Gikinjigwenidiwag - Ellos se abrazan

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— ¡Antoine! — saltó su esposa.

Thomas Turner asintió lentamente y se dispuso a hacerle llegar la decisión. El nerviosismo me produjo un cosquilleo en los tobillos.

— No puedes elegir por ella así como así.

— Ni tú tampoco — le sonrió con calma —. Solo le he dado mi consentimiento. Desea quedarse, Jeanne, y es lo mínimo que podemos hacer por ellos.

Mi alegría por poder pasar más horas junto a mis amigos indígenas descendió un poco al ver la amargura en el semblante del mercader y la indignación de mi hermana. Florentine estaba pálida. ¿Cuándo dejarían de tenerles miedo? Thomas Turner ya le había traducido la resolución tomada a Onida, sin embargo, permanecía callado ante la sombra del conflicto entre cónyuges.

— Va en contra de...

— ¿De qué? — su voz ya no sonó tan apaciguadora —. ¿Puedes dejar de pensar en el decoro durante una sola noche? Tres personas han muerto y mañana probablemente lo haga otra.

Jeanne le mantuvo la mirada sin responder. "No discutáis, por favor", supliqué.

— ¿Lo ha prometido, señor Turner? — desvió los ojos el arquitecto.

— Sí-sí — le pilló desprevenido la pregunta —. Dormirá con Huyana.

— Que así sea.


‡‡‡‡


Estaba cayéndome dormida al ritmo de las caricias de Wenonah sobre mi cabellera cuando Onida entró en la tienda junto a Mitena. Me incorporé de inmediato, con el rudimentario peine de púas enredado en los rizos, al verlos aparecer. Los dos se echaron a reír al ser conscientes de mi nerviosismo. Había sido invitada a pasar la noche en uno de sus tipis y me sentía como una forastera en tierra de nadie. Aquella era la vivienda que Mitena utilizaba para su dispensario medicinal y como estancia de invitados. Las familias ojibwa vivían en una sola tienda hasta que los hijos contraían matrimonio o se independizaban por su cuenta, teniéndose que construir ellos mismos su rincón. No existía la división entre hombres y mujeres, por lo que daba igual si una joven de otro clan terminaba dormitando en un tipi repleto de hombres. Solamente a los guerreros se les proporcionaba una tienda propia durante su estancia.

— Tranquila, Waaseyaa — me tomó de las manos Onida —. Tú dormir aquí. Tú y Wenonah.

La pequeña me sacó el peine entre risas y me dedicó una sonrisa afable. Me sosegó saber que mi compañera de habitación sería ella. Mitena me acarició el rostro y se dispuso a encender una pequeña pira. De pronto comprendí que habían acudido a darme las buenas noches.

— Miigwech — susurré.

"Siento todo esto", quise añadir con un nudo en la garganta.

— Sueño bonito, Waaseyaa — me rozó la frente Onida.

Wenonah le abrazó con fuerza y Mitena me dio un beso cariñoso en la mejilla tras indicarme con gestos que iba a dormir sobre numerosas pieles, en el mismo lecho que su hijita.

— Buenas noches. Descansad — me emocioné un poco ante tantas muestras de cariño.

Con una inclinación de cabeza desaparecieron de allí.


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(YA A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora