# VEINTE.

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– Esto es exactamente lo que parece. —Hablé jediéndolo más de lo que ya había hecho.

Su mirada viajó por todo mi rostro, Nick alejó sus manos de mí.

Las palabras brotaron nerviosamente de mi boca, como era común en mi.

– Lara.— Mi nombre en sus labios, eran cuchillas atravesándome.

Me sentí jodida. —Lo había jodido todo.

– Y–Yo.— Fue todo lo que salió de mis labios no podía conjugar palabras, ni formular ninguna oración.

Maldecí internamente, no podía remediar mi error.

Debí haberle dejado claro toda la situación, pero claro yo y mi falta de razonamiento.

– E–En realidad, no es como si te hubiese sido infiel. No som...mos nada. —Cerré mis ojos fuertemente.

Era una jodida perra.— Esto lo he hecho varias veces ya.

¿Por qué ahora me duele el pecho? Me dolía porque sabía que esto le iba a pegar duro, lo sabía y aun así no me retracté.

Sus ojos me miraron consternados, penetraban mi cabeza.

– Y–Yo creí— inmediatamente bajó su mirada y apretó la quijada. – Fue mi culpa haber creído...

Aparte la mirada de él, no podía con la culpa.

Un nudo se instaló en mi garganta, obstinado en quedarse allí. — Quería desaparecer, mundo sepúltame cien metros bajo tierra.

– Sabes que, olvídalo. —Habló golpeado, lo miré directamente. — Tragando ese estúpido nudo.

Planteándome que era lo mejor.

¿Entonces por qué se sentía estúpidamente tan jodido?

– Simplemente olvídalo. —Me miró una última vez, sus ojos estaban rojos por la rabia y sumidos en la decepción.

Se volteó y caminó con pasos pesados hacia el ascensor, sus puños iban apretados.

El aire se quedó estancado en mis pulmones, sentí una mano acariciar mi brazo.

No me había percatado de la presencia de Nick ni que lo había presenciado todo en silencio.

– Ve tras él. —Solo basto que me diese un beso en la comisura de mis labios.

Lo miré y sin pensarlo dos veces corrí de prisa.

Pero las puertas del ascensor ya se habían cerrado.

Corro por las escaleras de emergencia. —Pero los jodidos tacones no cooperan.

Voy de dos en dos, hasta que tropiezo con uno y me caigo de bruces.

– Y una mierda. —maldigo, cuando vienen dos niños subiendo.

Ambos me observan constipados.

– Decir groserías es de Lucifer.— Fue lo primero que se me ocurrió, antes de salir de nuevo corriendo.

Maldito imbécil.

Casi lograba salir del edificio, pero tenía que tomar un ascensor hacia la azotea.— Gran y jodida mierda.

Al entrar al ascensor, este venía vacío.

Mi celular sonó, miré hacia la pantalla y me sorprendí al ver quién llamaba.

– Princesa del hielo.— Mi voz sonó agitada.

– Princesa de la torpeza. — Respondió con burla. Sonreí.

Faltaban dos pisos y llegaba al estacionamiento, sí. Seguramente llegaría tarde.

– ¿Qué haces? — Preguntó con interés.

Las puertas se abrieron inconscientemente salí de allí con los nervios de punta.

– En este momento Nay, persiguiendo quizá la felicidad. —Solté y colgué el celular.

Me quité los malditos tacones y los lancé

Corrí descalza, su auto aún estaba allí. Estaba encendido.

Corrí como si la vida se me fuera en ello.

Pero.

El auto había arrancado ya, y se había esfumado de mi vista.

A, y aparte me había encajado una jodida astilla en mi pie.

– Estúpida astilla que provoca mis lágrimas. Pff, no estoy llorando por ese maldito imbécil problemático, con esos encantadores ojos, y esa actitud tan reservada y antipática. —sorbí mis mocos que bajaban por la nariz.

– Tonterías, no lloro por él. Sino por esta jodida astilla. —mi pecho se estrujó. – Y una mierda, lloro por él. Maldito, maldito imbécil.

Me tense al sentir unos brazos abrazarme por detrás.

– Debería dejar de pensar en voz alta. —Hablo esa voz tan característica y demandante.

Quizás mi felicidad aún no desaparecía.

Una segunda oportunidad.

Debía esforzarme por no joderlo de nuevo.

Gire mi cuerpo y enganche mis piernas en su cintura. —Pegándome como un koala hacia él.

Me apretó contra él. —Esto sería estúpidamente difícil de sobrellevar.

– Jefe, es un maldito imbécil.— Escondida en su cuello, su olor tan exquisito.

Lo escuché reír, caminó de vuelta hacia el ascensor.

– Ya no soy tu jefe, Lara. – Lo cual era mejor.

Me separé de él, le sonreí y entramos al ascensor.

Antes de que las puertas se cerraran pude ver el auto de Killian estacionado justo a unos jodidos pasos del elevador.

Y una mierda, sí que era una torpe.— Y así recordé por qué Naydelin me había puesto ese mote.

– Srta. Bell, enserio debería dejar de pensar en voz alta. —Killian tomó mi mano y la entrelazó con la suya, sonreí al instante.

– Y usted Sr Vahamonde, debería dejar de ser un imbécil. — Me acerque a él y lo besé.

Sin escrúpulos, sin más. — Quería ese momento para mí, y que durase lo que tenía que durar.

Reglas del juego, Solo no te enamores. ¿Era tarde ya?











Alexandra Cuevas.

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MI JEFE ES UN PERFECTO Imbécil.|COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora