#NUEVE.

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El fin de semana transcurrió rápido, tanto que ni tuve tiempo de ponerme a dieta. — La verdad ni lo necesito, porque tengo un cuerpo M A G N I F I C O.

Mentira, la verdad es que mi doctor me dijo que me vendría bien un poco de menos dulce, pero vamos soy una adulta responsable y haré caso.

Claro, después de acabar el tarro de mermelada de frutilla — y las cinco reservas que tengo guardadas.

Me cambio y salgo de mi departamento. Por mi mente pasan los pendientes del día de hoy y las multas que tengo que pagar del Sr Vahmonde.

Cielos, ese hombre no puede estar sin insultar a ningún policía o sobrepasar la velocidad.

Bajo de mi auto con mi bolso en un brazo y en mi otra mano sostengo un bote de crema de avellana. Abro la puerta de las oficinas. — No sin antes saludar a los trabajadores​.

Llego hasta mi escritorio, me siento en mi respectiva silla, dirijo una cucharada de crema a mi boca.

Y a trabajar.

Dos horas después de terminar con las multas, acuerdos y una que otra orden de alejamiento. Terminé. — Si, también me acabé la crema de avellana.

Me dirigí hacia la oficina de mi jefe, toqué, el me dio el pase y entre.

– Buenos días, le traje la carpeta de las multas, etc. Por favor guárdelas, para entregarlas en una semana.— explique lo más tranquila que debía.

– ¿Por qué habría de guardarlo yo? ¿Por qué no lo hace usted? — Alzó una ceja y se reclinó en la silla.

Fruncí el ceño y apreté los labios, sólo era su abogada no su jodida secretaria. ¿Qué se creía?

– Es su deber, no el mío. — Contesté firme, él sonrió un poco y asintió apartando la mirada, tomando la carpeta.

Relajé mis facciones y salí de su oficina.

¿Qué pasó allí dentro?






Alexandra Cuevas.

MI JEFE ES UN PERFECTO Imbécil.|COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora