—Creo que olvidé el dinero en mi casa. Voy a tener que dejar las cosas acá. Disculpe las molestias —dijo ella, dirigiéndose a la cajera.

Jaime la oyó suspirar, claramente fastidiada, tras lo cual le dio la espalda y empezó a alejarse. Al comprender que estaba dejando escapar el momento propicio para abordarla, una loca idea le llegó de golpe. Miró el monto en la pantalla de la máquina, sacó su billetera, tomó dos billetes de quinientos pesos y se los ofreció a la empleada.

—Yo voy a pagar por las cosas de ella. Conserve el cambio, por favor.

La cajera no cuestionó la acción sorpresiva del chaval y solo se limitó a aceptar el dinero que este le entregaba. No obstante, como vio que el joven no hacía intento alguno por llamar la atención de la chica que se retiraba, ella misma se encargó de hacerlo.

—¡Señorita, espere, por favor! ¡Acá hay un joven que acaba de pagar por toda su compra!

Maia se dio la vuelta de inmediato, con cara de pocos amigos, lo cual intimidó un poco al muchacho, pero eso no impidió que él siguiera adelante con su extraño plan. Armándose de valor, avanzó unos cuantos pasos hacia ella, con el paquete en la mano izquierda y, finalmente, le habló.

—¡Hola! Me llamo Jaime. Seguro estarás preguntándote por qué hice esto si no nos conocemos de nada y, créeme, quiero contártelo. Pero, para eso, me gustaría invitarte a tomar un café. Es una larga historia.

Transcurrieron unos cuantos segundos de silencio, los cuales se le hicieron larguísimos al chico. La expresión facial de ella seguía tan fría como antes y se acentuaba aún más al verla de cerca, con ese maquillaje oscuro que resaltaba lo glacial de su mirada azulina.

—Agradezco la buena intención, pero no necesito que nadie pague por mis cosas, eso lo puedo hacer yo misma. No puedo aceptar el paquete ni tampoco puedo ir a tomar café con usted. Tengo muchas cosas que hacer.

Maia hizo un amago de marcharse, pero lo que Jaime le dijo a continuación logró que se detuviera otra vez.

—Solo permitime cinco minutos al menos. Quiero hablarte acerca de Darren. Él es un gran admirador tuyo.

—¿Admirador? ¿De qué está hablando?

—Un admirador de tus sonatas nocturnas, de eso te estoy hablando.

Un nuevo silencio afloró entre ellos. Sin embargo, el rostro de ella ya no se mostraba inexpresivo, sino todo lo contrario. Tenía el ceño fruncido y los ojos muy abiertos, como si acabase de recibir una noticia extraordinaria. Cuando se dio cuenta de que por fin había captado su atención, Jaime coronó su exitosa afirmación anterior con una aún más contundente.

—Debo decir que me alegra haber podido ayudar a que conservaras tu violín.

La siguiente reacción de la joven lo inquietó bastante. Maia apretó los puños y suspiró, como si estuviese controlando un incipiente ataque de ira. El chico casi esperaba que comenzara a gritarle groserías o algo semejante, pero ella, más bien, le dio la respuesta que él tanto deseaba escuchar.

—Está bien, le daré los cinco minutos que pide, pero no más que eso... Por cierto, mi nombre es Maia.

—¡Encantado de conocerte, Maia!

Jaime sonrió como lo hacen los niños pequeños después de llevar a cabo una gran travesura que queda impune. Su plan no podía haber resultado más exitoso. Ahora podría orquestar el encuentro perfecto para su amigo. Sería la mejor sorpresa para darle, un impresionante regalo atrasado de cumpleaños del que Darren jamás se olvidaría. Tuvo un impulso fugaz de volver levantar el puño para celebrar, pero se detuvo a tiempo.

Sonata de medianoche [De claroscuros y polifonías #1]Where stories live. Discover now