—¿Mía? —preguntó con sorpresa fingida.

Sí, de hecho, lo había sido. Pero no tenía por qué contestarle.

—¿Y bien? —Él esperaba una contestación.

—¡Mira, el abuelo ha salido a recibirnos! —exclamó Joanna, bajando rápidamente del coche. Se había escapado como la mejor.

—¡Hola chicos! ¡Qué alegría verlos! —El anciano se detuvo por unos instantes, guardando silencio. Miró a Jo y preguntó—. ¿Evan, podrías encender el fuego? Dejé todo listo atrás.

El joven corrió al patio trasero en velocidad récord. Tenía tanta hambre, que haría cualquier cosa con tal de comer. Incluso, cocinar él. Y era pésimo para eso. Era algo de familia.

El anciano se acercó a su nieta y le dio un abrazo. Después la acompañó a la sala para que dejase sus cosas.

—Veo que por fin has recapacitado. Pero dime ¿cómo has hecho para quitarte ese demonio de encima? Parecía muy apegado a ti la última vez que nos vimos.

Ella se largó a llorar.

—¿Qué te pasa, niña? ¿Por qué las lágrimas? Deberías estar feliz.

—¿Por qué todos me dicen eso? Abuelo... Yo no eché a Dante, él se alejó de mí por miedo a herirme. Ha recuperado su forma demoníaca y no sé cómo ayudarlo a ser el chico que conocí. Ahora temo que jamás pueda volver a verlo. ¿Sabes lo triste que eso me pone?

—Pero Jojo, él es un demonio. ¡No me digas que te has enamorado de él! —Se inquietó.

¿Lo había hecho? Era la primera vez que se hacía esa pregunta. Tal vez, esa era la causa de su desdicha. ¡¿Cómo no se había dado cuenta antes?!

Joanna se sentó en el sillón y se tapó la cara con las manos, para que nadie pudiera ver su horrible cara empapada e hinchada de tanto llorar. Ben se sentó a su lado y le dio unas palmadas en la espalda.

—Jofiel dice que estarás mejor sin él. Tu vida recobrará su normalidad. Será como si nunca lo hubieras conocido.

—¡Pues dile a Jofiel que se vaya al diablo! No quiero que mi vida sea como antes. La última semana fue la mejor de mi vida. Dante lo ha hecho posible. No me importa si es un demonio o no. Yo quiero que esté conmigo.

Evan entró corriendo a la sala.

—¡Viejo, ya está el fuego! ¿Puedes ayudarme? Creo que se me pasó la mano, porque mide como dos metros. Más vale que vengas de inmediato.

El abuelo se levantó y lo siguió, antes de que incendiase la casa.

—¡No toques nada, Evan! ¡Ya voy!

Jo se quedó sola, tirada en el sillón. Su madre no estaba. Había tenido que salir por razones de trabajo, por un par de días. ¡Qué suerte que no la vería! No quería pensar lo que le diría de verla así, tan llorona. No era una mujer muy comprensiva. Su abuelo era en el único que podía confiar, y él no estaba de parte de Dante. ¿Por qué Evan no veía lo mismo? Estaba segura de que él sí la entendería. Siempre se ponía de su lado, por más que estuviera equivocada. Siempre la había apoyado.

Sonó el teléfono y fue a atender.

—¿Hola?

—Habla Verónica. ¿Se encuentra Evan?

Un escalofrío le recorrió el cuerpo.

—Sí, espera un momento. —La joven se asomó por la puerta entreabierta—. ¡Evan! ¡Teléfono!

El ángel de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora