Gikinjigwenidiwag - Ellos se abrazan

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— Tiene que dormir, señorita Catherine — me habló Thomas Turner.

Había estado buscando mi atención durante minutos, mas yo estaba demasiado pendiente de Namid. No se había acercado a nosotros, pero sabía que estaba pendiente de mí. Tenía tantas ganas de sumirme en sus brazos y volver a pedirle disculpas como una tonta por ser blanca y haber traído a sus tierras a aquellos malnacidos. Había demasiados pensamientos sin decir, semanas de separaciones, y mi ser estaba en cierto modo dolido, abandonado a pesar de que no era el momento para dar prioridad a mis propios sentimientos. Los dos deseábamos acercarnos, aliviarnos como solo ambos conocíamos, pero permanecimos quietos sin saber por qué.

— Volved a casa, querida. El señor Turner y yo debemos reunirnos con Henry Samuel Johnson — dijo Antoine. En una semana había envejecido vertiginosamente.

— Yo las cuidaré, señor — se adelantó un poco Florentine.

Mientras nos acercábamos a los caballos, Onida se acercó e intercambió informaciones con Thomas Turner en lengua ojibwa. Inquieta, no me subí a lomos de Algoma. Wenonah y Namid me observaban desde la lejanía.

— Todo se resolverá, amigo mío. Confíe en mí — le apretó el hombro el mercader.

— Te ayudaré a montar, Cat — me asistió Antoine paralelamente a su conversación.

— Esperar, señorita Waaseyaa — me detuvo de pronto Onida. Todos se giraron, confundidos —. Quedar. Aquí.

— ¿Qu-qué? — carraspeé, sin entender.

— Waaseyaa. Quedar. Aquí — habló más lentamente.

Nadie dijo nada durante un par de segundos. Thomas Turner frunció el ceño y nos miró.

— ¿Quiere que se quede aquí en el poblado?

— Namid dice: Waaseyaa quedar.

El pulso se me precipitó y las mejillas se me encendieron violentamente. ¿Namid quería que yo me quedara allí aquella noche? ¿Le había mandado el recado a su padre porque no podía comunicarse conmigo o por pudor?

Ante mi desconcierto y el silencio general, Onida pasó a dirigirse al inglés en lengua ojibwa. Éste atendía con suma atención y no tardó en traducirnos lo que le había dicho con cierto estupor:

— Su hijo Namid desea que te quedes con ellos esta noche. Creen que tu presencia ayudará a los espíritus a velar por Honovi.

— Mi hermana no puede quedarse aquí a pasar la noche — intervino Jeanne antes de que yo pudiera reaccionar.

— Waaseyaa. Quedar — reiteró.

De pronto, todos hundieron sus ojos en mí. ¿Me quería yo quedar?

— Si Florentine la acompaña... — sugirió mi hermana.

— Waaseyaa. Sola — negó con la cabeza.

¿De dónde provenía aquel ímpetu? Decenas de metros más allá, Namid y Wenonah continuaban en la misma posición. Él sabía que su padre me estaba haciendo aquella propuesta indecente.

— Pero, tiene que entender que... — intentó dialogar Jeanne.

— Cat, ¿qué opinas? — les interrumpió Antoine, haciendo gala de su fabuloso tacto e inteligencia emocional.

Dudé unos instantes, pero finalmente dije:

— Yo..., quiero ayudarles en lo que pueda...

— No hay más que hablar. Dile al señor Onida que Catherine se quedará aquí esta noche con la condición de que se vele por su seguridad y su honra. Confiamos en ellos, mas nuestras costumbres son estrictas y debe de asegurarme que las respetarán.

(YA A LA VENTA) Waaseyaa (I): Besada por el fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora