Tan cerca y tan lejos

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Darren se había quedado embobado mirando la espalda sobre la cual danzaba la abundante cabellera de Maia mientras ella se marchaba deprisa. Deseaba, con todas sus fuerzas, volver a verla pronto. Pero, ¿y si la chica nunca lo llamaba? ¿Cómo haría para encontrarla? No le había dicho en dónde vivía ni tampoco supo a ciencia cierta en dónde trabajaba... ¿o aún estudiaba? Estaba algo confundido. La joven había logrado mantener los datos claves acerca de su identidad por fuera de la conversación. Cada vez que él hacía el intento por conocer detalles tan básicos como su apellido, ella respondía con evasivas o directamente cambiaba de tema. ¿Por qué lo ocultaba todo de esa manera tan extraña? ¿Tendría algún secreto escabroso? ¿O acaso podría tratarse de un trauma? El muchacho se estaba comiendo la cabeza con decenas de preguntas cuando Jaime llegó para destrozar sus cavilaciones mediante una gran palmada por la espalda.

—¡Te felicito, loco! ¡Por fin tuviste la cita con la mina de tus sueños! ¡Tenés que contarme cómo fue! —exclamó el fotógrafo, con una sonrisa digna del gato de Cheshire.

—La verdad es que me la pasé bárbaro con ella. Hablamos mucho acerca de música clásica y de nuestra experiencia como compositores. ¿Sabías que a ella también le gusta mucho la ópera? ¡Che, somos igualitos! Es increíble que tengamos tantos gustos en común —declaró él, entre suaves risas.

—¡Buenísimo! ¡Me alegro por vos! Pero ahora viene lo más importante. Decíme, ¿cuándo la volvés a ver?

—Ahí está el problema. No quiso darme su número ni su correo ni nada parecido. No sé dónde vive y tampoco me quiso decir cuál es su apellido...

—¿¡Vos me estás cargando!? ¡Qué bajón! Esa flaca es todavía más rara de lo que yo pensaba, entonces.

—Al menos aceptó un papel que le di con mi número, pero eso no me asegura nada... ¿Le habré parecido zafado? ¿Qué voy a hacer si ella no me llama? ¡No tengo idea de cómo buscarla!

—¡Pará un poco! La piba no lleva ni cinco minutos de haberse ido y vos ya estás hecho un pelotudo otra vez. Bajá un cambio, seguro que sí te llama.

—Ojalá que tengás razón. ¡Me jode no saber nada!

Jaime se quedó observando el ceño fruncido y la mirada ausente de Darren. "Este flaco no va a dormir hoy si sigue así. Mejor le doy la sorpresa hoy", pensó.

—Tengo algo para vos y estoy segurísimo de que te va a poner de buen humor. Quería dártelo después, luego de haber escogido lo mejor de lo mejor, pero me parece que lo necesitás ya —declaró el joven Silva, al tiempo que sacaba la tarjeta de memoria de la cámara que llevaba colgando del cuello para entregársela a su amigo.

—¿Algo para mí? ¿De qué hablás?

—Es una sorpresa. Ya me dirás qué te pareció luego de que lo hayás visto en tu computador, ¿de acuerdo?

—Te las querés dar de importante con tanto misterio... ¿No me vas a decir nada, ni una pequeña pista?

—¡Cortala con la desesperación, loco! Si te digo lo que es desde ya, dejaría de ser una sorpresa. Vení, te ayudo a acomodarte en la silla y luego te llevo a tu casa, ¿ok?

—Bueno, está bien, no es como si me quedara otra opción... Y por cierto, te debo una después de lo de hoy. ¡Sos de primera!

—No me debés nada, todo esto fue cortesía de la casa.

Acto seguido, Jaime acomodó la silla de ruedas junto a la banca del parque. La había estado cuidando mientras Darren estaba con Maia para que su amigo pudiera olvidarse de sus limitaciones físicas por un rato y la pasara bien. Mientras el joven Pellegrini se ponía cómodo, el fotógrafo se dispuso a recoger las decenas de bombillas que decoraban los árboles para luego guardarlas en su respectivo estuche protector, el cual iría, a su vez, dentro de la mochila grande que traía consigo. Al ver que Darren estaba listo, su compañero comenzó a empujar el asiento rodante con delicadeza. El sitio hacia el cual se dirigían no estaba lejos, así que solo tardaron unos pocos minutos en llegar.

—¡Nos vemos mañana, loco! ¡Saludame a tu vieja! —dijo Jaime, al tiempo que chocaba el puño cerrado con el de su amigo, a manera de despedida.

—¡Gracias, che!

Después de que el muchacho ingresó a la casa, tuvo una breve charla con su madre, para así ponerla al corriente de las actividades que había llevado a cabo durante el día. Omitió todo lo relacionado con Maia para evitar problemas, pues ya conocía lo que doña Matilde pensaba acerca de la joven violinista. Prefirió no arriesgarse a disgustarla y solo habló acerca de lo bien que la había pasado jugando videojuegos y mirando películas con Jaime. Una vez que se despidió de ella, cerró la puerta de su habitación con llave y se dirigió de inmediato hacia el escritorio en donde reposaba su laptop. Luego de encenderla, tomó la tarjeta que le había entregado el joven Silva y la colocó en el puerto USB correspondiente. Al dar clic sobre la única carpeta que el dispositivo contenía, una cascada de casi trescientas imágenes en miniatura le inundó el campo visual.

—¡No me jodas! ¡Esto no puede ser cierto! —exclamó él, mientras daba doble clic sobre la primera de las fotografías.

El rostro de sorpresa de él era idéntico al que Maia mostraba en la fotografía. Conforme Darren iba dando clic tras clic sobre la flecha de desplazamiento en el visualizador de fotos, más escenas de aquella noche tan inolvidable iban apareciendo frente a sus atónitos ojos. Jaime había estado lejos del punto de encuentro, pero lo suficientemente cerca como para ser capaz de hacer zoom con su cámara e inmortalizar la velada cuadro por cuadro. Todas las fotos tenían una calidad magnífica, pues tanto la máquina como el profesional a cargo de la misma eran dignos de alabanza. Al contemplar la secuencia en donde Maia estaba tocando el violín, el chico no pudo contenerse y se puso a reír como un loco. La impresionante pasión que se desbordaba de la muchacha al estar en contacto con su instrumento musical era muy notoria. A pesar de ser unas simples capturas inmóviles, el espíritu cálido con el que ella creaba las melodías era casi palpable. Los vívidos recuerdos de las noches en que las sonatas de Maia le habían devuelto las ganas de luchar regresaron a Darren con fuerza a través de aquella hermosa sesión fotográfica. Los ojos se le humedecieron sin previo aviso. Tomó el teléfono celular que llevaba en el bolsillo, abrió el chat de WhatsApp de Jaime y allí le grabó un mensaje de voz.

—Vos te ganaste el cielo, ¡sabelo! —afirmó el chico, quien no soltó el botón hasta que se grabó también una buena parte de sus risas.

Unos pocos segundos después, su amigo le dio una respuesta al breve mensaje. Lo hizo de la misma forma en que él lo había hecho.

—Me tenés que hacer un altar y rezarme todos los días de ahora en adelante... ¿Acaso me podés negar que yo soy el capo de los capos? —manifestó el muchacho, entre sonoras carcajadas.

—¿Querés que te prenda una velita por las noches también?

—No estaría nada mal... Pero bueno, che, ¡dejame descansar por hoy! Voy a llegar con altas ojeras a la sesión de mañana. Me toca madrugar y ya sabés cuánto odio eso.

—Perdoname, señor capo, ya no te voy a hinchar más las pelotas.

Dicho eso, Darren envió un emoticono de una mano levantando el dedo del centro justo después de la grabación, ante lo cual recibió un emoticono idéntico. Eso lo hizo sonreír. Luego de aquella amistosa despedida, desactivó la conexión a internet de su móvil y lo colocó en la mesa que estaba a un lado de su cama. Justo antes de irse a dormir, envió algunas de las fotos de la tarjeta de memoria a su correo electrónico. De esa manera, podría mirar el rostro de Maia en su celular apenas despertara al día siguiente, cuantas veces quisiera. El muchacho cerró los ojos y se dedicó a reproducir en su mente los recuerdos del encuentro más afortunado de su vida. Mientras tanto, a una distancia no muy lejana de ahí, la joven violinista dedicaba sus horas de descanso al mismo objetivo: rememorar los dulces momentos que había vivido entre luz dorada, pétalos blancos y la más agradable de todas las sonrisas que pudiesen haberle dedicado...


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Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Where stories live. Discover now