LA VERDAD NO CONTADA HASTA DESPUÉS DE LA MUERTE (Parte 1)

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La verdad no contada hasta después de la muerte

El chico corría con todas sus fuerzas mientras, rápidamente, el aire se iba de sus pulmones. Volteó hacia atrás y vio que los demonios casi lo alcanzaban. Aceleró el paso aunque eso le costara más oxígeno de lo que tenía.

Necesito llegar, pensaba.

Sus mejillas estaban teñidas de un color rojo por el esfuerzo y su cabello negro se le pegaba en las sienes y en la frente.

«Mataré a uno por uno, y ustedes ni se darán cuenta de cuando» «Deberían fijarse más en sus propios compañeros, si lo hicieran no tendrían los infiltrados».

El nefilim visualizó el Instituto desde lejos. Ya casi llego. Sacó su celular del bolsillo y como pudo —con las prisas y sin ver mucho por ir corriendo— escribió un mensaje a sus hermanos. Decía: “Salgan afuera. Ya”. Él sabía que ellos estaban en el Instituto, así que no tardarían en salir.

Casi…

Entonces sintió un dolor agudo en la espalda y se dio cuenta que a escasos centímetros ya estaban los demonios; uno le había rasgado su espalda con sus zarpas.

A pesar de su punzante dolor, siguió corriendo.

«Y creo que ya sabes quién va a ser el primero en morir, ¿no? Ahora que ya sabes todo; tienes demasiada información y sabes que no dejo cabos sueltos, ¿verdad? No puedo dejar que compartas lo que sabes. Se adelantó el plan».

Tengo que contar lo que sé antes de que me atrapen, pensó el pelinegro.

«Te aconsejo que corras, aunque no te ayudara en nada».

«Corre».

Divisó la reja del Instituto y vio que allí se encontraban ya Isabelle y Jace; incluso estaban allí Clary y Simon. Claro, éste último estaba afuera de la reja por eso de ser vampiro.

Llegó y lo voltearon a ver alarmados.

— ¡Alec! ¿Qué pasa? ¿Cuál es la urgencia? ¿Por qué andas tan agitado? —todos le arremolinaron de preguntas en lo que él paró para respirar. Volteó hacia atrás y los demonios habían desaparecido. Quizás al ver a otros nefilim se habían asustado.

Suspiró aliviado.

—Se… —empezó a decir Alec cuando sintió un fuerte dolor en el pecho, volteó a ver que era al mismo tiempo que oía el grito de Isabelle, y vio que un demonio había salido de la nada y le había atravesado el pecho y las costillas con sus zarpas. Emitió un jadeo, sus piernas cedieron y cayó al suelo.

De ahí todo ocurrió en cámara lenta.

Jace lanzó su cuchillo serafín y le dio al demonio, matándolo.

Clary y Simon empezaron a perseguir a los demonios que habían acompañado al otro, mientras Jace e Isabelle se arrodillaron con Alec.

—No, Alec, por favor, no me dejes; no nos dejes —decía Isabelle en lo que Jace se agarraba con fuerza la Runa Parabatai.

Alec inspiraba con trabajo y apretaba los puños con fuerza.

—Ma… —empezaba a decir pero Isabelle lo interrumpió.

—No hables, Alec. No lo hagas. Guarda las fuerzas, por favor —agarró la mano de su hermano y la apretó.

—Tengo… que… hacerlo,… Sebastian… —y tras decir eso, inspiró por última vez y dejó la vista clavada en un punto lejano, después suspiró y fue lo último que hizo. Alexander Gideon Lightwood había muerto.

Jace gritó en agonía. El dolor que le provocaba la Runa al desvanecerse y el perder a su Parabatai era demasiado para él.

—No, no, no, no, ¡Alec! ¡No puedes hacerme esto! ¡No! ¡No puedo perder otro hermano! ¡Por favor! ¡Despierta! ¡Maldita sea, hazlo! —gritaba Isabelle en lo que se aferraba a su hermano.

En ese momento llegaron Clary y Simon, y se quedaron petrificados con la escena que vieron.

— ¡No puedes morirte, Alec! ¡No! ¡Despierta! ¡No me hagas esto! —Isabelle empezó a golpear el pecho de su hermano mientras le suplicaba que no la abandonará.

Rápidamente, Simon se acercó a ella y le agarró los brazos.

—Ya, Izzy. Basta. Déjalo —le dijo Simon mientras la rodeo con sus brazos y la apretó contra sí. Isabelle se retorció al principio y se jaloneó murmurando: “¡Déjame, Simon! ¡Suéltame! ¡Alec!”. Pero al final se dejó abrazar y se aferró al pecho de Simon, llorando.

Jace era otra cosa. Al contrario de Isabelle, él sólo se quedó hincado junto al cuerpo sin vida de Alec con una expresión de dolor puro en su rostro y con una mano aferrada a su ahora Runa Parabatai descolorida.

Clary se le acercó con cautela y se arrodilló junto a él. Se fijó en que Alec aún tenía los ojos abiertos, así que acercó su mano y con cuidado se los cerró.

—Ave Atque Vale, Alec Lightwood —susurró.

Luego se le acercó a Jace y le dio un cálido abrazo. Éste se recargó en ella y cerró los ojos.

—Alec… —murmuró; y, por primera vez desde que tenía 10 años, lloró. Se derrumbó.

Y nadie se acordaba de la última palabra de Alec:

Sebastian.

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No me quedó muy bien el capítulo como esperaba, pero bueno (: 

Gracias por leer. 

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