LA PROPOSICIÓN

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LA PROPOSICIÓN

 —Bien. Tu tranquilo, Alec. Sólo le recitas lo que estuviste ensayando toda la semana, le entregas el anillo y se lo pides —Alec estaba parado frente al espejo de su cuarto en el Instituto—. Va a ser fácil, ¿no? Bueno, eso espero…

Alec iba vestido con una camisa de traje azul claro con un pantalón casual negro y unos zapatos de charol negro, que Isabelle le había comprado el día anterior para esta especial ocasión.

—Muy bien, ahora… a ver a Magnus.

El nefilim tocó la puerta del loft de Magnus dos veces antes de que ésta se abriera y mostrara al brujo vestido con un pantalón café, una camisa rosa chillón y un chaleco negro con unos pocos brillos.

— ¿Te gusta lo que ves? —preguntó Magnus divertido al ver que Alec lo repasaba con la mirada.

El nefilim se sonrojó al ser descubierto. Magnus rio.

—Bueno, vamos, garbancito, que se hace tarde —se tomaron de las manos y caminaron en silencio hacia el restaurante que estaba a unas pocas manzanas, por eso habían decidido caminar.

Transcurrió la comida en silencio con una que otra broma de Magnus. Alec estaba muy nervioso como para hablar y Magnus lo notaba.

— ¿Qué pasa, Alec? —preguntó al fin después de haber acabado su comida.

—Yo… nada… bueno… er… no… este… —Alec balbuceaba demasiado rápido y Magnus puso una mano encima de la de Alec que se encontraba en la mesa.

—Tranquilo, amor.

Alec se sonrojo por como lo llamó.

—Magnus… —Alec volteó a ver que en el otro extremo del restaurante había una pista de baile donde varias parejas la estaban ocupando—. Ven —Alec se levantó y le extendió una mano a Magnus. Éste sonrió divertido pero igual la tomó.

El nefilim guio al brujo hacia la pista, pero en un extremo. La gente empezaba a abarrotarse allí.

—Magnus, hay algo que debo de decirte… o más bien pedirte —empezó Alec.

— ¿Qué es, cariño? —preguntó Magnus.

—Bueno —Alec respiro hondo antes de continuar—, Magnus, quiero que sepas que te amo. Te amo más que nada en el mundo. Jamás pensé amar a alguien como te amo a ti —a Alec se le empezaba a olvidar el discurso que había planeado, las palabras sólo le brotaban—. Amo tu forma de ser; tu risa, que hace que me sienta feliz aunque mi día haya ido mal; tu cabello, que siempre está con purpurina –aunque también me encanta cuando está al natural-; tus ojos, que cuando los miró me siento en paz y no los puedo dejar de admirar; tus brazos, que cuando me rodean me siento seguro y en casa. Cuando me besas haces que olvide todo; mis problemas, mis preocupaciones… Por el Ángel, ¡hasta mi propio nombre! —Alec pausó un momento y vio que Magnus tenía lágrimas asomándole en los ojos. Alec continuó—. Quiero pasar el resto de mis días contigo; lo adoro, lo deseo, lo añoro. Así que, Magnus Bane, ¿me harías el honor de convertirte en mi compañero de vida, la otra parte de mi alma… mi esposo? —Alec sacó una cajita que abrió y se la entregó a Magnus. Ésta contenía un anillo azul con verde con diamantes. Magnus la tomó y la observó con lágrimas en los ojos y una sonrisa pequeña en los labios.

Alec contuvo la respiración para oír la respuesta de Magnus.

El nefilim ni se había dado cuenta que ya la pista estaba llena de gente y le habían empezado a subir a la música. La gente los empezaba a rodear.

Alec se empezaba a impacientar. Magnus no respondía. Sólo miraba el anillo.

Pasaron unos minutos y Magnus seguía sin contestar. Alec se resignó. Eso era un no.

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