#ONCE.

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Perpleja caminé hacia una heladería, y pedí una nieve con cuatro bolas y bañada de frutillas rojas.

Me senté en una banca fuera del local y disfruté de mi deliciosa nieve, a decir verdad, Chicago era una de las ciudades que más me encantaban.

Era acogedor, me gusta New York. Pero prefería Chicago, New York era muy alocado para mi gusto. — No lo digo porque tuviese una amiga viviendo allí, que debo mencionar era una loca desquiciada.

Extrañaba a mi sobrina, era una pequeña. Quién perdió a su madre.— Mi hermana gemela. Aún seguía doliendo a pesar de los cinco años que habían pasado.

Joey, mi ex cuñado, vive en Los Ángeles. Una ciudad exótica, a la cual no me gustaba viajar mucho, solo lo hacía para los cumpleaños de mi sobrina.

Mi vida es pacífica y rutinaria, claro. Tenía una que otra cosa interesante en ella. – Como la cita que tendría el viernes con mi imbécil jefe.

Acepte, no sé por qué. Solo sé que por unos minutos me perdí en sus ojos aceituna, me gustaban mucho sus ojos.

Y es que apenas notaba lo magníficos que eran.

Debería estar ya en la oficina, pero es que ya no me apetecía estar encerrada escuchando lo cotillas que eran las secretarias unas con las otras.

Además, que mi trabajo disminuía, y me aburría.

Creo que era hora de que aceptara otra oferta de algún bufete, y es que no es por nada. Pero era una de las mejores abogadas de la ciudad.

Así es Lara Bell, de veinticinco años. Soltera y reconocida abogada por humillar en el estrado.

Él Sr Vahmonde, tenía suerte de haberme contratado.

Se podría decir que yo lo salve, de poco a poco. Pero hice lo que su esposa nunca habría hecho.

Creo odiarla, y no solo por mi jefe. Si no por ver los ojos de las pequeñas luciérnagas. Me partía en dos al ver la tristeza el día de las madres, al no tener una con quién compartir obsequios en ese día.

Claro, yo me llevaba uno que otro. Sabía que ellas en fondo, veían una figura materna en mí.

No me molestaba, y la verdad era que yo ansiaba tener una familia propia.

Lo anhelaba, más que a nada.

(***)

Salí de la oficina con unas carpetas en mis manos, caminé hacia mi auto y antes de subir fui interrumpida.

– Lara.— Dijo mi jefe acercándose a mí, con gesto neutral y tranquilo.– ¿Quisieras cenar con nosotros?.

Parpadeo confundido.

– Con mis hijas, y conmigo. — Sonríe un poco.

Fruncí los labios, pero después sonreí y asentí.

– Bien, te esperamos en una hora. — Se acerca a mí y planta un beso en mi mejilla.

Eso no me lo esperaba, él se aleja y yo me quedo paralizada.

Y a este ¿Qué bicho raro le picó?








Alexandra Cuevas.

MI JEFE ES UN PERFECTO Imbécil.|COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora