—Conozco un restaurante acá cerca que tiene mesitas al aire libre. ¿Te gustaría acompañarme ahí?

Ella lo miró de reojo y suspiró de nuevo, como lo hacía toda vez que estaba tratando de ocultar su incomodidad perenne ante el contacto social, pero sin conseguirlo.

—Supongo que cualquier lado estará bien.

—¡Perfecto! No tardaremos nada en llegar, entonces.

Jaime iba caminando a paso muy rápido, lo cual era completamente normal para él, pero no lo era en absoluto para otras personas. Casi todo el mundo se quejaba de que el muchacho los dejaba abandonados, pues solía adelantarse varios metros sin siquiera percatarse de ello. Solo lo notaba hasta que se encontraba hablando solo en mitad de la acera. Sin embargo, aquel mal hábito no representó ningún problema para Maia. Estaba habituada a caminar a un ritmo igual de acelerado, dado que transitaba así a diario. Aunque era bajita, sus pasos eran lo suficientemente veloces como para estar al nivel de las zancadas del joven Silva sin mayores problemas. Aquel detalle sorprendió al chico, pues no esperaba verla avanzando lado a lado con él durante todo el trayecto. Apenas llegaron a la entrada de la cafetería en cuestión, le mencionó el asunto.

—¡Oye, de verdad eres rápida! A menudo me pasa que mis amigos se molestan conmigo porque los dejo atrás. No es a propósito, es que no puedo evitar caminar como lo hago. Pero, ¡tú caminas igual que yo! —afirmó él, dedicándole una mirada de aprobación y una sonrisa.

—No tiene nada de sorprendente, es cuestión de costumbre nada más —contestó ella, sin mostrar atisbos de cordialidad.

El muchacho estaba comenzando a sentirse incómodo en presencia de Maia. Nada de lo que él hacía o decía causaba un buen efecto en su estado de ánimo. No había sonreído ni una sola vez y su tono de voz sonaba agresivo, como si le tirara pedradas con cada sílaba. "Si solo se tratara de mí, ya habría dejado de quemarme la cabeza con esta mina. ¡Alta amargada!" Estaba haciendo un gran esfuerzo por mantener el espíritu jovial que lo caracterizaba, pero no era nada sencillo. "Debería cobrarle a Darren por esto", pensaba para sus adentros, al tiempo que corría una silla metálica para que la muchacha se sentara.

—¡Adelante, señorita! —declaró él, haciendo la pantomima de un distinguido caballero victoriano que se quitaba el sombrero ante las damas.

Maia le sostuvo la mirada por varios segundos, pero no dijo nada. Se sentó en el puesto que le ofrecía y esperó a que su interlocutor se acomodase en el asiento que estaba en frente del suyo. Así lo hizo él y, acto seguido, levantó la mano para llamar al mesero. El hombre acudió de inmediato, ya que no había muchos clientes a esa hora en el local.

—¡Bienvenidos! ¿En qué les puedo servir?

—Yo quiero un café negro, sin azúcar, por favor —dijo Jaime, haciendo un esfuerzo por sonreír, como si la estuviera pasando de maravilla.

—¿Y qué desea la joven?

—Quiero un chocolate caliente, gracias —contestó ella, casi sin mover los labios.

—¿Desean algo para comer?

—No, así está bien. Tenemos algo de prisa.

—Como gusten. En un momento les llegarán sus bebidas.

El mesero dio media vuelta y se marchó, dejando tras de sí una densa atmósfera de silencio. Al joven Silva ya se le estaban agotando las ideas para mejorar el semblante impasible de la chica. Necesitaba escoger bien las palabras que le diría a continuación si pretendía que ella aceptara ver a Darren después. Decidió ir al grano, para no impacientarla o indisponerla más de lo que ya estaba.

Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora