Cuatro.

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4.
6 de julio del 2015.

Nuestras piernas estaban enredadas entre sí, de la misma manera que sus brazos en mi cintura. Me encontraba perdida en mis sueños, cuando sus dedos palpando mi rostro, me despertaron. Lo primero con lo que me encontré, fueron sus ojos sobre los míos, atentos y expectantes a mí.

—Buenos días, dormilona —Susurró, recordándome lo mucho que lograba estremecerme esa ronca voz que tenía—. ¿Dormiste bien, eh?

Me sonrojé, puesto podía imaginar que, probablemente, durante la noche me había acurrucado a él como si mi vida dependiese de ello. Asentí, despacio, bajo su mirada llena de fascinación.

—S-sí. —Balbuceé, cohibida, parpadeando una vez tras otra, haciéndole reír.

Me pregunté, en mi interior, si era normal que él me viera de esa forma, así como lo estaba haciendo. Y es que, toda su manera de ser conmigo me hacía cuestionar. ¿Acaso así era como un hombre trataba a su sólo amiga?

—¿Qué te parece si te preparo el desayuno? —Ofreció y antes de que pudiera decir algo, volvió a hablar—: Te lo debo —Murmuró y fruncí el entrecejo, sin comprender—. Anoche me invitaste a cenar y no vine.

La decepción se plantó en mi expresión, al recordar a la mujer de la noche anterior. Quería preguntarle sobre eso, pero quedar como una obsesionada no era opción. Además, la manera en la que se había comportado conmigo, luego de que apareció en mi apartamento, me hacía dudar si la relación que había entre él y esa pelirroja era tan seria como para preocuparme. Quizás sólo era una más de las muchas mujeres con la que solía estar. Vamos, me dije, se ha quedado a dormir contigo, mujer.

—No es necesario —Suspiré, levantándome la cama y me vio extrañado—. Digo, no me debes nada.

—Pero quiero darte algo a cambio, Blair. —Sonrió y negué con la cabeza.

—Debo ir a trabajar —Me encogí de hombros y bufó—. Pero —Hablé otra vez, luego de unos segundos en silencio—, ¿qué tal si me llevas al cine, cuando salga? —Pregunté, nerviosa, y sonrió—. Hay una película que me gustaría ver.

—Es una cita, preciosa.

***

Miré mi teléfono una vez más y, frustrada, traté de buscar a Norman en la lejanía, mas no se veía aparecer por ninguna parte. La mujer de la boletería me miraba con lástima o, al menos, eso sentía. No era para menos; al fin y al cabo, llevaba un buen tiempo acá.

Era una estupidez, lo que me tenía molesta, lo sabía, pero, no podía evitar sentir aquella decepción, una vez más, ocupar un espacio de mi corazón. Era hora de asumirlo. Definitivamente, Norman no iba a llegar. Los primeros quince minutos de atraso me hicieron sospecharlo. Ahora, que ya llevaba una hora tarde, era toda una realidad. Él lo había olvidado.

Mi teléfono emitió un corto sonido, avisándome que acababa de recibir un mensaje de texto. Miré la pantalla iluminada, pero no me tomé el tiempo en responder. No sentí compasión ni tristeza de sus palabras. Eran sólo eso, después de todo; palabras.

"Preciosa, me ha surgido un percance de último minuto, no sabes cuánto lo lamento. Te lo compensaré, lo prometo. — N. "

Apagué aquel aparato tecnológico, guardándolo al fondo de mi bolso, y abandoné el cine en el cual había estado esperando a Reedus. Y no. No pensaba volver a casa aún. No quería volver a casa.

Caminé unas cuantas cuadras, casi por inercia, pero, sabiendo a donde me dirigía. Me detuve justo frente al cartel que decía 'abierto' y sonreí, con melancolía.

Hola, Craig. —Susurré, lo más despacio que pude, para mí misma.

El bar donde Craig había celebrado su último cumpleaños, el mismo lugar donde había muerto. Siempre lo visitaba, pues sentía que, si el espíritu de mi hermano estaba en alguna parte, sería aquí. Su bar favorito.

Me crucé de brazos, mirando el lugar, sin la suficiente fuerza emocional como para entrar. Simplemente, no podía. Pero tampoco podía irme de allí. Yo necesitaba a Craig, de cierto modo, en ese momento.

Me mantuve quieta, perdida en mis pensamientos, admirando las luces, escuchando el ruido de los vehículos pasar por la calle, pero no lo suficientemente distraída como para poder ignorar a quien me habló.

—Blair.

Podía recordar esa voz, a la perfección. Tantos recuerdos, pero a mí cabeza sólo lograba llegar uno. Uno malo. El veintitrés de enero, a las cuatro de la madrugada. Aquella llamada que cambió mi vida, de manera tan repentina.

Di un suspiró y volteé. Y ahí estaba, igual que siempre. Como si estos cinco años no hubiesen pasado jamás.

Gareth Wolf.

Miss Nothing - Norman Reedus.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora