Diecinueve.

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19.
1 de febrero del 2016.

           

Mis brazos permanecían cruzados y mis ojos fijos en el gran ventanal de la lujosa suite de hotel, la cual me permitía admirar todo New York desde las alturas. La leve llovizna que adornaba los cielos, algo típico de estas fechas, me hizo suspirar, con algo de melancolía. Y es que, no era para menos; recién estaba percatándome de los cuatro meses que había estado lejos de acá.

—¿Todo está bien, cariño?

La voz de mi padre me distrajo de mis pensamientos, logrando hacerme volver a la realidad. Sacudí la cabeza y volteé a mirarle. Gerard, quien estaba a su lado, me veía con la misma curiosidad con la que lo hacía mi progenitor. Asentí, entregándole a ambos una fingida sonrisa que, al menos, logró convencer a papá.

—Bajaré al lobby, a ver a tu madre —Me avisó. Ella se había quedado ahí, rellenando ese típico papeleo de registro—. Volveré en unos minutos. —Dijo y asentí, nuevamente.

Ambos le vimos marcharse y nos mantuvimos en silencio, hasta que sentimos cómo la puerta principal de la habitación se cerraba.

—¿Segura que estás bien? —Gerard preguntó, sabiendo que ahora estábamos completamente solos.

Gerard Rhodes era un joven abogado que, desde hace un par de años, se había vuelto la mano derecha de papá y, por lo tanto, se había ganado la confianza total del senador Scott. Tanto así, que, pese a sus apenas treinta y cuatro primaveras, era él quien me representaría en el juicio en contra de Fields.

Asentí, tragando saliva con pesadez, mas no fue suficiente como para que creyera mí mentira. Se acercó a mí con lentitud, pues sabía que si lo hacía más rápido yo me escaparía. Los dedos de mis manos se movían con nerviosismo, al mismo tiempo que relamía mis labios. Con total libertad, sus brazos envolvieron mi cintura y, sin más preámbulos, pegó su boca a la mía, con desesperación, pero intentando ser delicado.

Últimamente estaba acostumbrado a robarme besos. Y no me molestaba en lo absoluto.

Apartó su rostro del mío, tan sólo unos centímetros, y me observó con ternura. Debía confesa que, la manera en la que me veía, con esos enigmáticos ojos, podía robarme uno que otro suspiro, involuntario.

—Quiero protegerte. —Confesó, de repente, pegando su frente a la mía y tomando mis manos, las cuales estaban afirmadas en su pecho.

Parpadeé, atónita, ante sus palabras y, aunque quizás esa frase era lo que a muchas mujeres les gustaría escuchar, mi corazón no lograba desesperarse de tal manera.

—Yo... no es un buen momento. —Finalmente, expliqué, nerviosa. Me distancié de él, caminando por la habitación, avergonzada.

—Lo entiendo —Suspiró, con frustración, rascándose la cabeza—. Es toda una locura, lo que has vivido.

—Lo sé —Susurré—. Sólo... sólo dame un poco de tiempo. —Pedí y sonrió.

—Todo el tiempo que necesites, preciosa.

Y con eso, la sonrisa se me borró. Todo me recordaba a él.

***

Los ojos de Mark brillaban de alegría, acompañándole una enorme sonrisa, llena de espontaneidad. No podía evitar emocionarme, en aquel momento, tampoco, y, como una niña pequeña, abracé otra vez a aquel anciano recepcionista del edificio en el que había vivido una gran cantidad de años.

—Señorita Scott. —Murmuró en mi oído, despidiéndose, y sonreí.

Mark era una de las personas en las que había confiado, al momento de escapar a Jersey. Él sabía de mi verdadero estado y las razones por las que huía, prometiéndome no contarle a nadie sobre aquello. Y ahora que estaba en la ciudad otra vez, dar una vuelta por mi antiguo departamento era algo que debía hacer, antes de volver a marcharme.

Gerard me había traído hasta acá y, con su ayuda, me llevaba de vuelta al hotel un par de cosas que consideraba importantes y quería guardar: un poco de ropa, unas fotografías de Craig y uno que otro artículo de valor emocional.

—Ya hemos sacado todo lo que necesitaba —Comenté, señalando a Rhodes, quien se encontraba unos pasos tras de mí, cargando dos grandes cajas—. Debemos marcharnos, antes de alguien conocido nos vea —Murmuré y asintió, mas no me dejó partir instantáneamente.

—Joven Blair —El hombre susurró, tomando mi mano y viéndome con preocupación—... debemos hablar. Es sobre Norman.—Dijo, tan despacio que, probablemente, Gerard no había escuchado.

—¿É-él sabe? —Cuestioné, atemorizada. Mark negó, haciéndome soltar un enorme suspiro de alivio.

—Él está mal con todo esto. No ha logrado superarlo y no creo que lo haga. Él se está muriendo en vida, señorita Scott.

Mi corazón se estrujó, angustiado, al pensar en ello, pero me era difícil razonarlo. ¿En verdad, era posible que Norman sufriera por mí? Me costaba creerlo, sobre todo después de lo vivido los últimos meses que viví en el mismo edificio que él.

—Él... él estará bien —Musité, apenas.

Mark sabía que no podría convencerme de algo más, así que, me dejó ir, haciéndome prometer que le volvería a visitar alguna vez. Agradecí al anciano un par de veces más, por todo, y luego, sin más preámbulos, nos marchamos.

Bajamos al piso subterráneo de la edificación, donde el auto en el que habíamos venido estaba estacionado. Las luces del vehículo se iluminaron cuando Gerard apretó el pequeño botón de su alarma y suspiré, con cansancio.

—Sube al auto, yo guardaré estas cosas —Susurró y le obedecí, ubicándome en el asiento de copiloto, al mismo tiempo que él se quedaba atrás, intentando meter las cajas en el portamaletas.

Descansé mi cabeza en el respaldo y cerré los ojos por unos instantes, con la ansiedad aún a flor de piel, después de aquel emotivo momento que había vivido. Sin embargo, para el destino parecía ser no suficiente, pues cuando oí el eco de la voz de Norman, en la inmensidad del estacionamiento, mi corazón volvió a acelerarse sin siquiera avisarme.

—¡Hey! —Escuché su voz acercarse al vehículo y agradecí que los vidrios de este fueran polarizados, por lo que no me vería—. ¡E-esas cosas son de Blair Scott! ¡¿Qué haces con ellas?!

Definitivamente, era a Gerard a quien le estaba hablando.

—Su padre me ha pedido que venga por ellas. —Rhodes le mintió, con tranquilidad.

—No-no puedes llevártelas. —Reedus le pidió, con la vez quebrándosele, tal y como lo hizo mi corazón en ese instante—. E-es lo único que me queda de ella.

—Disculpa —La voz de Gerard esta vez sonaba un poco más molesta que antes—, pero, ¿quién eres tú, y cómo conoces a Blair?

—Yo-yo soy Norman, Norman Reedus. Y Blair era el amor de mi vida.

Miss Nothing - Norman Reedus.Where stories live. Discover now