaban demasiado concentrados en su partida, como para prestarle atención a Jo. Seguramente se habían olvidado de su existencia. Lo hacían cada vez que jugaban. Y Benjamin nunca perdía, ni una sola vez, gracias a la ayuda que obtenía de su gran amigo Jofiel. ¡Si Evan se enteraba!

La chica abrió la carpeta. Allí había un registro de muertes inexplicables que databa de mil ochocientos ochenta y ocho. Todas, con las mismas características. La causa de la muerte era indefinida y todos los cuerpos presentaban solo una marca en el centro de la frente.

Joanna no quería indagar demasiado, pero quiso ver las fotos. Solamente por curiosidad. Ya había tenido suficiente terror por el momento, pero pensó que una miradita no la afectaría. Al fin y al cabo, también tenía instintos de periodista.

Cuando las vio, no pudo contener el grito.

—¿Qué pasó? —Le preguntó su abuelo desde la otra habitación—. ¿Por qué gritaste?

—Tenía un bicho en la ropa, pero ya lo maté —mintió.

—¡Chicas! —se quejó Evan—. Gritan por cualquier cosa.

Algo la había asustado en aquellas fotografías. No era el hecho de estar viendo muertos lo que le ponía los pelos de punta, sino las marcas que éstos tenían. Ya las había visto antes, aunque no en la frente de alguien, sino en su cuello. ¡Era la misma mancha negra que tenía Larry después de que Dante le pusiera las manos encima! ¿Acaso él los había matado?

No quiso darle más vueltas al asunto. ¿De qué le serviría? Solo lograba ponerla nerviosa. Fue a la cocina y se hizo un té. Miró por la ventana; era de noche. El tiempo pasaba bastante rápido cuando estaba al lado de esos dos locos. No quería irse nunca de allí, porque sabía lo que le esperaba en casa. Violeta iba a interrogarla, y no sería nada bonito.

Se sentó y encendió el televisor. Enseguida encontró una película de monstruos, pero la cambió. Ya había tenido suficiente con ellos. Tenía ganas de ver algo más alegre, más light. Dejó algo acerca de un campamento de verano para adolescentes.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó una voz que no conocía—. ¿Mejor?

Ella giró su cabeza y vio que, sentado en la silla de al lado, un chico de cabello rubio y alborotado, y ojos celestes como el cielo le sonreía con simpatía. Era de una belleza sobrehumana, igual que la de Dante, pero un tanto diferente. Todo su cuerpo parecía estar rodeado por un halo de luz dorada. Tenía puesta una impecable camisa blanca y unos pantalones de jean con zapatillas, bien a la moda. Lo que más la impresionó de él fueron sus brillantes y níveas alas. Jo se le quedó mirando con la boca abierta.

El joven se rió pícaramente y susurró:

—Tu abuelo me va a matar porque le he dejado solo. ¡A ver cómo se las arregla sin mi ayuda el muy tramposo!

El ángel de la oscuridadWhere stories live. Discover now